ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (96)
RECUERDOS
Intento
encontrar respuestas tal vez irracionales a preguntas razonables. Me sumerjo en
esa maravillosa tela de araña que constituye el dédalo de nuestras
terminaciones neuronales, en pos de una luz que disipe las tinieblas de mi
ignorancia. En mi quimera, consigo llegar hasta el sistema límbico, y allí
descubro al íntimo hipotálamo, ahormado por el
abrazo del hipocampo. La ciencia nos enseña que en el primero se generan
las emociones y en el segundo se archivan.
¿Por qué esta torpe incursión mía en el mundo científico donde el cerebro se erige como la máquina más perfecta que pueda imaginarse?
¿Por qué esta torpe incursión mía en el mundo científico donde el cerebro se erige como la máquina más perfecta que pueda imaginarse?
Pues simplemente, por una inexplicable
coincidencia. Hace unos días percibí en una tahona el olor a pan que en alguna época me era normal. Me
detuve un momento. Cerré los ojos durante un instante. Sentí como mi hipocampo
se estremecía, se alteraba, gritaba al
tiempo que sacudía mi memoria. Me reprodujo un olor archivado durante setenta
años. Me lo repitió tal como era. Extrajo mi imagen de su seno y me vi con diez
o doce años. Siguió hurgando y me transportó al Valle de Arán de los años
cuarenta, donde viví durante doce meses las cuatro estaciones. Siguió pródigo
en recuerdos.
Rememoré el olor del heno recién cortado por las guadañas de aquellos payeses que, empuñadas a dos manos y describiendo semicírculos, segaban la vida verde para convertirla en alimento. En los descansos intermitentes aprovechaban para, de una funda de cobre amarrada a la cintura, extraer aquella piedra de afilar con la que acariciaban cuatro o cinco veces cada cara de la siempre siniestra figura y contemplar el brillo refulgente de su filo. Podía oír los roces de la piedra sobre acero... El rumor torrencial de las aguas del Garona… saltando las redondeadas piedras, refugio de las truchas arco iris. Los silencios infinitos de los prados, solo heridos por el mugido aislado de aquellas vacas de piel canela.
Y la búsqueda de los rovellons tan fáciles de encontrar e
identificar. Y las nueces al pié del nogal con una pequeña tronera por donde
las ardillas había extraído el fruto. Y la nieve de la que no percibo… ninguna
sensación de frío; solo su blancura… Un año de cálidos olores y sensaciones. Un regusto amargo de algo
perdido y una sensación de agradecimiento porque mi pituitaria es capaz, a
través del archivo de mi hipocampo, activar estos recuerdos que solo en
contadas ocasiones surgen espontáneos y cada vez es más difícil rescatar.
Por
eso mi pregunta razonable es saber, si en la terrible amenaza del Alzheimer que sobrevuela nuestra vejez, el hipotálamo,
celoso guardián de nuestros arcanos, en su intimidad, permite a los poseídos,
algún extraño atajo que les lleve a revivir sus recuerdos, que aunque sin
poderlo exteriorizar, al menos en alguna ocasión se pudiera apreciar el esbozo
de una sonrisa, que hasta el momento está vedada y nos enviaría el mensaje de
un momento de felicidad...
Alberto Boutellier Caparros
Socio de la Academia de
Santa Cecilia
Precioso artículo, un placer leerlo.
ResponderEliminarMuy bien don Alberto, un gran artículo.
ResponderEliminarBellas artes está resucitando, enhorabuena.
Verdaderamente refleja algo que todos sentimos. No se trata de nostalgia pura, sino de unos recuerdos que se desatan al ver, oler, oír, etc. algo que nos retrotrae a una época de nuestra vida, que no tiene porque ser la de la niñez. Hay muchos momentos dichosos que disfrutamos más, ya pasados, que en el momento de disfrutarlos, quizás por causa de una dicha mayor aun.
ResponderEliminarMuy bien conformado y estructurado
Lo del hipotálamo me ha hecho sonreír, porque es difícil ubicar las cosas en una parte de nuestro cerebro, cuando percibimos el olor a juventud y pujanza que no catamos quizás en su momento. En ocasiones, todo nuestro ser despierta a un estímulo, que tal vez no supimos o no pudimos percibir en su plenitud.
Un abrazo, señor mío.
Maravilloso Alberto. Es un verdadero placer imbuirse en tu narrativa. Un abrazo
ResponderEliminarSi señor. Precioso artículo y muy buena redacción. Un texto que encanta leer.
ResponderEliminarApodo