EL GENTILICIO DE LOS CIUDADANOS DE EL PUERTO DE SANTA MARÍA (5 de 8)



Pero dejemos la situación aquí y recurramos a archivos y bibliotecas, porque así es lo sensato, lo prudente; primero documentarse y estudiar el tema en profundidad, y luego opinar, valorar, y posicionarse, y no al contrario como en más de una ocasión ha ocurrido en El Puerto en el debate suscitado dentro de las redes sociales, tan de actualidad.

Situémonos en el siglo XVIII, en la Ilustración Española que procedente de Francia e Italia se instala como medio de expansión cultural creando las primeras Academias. Nacen a partir de grupos reducidos de personas cultas preocupadas por el modo de vida de su sociedad, quienes de manera particular y en tertulias, se reunieron, bajo el amparo de un mecenas, con el deseo de acabar con el atraso y el fanatismo instaurado en la sociedad española, para que la población encontrara la “luz” de la cultura que les hiciera cambiar el lamentable estado de sus vidas.

Fruto de este movimiento y de estas inquietudes, nacen, entre otras, la Regia Sociedad de Filosofía y Medicina en Sevilla en 1700, la Real Academia Española en 1714, la de Historia en 1735, la Matritense de Medicina en 1732, la de Bellas Artes de San Fernando 1744, la Academia de las Buenas Letras de Barcelona en 1729, la Sevillana en 1751, la de Nobles y Bellas Artes de San Carlos de Valencia en 1753, etc.

De todas ellas vamos a centrarnos, por cuanto nos va a servir de punto de partida para documentarnos, en la Real Academia Española, aquella que fundara Juan Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena, en el mes de junio de 1713 y que en octubre de 1714 lograra la sanción del monarca Felipe V, lo que motivó que a partir de ese momento pudiera portar el apelativo de “Real”. De inmediato pusieron manos a la obra de confeccionar un diccionario, al modo de los ya existentes de las academias de la lengua francesa e italiana, bajo la preocupación de los primeros académicos de conseguir la pureza del castellano y bajo el lema de «Limpia, fija y da esplendor», como ya en la discusión abierta sobre el gentilicio de portuense afirmó nuestro Académico Ilmo. don Luis Suarez Ávila. Para ello tomaron como base el argumento la autoridad, afirmando una tesis como verdadera porque alguien con autoridad moral o intelectual la apoyaba o compartía. Así, en 1726, apareció el primer volumen del ya citado Diccionario de Autoridades.

Este principio de autoridad, y el de antigüedad, son los que me han llevado a buscar los orígenes del gentilicio de los ciudadanos de El Puerto de Santa María. En dicho diccionario, en su tomo V, que vio la luz en 1737, que es en el que pudiera estar el gentilicio que suponíamos de portuense, no lo incluye, como era de suponer, puesto que en citado prólogo, en su punto 14, manifiesta
“…Que han quedado excluidas del diccionario todas las voces y nombres propios de personas y lugares que pertenecen a la Historia y Geografía”.
No resulta raro, pues hasta principios del XVIII era costumbre que los gentilicios se construyeran anteponiendo la preposición “de” a los topónimos. Aunque somos de la opinión que ya por estas fechas los vecinos de El Puerto eran conocidos como portuenses aunque no lo recogieran escritos, documentos y publicaciones.

La antigüedad, como argumento de autoridad, tiene hoy bastantes detractores, pero para mí, ante las muchas opiniones que se han vertido sobre el gentilicio de El Puerto de Santa María, la considero esencial con el fin de determinar en qué momento aparece y cuál es.

Sabiendo ya de antemano que con anterioridad al S. XVIII eran muy escasos, contados, los topónimos que tenían gentilicios, comenzamos un exhaustivo examen de los fondos antiguos del Archivo Municipal de El Puerto, centrándonos en aquellos documentos que se hubieran dirigidos a los ciudadanos en general, pues hemos manifestado que las autoridades del cabildo municipal en sus actas y los escribamos en sus diversos documentos, utilizaban un lenguaje diferente al del pueblo llano. Así iniciamos la búsqueda en aquellos documentos que iban dirigidos a estos últimos, sopesando, y no estábamos desorientados, que este gentilicio podría estar inserto en bandos o sermones, es decir en un tono de menos formalidad.
Academia de Santa Cecilia

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