ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (248)
¿Hay alguien ahí?
¿Hay alguien
ahí?, ¿leyendo esto, digo?
Intuyo que Vd., lector de esta columna, probablemente sea de
mediana edad, o (dicho grandilocuentemente) de “edad provecta”. ¿Me equivoco?
Si lo hago, si Vd., lector de esto, es joven, forma Vd. parte de una minoría
selecta. Mi enhorabuena.
Está muy claro: desgraciadamente la gran mayoría de nuestros
jóvenes apenas lee. Acostumbrados a los iconos y los emoticonos, ya
difícilmente se presta alguno a atender cualquier mensaje que requiera una
atención mínimamente mantenida como la que exige una lengua, que es
necesariamente lineal. Una respuesta que
no sea un rápido click reflejo se convierte para ellos en un auténtico reto.
Eso es lo que han conseguido los aparatejos estos tan prácticos (lo digo sin
sorna: qué sería de mí sin ellos) que ya han sustituido al teléfono, a la
televisión y a la radio, a toda una institución como es Correos, e incluso al
papel y al lápiz, al patio de vecinos y al banco del parque. Hoy todo se dice pulsando una tecla y se
recibe en un golpe de vista a la velocidad del rayo.
Una compañera de Departamento me comentaba la semana pasada
que, tras repartirle el folio con las preguntas de un examen a un grupo de 3º
de ESO, el ochenta por ciento de la clase levantó la mano. La demanda unánime
era: “¿qué hay que hacer?”. Me enseñaba mi compañera atónita una de las copias
repartidas. Las preguntas eran de una claridad meridiana y yo me sorprendí
respondiéndole: “Es que está tan bien explicado todo que el enunciado de cada pregunta ocupa
dos líneas”. Lo vi claramente: muchos de
nuestros adolescentes no son capaces de
mantener la vista sobre un texto de dos líneas y comprenderlo, han perdido la
paciencia necesaria (¿tres segundos?) para leer esa enorme ristra de palabras
consecutivas.
Y si esa es la situación ¿cómo pretendemos que nuestros
adolescentes lean literatura? La buena literatura precisa aplicación, porque su
fundamento es renovar la atención sobre la vida evitando que pasemos por ella
de puntillas (no otra es la misión de la literatura y no otra es la misión del
arte en general, dejémonos de zarandajas con la belleza). Desengañémonos, la promoción
que ahora está en la universidad ha abandonado la novela de verdad y ahora lee
y escribe microrrelatos; y los más
líricos están seducidos por esa estrofa de tres breves versos que es el haiku (géneros los dos maravillosos cuando están bien hechos, pero que no pueden
copar la actividad literaria de una generación). Los que vienen detrás, salvo excepciones, me
temo que podrán construir complicadísimos robots, pero lo explicarán como hoy
lo hacen las instrucciones de Ikea y no reconocerán más emociones ni sutilezas que
las que admita el catálogo de emoticonos de Apple o Microsoft.
Inmaculada
Moreno Hernández
Académica de Santa Cecilia
Muy bien esta columna de Inmaculada Moreno, la felicito; es cierta y vera. Lo digo como profesor universitario. Los jóvenes de hoy son ya otra generación, pertenecen a otra era en la que desde luego la lectura, no está entre sus predilecciones ni entre sus hábitos. Esto entorpece mucho su formación, obviamente.
ResponderEliminarMagnifica reflexion sobre un problema muy actual y que pertenece al ambito de la juventud peto que ensancha y profundiza la separacion existente entre la actual generacion y lad anteriores.
ResponderEliminarMuy buena reflexión. La pena es que es cierto
ResponderEliminarMuy bien. No tengo nada que añadir. Además de haber sufrido también experiencias de este tipo en mis recientes años docentes. Al hilo del contenido de esta columna me viene a la mente una anécdota de clase: le pedí a un alumno que, después de leer en alto un texto, me hiciese un resumen de lo que había leído. Para mi sorpresa me contestó: "Pregúntale a otro porque yo estaba leyendo..."
ResponderEliminar