SIRVEN, PORQUE NO SIRVEN (2)
La primera conversación con el abad
fue de tanteos iniciales; él no sabía el motivo por el que yo estaba allí,
únicamente reconoció haber tenido presiones, recomendaciones de sus superiores,
para que me admitiera en el monasterio durante un tiempo y con una serie de
privilegios. Nos reímos cuando le dije que tampoco yo tenía nada claro, y que
no conocía las razones por las que iba a estar entre monjes unos meses,
moviéndome por aquellos hermosos claustros. Me apuntó en un papel el horario
que allí regía y me sobresaltó un poco saber que la vida empezaba a las 6:15 de
la mañana antes del amanecer con los rezos de los maitines; se trata del comienzo de la jornada de los monjes.
Después oración personal y estudio hasta las ocho menos cuarto que se reúnen y
rezan otra vez para el canto de Laudes que,
por lo visto, es una acción de gracias por el nuevo día. Después venía el
desayuno. Fue reconfortante saber que el desayuno era a una hora más aceptable.
Guardé el papel, lo vería después con más atención, lo pondría detrás de la
puerta en mi celda.
En
aquella primera entrevista el padre abad quiso hacerme ver la normalidad de
aquellos más de cuarenta hombres, cuarenta y seis exactamente, que formaban la
comunidad; aunque había algunos muy ancianos que, prácticamente, vivían ─y eran
cuidados─ en sus celdas.
Regresé
a mi cubículo y me encontré una vestimenta de postulante sobre la cama y un
paquete sobre la mesa. Miré con cierto asombro el ropaje, el abad no me había
comentado nada de eso. Me pregunté si debería enfundarme aquello. Volví la
vista al paquete, antes de abrirlo contemplé el bello paisaje del atardecer que
veía a través de la amplia ventana. Quité el envoltorio y aparecieron algunos
libros y un sobre sin ninguna indicación. Lo abrí y leí: «La sola inteligencia y la sola ambición no siempre se traducen en
éxito perdurable». No había ninguna firma aunque reconocí la letra. La cita
era de la Hoguera de las Vanidades, obra del periodista y escritor
estadounidense Tom Wolfe. Agité la tarjeta a modo de abanico y pensé en la
frase, en realidad no sabía muy bien lo que me quería decir con ella. Revolví
el contenido del paquete para ver si había alguna otra cosa aparte de los
libros. Nada.
No
tenía ninguna cosa para pegar el papel detrás de la puerta, era ya casi la hora
de la cena, las 20:15 h. eso ponía el programa diario del abad. Sin saber el
porqué me vestí de monje novicio y cuando escuché la campanita por el pasillo
salí sin saber aún donde estaba el refectorio. Decidí seguir los pasos del
primer monje que encontrase por allí. Me asaltó una frase que momentos antes me
había repetido el abad: «sirven, porque
no sirven».
Estaba
muy confuso, recordé otra vez aquel día en Córdoba, en Argentina, muchos años
antes. Creo que era 1992. Susana sugirió varios nombres de personas que debería
conocer, personas que convenían a K. P. Normand.
Conversé
con algunos empresarios y evadí a otros que no interesaban.
Estaba
aburrido, llevaba un buen rato con una copa en la mano y que no deseaba vaciar.
Me presentaron a un cura de ojos saltones vestido con traje negro y camisa clergyman. Cuando le dijeron que era
español dirigió sus ojos hacía mí dándoles una extraña vuelta y preguntó:
─¿Gallego?
Jamás
me había sentido molesto por esa denominación que se nos da en aquel país, pero
en este caso sí sentí una cierta incomodidad. Le respondí con una falsa sonrisa
y queriendo emitir algo de ofensiva ironía.
─¿Jesuita?
Con
pocas palabras terminó la conversación que tenía con otra persona y se dirigió
a mí otra vez.
─Tengo
deseos de volver a España, me gustaría tener otra ocasión. Estuve entre los
años 1970 y 71, ¡hace ya tanto tiempo! Allí realicé la que llamamos ‘tercera
probación’ del noviciado.
Explicó
después muy brevemente lo que era eso de la ‘tercera probación’ y dijo que es
el tercer año de prueba religiosa, y etapa final de la formación de todo
jesuita. Se trata de una recapitulación espiritual de los años de formación
laica y religiosa. Generalmente de seis a nueve meses de duración.
─¿Y
cuánto tiempo estuvo en España?
─Un
poco más de seis meses, en Alcalá de Henares. Tengo muy buenos recuerdos,
aunque ya bastante difuminados por el tiempo ─respondió.
Parecía
que la cordialidad había sustituido a la suspicacia al inicio de nuestra
conversación.
Alguien
se le acercó y oí que le trató de monseñor reverendísimo. Me sonó raro, y le
pregunté con cara de asombro:
─¿Es
usted cardenal?
