LA ORQUESTA. I parte.

LA ORQUESTA.  I PARTE

Va comenzar el concierto. Se hace un ancho, profundo silencio, extendido sobre los pequeños sonidos de poco antes: carraspeo, prueba, afinación de violines y contrabajos, de trompas y fagotes. La mirada del director se tiende sobre el conjunto que a sus pies, en su torno, se agrupa ordenadamente. Ya las manos y la batuta están en alto. El silencio se ahonda, se adelgaza hasta límites inverosímiles. Parece escucharse, de tan profundo. Hasta que el ademán del director marca el comienzo del concierto. La masa orquestal, coordinada, obedece, con fidelidad matemática y precisa, a aquella serie de movimientos, indicaciones, órdenes; que las manos, la batuta y la mirada del director hacen desde el puesto de mando. Ya el mundo maravilloso de Beethoven, de Tchaikovsky o de Wagner ha encendido ante el auditorio su magia de amor, de sueño o de nostalgia. Como un barco de navegación segura, la orquesta avanza por el mar de la música que vibra, silenciosamente, en el papel pautado. El concierto despliega toda su magnificencia lírica y emotiva ante el oído y el alma de los oyentes.





En el viejo teatro griego, la orquesta era el lugar de la escena más próximo al público. Evolucionaba allí el coro, elemento característico de aquella primitiva manifestación teatral. En el Renacimiento -vuelta apasionada, hacia el arte clásico de Grecia y de Roma- se trató de reconstruir la tragedia antigua -intento que había de terminar en la creación de la ópera- y se llamó "orquesta" al lugar que, entre la escena y el público, ocupaban los músicos instrumentistas. Finalmente, el nombre pasó a designar a los propios ejecutantes. Desde el siglo XVI, aquella palabra –‘orquesta’– era empleada para nombrar todo grupo numeroso de instrumentistas. Hoy tiene un sentido más limitado: sirve para designar un conjunto instrumental en el que figuren instrumentos de cuerda, de viento y de percusión.

En las primeras orquestas, ningún orden ni principio lógico presidía a la agrupación heterogénea de los varios instrumentos. En la Edad Media, éstos apenas se clasificaban sino en dos grandes grupos: altos (ruidosos) y bajos (dulces). A los primitivos instrumentos de origen grecorromano o bárbaro -el caramillo, la flauta, cítara, el salterio...- se fueron añadiendo, a partir aproximadamente del siglo XI los instrumentos de arco, los de cuerdas pulsadas, importados de Oriente -cómo el laúd y la guitarra- y diversas variedades de tambores y timbales. Andando el tiempo, la primitiva heterogeneidad se disciplina y ordena, y se constituyen ya familias instrumentales. En la segunda mitad del siglo XVIII, el conjunto orquestal tiende a equilibrarse, hasta llegar a ser tal como hoy aparece ante nuestros auditorios. En 1761 cuenta un periódico de la época que la orquesta de la Ópera Cómica de París está dispuesta "como en Italia, es decir, de manera que la mitad de los músicos mire de frente a la otra mitad y que todos se presenten de lado al público, en lugar de volverle la espalda".
Pedro Salvatierra Velázquez, 
Concertista y profesor de Conservatorio

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