Le
dio un golpe de risa y me sacó de dudas:
─No,
no. Me han nombrado recientemente Obispo de Auca, y aún no me acostumbro a un
tratamiento tan adornado, lo evito siempre que puedo. Introduce rigideces, no
me agradan las rigideces.
Alcé
un poco la copa de vino, le di la enhorabuena.
─Quería
conocerle. Tenía mucho interés.
Pensé
si sería alguna cuestión de dinero, me preocupé. La filantropía en las grandes
empresas como la mía es una cosa muy medida y estudiada. Callé esperando que
prosiguiera.
─Tengo
referencias de usted como uno de los grandes conocedores de las técnicas más
modernas de liderazgo empresarial. Además, sé que lee con frecuencia a Borges.
─¿Yo?
Monseñor ─le di el tratamiento eclesial─, me temo que le han informado mal,
quizás sé algo de eso, pero estoy a mucha distancia de considerarme una
autoridad en esos temas. En lo de Borges tiene razón.
─Deseaba
pedirle que diese unas conferencias, o un cursillo… o lo que quiera, sobre
liderazgo, a los chicos del seminario que se preparan para ser jesuitas.
─¿Aquí?
¿En Córdoba? ─le pregunté con algo de agitación.
─No,
aquí no. En Buenos Aires.
Hice
una señal a Susana para que se acercase.
Giré
la vista otra vez y le dije al obispo:
─De
acuerdo lo haré, necesitaré un poco de tiempo, no ando muy sobrado de él, pero
me encantará hacerlo. Si tiene la amabilidad de darle un teléfono a mi
secretaria le llamaré la semana próxima y concretaremos más el asunto. ¿Le
parece bien?
─¡Me
parece estupendo!
Nos
despedimos con un fuerte y cordial apretón de manos.
Al
cabo del rato, cuando nos dirigíamos al aeropuerto, le comenté a Susana:
─El
curita se ha salido con la suya, creo que he cedido con mucha facilidad. Ha sido
muy hábil y ha sabido hacerlo muy bien.
Y
añadí:
─Por
cierto; no tengo ni idea de cómo se llama. ¿Lo sabes tú?
─Sí.
Creo que se llama Jorge Mario Bergoglio.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia
Has vuelto a hacerlo, Ignacio. Eres como un mago que cuando todo el mundo espera verte sacar un conejo de la chistera, vas y o sacas. El relato es sugerente y, como siempre, está magníficamente escrito. Casi sin darnos cuenta, nos vas llevando tras de tí, descubriéndonos cosas que, poco a poco, van haciendo que te conozcamos. Otra vez eres tu, pero fuera de ti. Eres una idea de ti situada en otro lugar y en otras circunstancia. Y está la mujer, Susana, porque siempre hay una mujer. Como si gozaras del privilegio de la teletransportación, te sitúas a miles de kilómetros pero dándonos la sensación de que ese es tu hábitat natural, que el trabajo que desempeñas es tu trabajo habitual, que la forma en que vives, solo, en un hotel, es tu forma normal de vida y nosotros, nos lo creemos, nos lo creemos todo porque no los cuentas tal como lo vives (¿o lo sueñas?), tal como lo imaginas (¿o lo vives?). Y al final, siempre una sorpresa. Para dejarnos claro que eres tu, le confiesas a tu interlocutor tu admiración por Borges y después nos dejas anhelantes, esperando el próximo capítulo, sorprendidos al descubrir su identidad.
ResponderEliminarMagnífico relato con la conexión Borges. El final me alucina, ¿cómo seguirá todo?
ResponderEliminarDeseando leer el próximo.
Este segundo capítulo, muy bueno, el final sorprendente, creo que vamos a flipar con este recién empezado relato.
ResponderEliminarSegundo capítulo que alcanza la sorpresa, la intriga, la curiosodad. Magníficamente escrito, narrativa impecable... que nos transporta al ambiente monacal. Y una habilidad increíble para engarzar ideas previas, Borges, con otras novísimas e interesantes. Otro Jorge argentino...
ResponderEliminarIgnacio tiene la virtud de sorprender. En este segundo capítulo lo consigue con creces. Me ha dejado con la boca abierta (literalmente). Me ha sabido a poco, me ha encantado y espero el tercero con impaciencia. Gracias
ResponderEliminarProfe, estoy muy liado ya no sé qué es lo real y lo que es ficción. Estoy por creerme que todo es real y así voy a disfrutar más con las próximas lecturas.
ResponderEliminarEnhorabuena.
Eres único!!!!!!
ResponderEliminarCon que facilidad nos haces pasear por los pasillos del convento o por el luminoso salón donde se celebra un evento.
El sorprendente final......
Magnífico Ignacio