18.FENICIOS, TARTESIOS Y GRIEGOS EN OCCIDENTE
“Aquí la ciudad de
Gadir, antes Tartessos…”.
Diego
Ruiz Mata / Catedrático de Prehistoria y Académico de Santa Cecilia
A los poetas
R.F.Avieno y R. Albertí, distanciados por
dieciséis siglos y unidos por el poema “Ora Maritima”.
La situación de Tartessos en la isla gaditana y
su asimilación con Gadir-Gades, es una manifestación de cómo en numerosas
ocasiones se manipulan los datos, con fines intencionados, se recogen sólo
aquellos que convienen al pensamiento e ideas del autor y del peligro de la
transmisión de la tradición oral –no siempre, pero si en porcentaje elevado- y
a lo que llamamos recuerdos, memoria, o memoria histórica que, al conservarse
en alguna parte del cerebro humano y en una cultura social y ámbito familiar reducido, ha perdido
su verdadero sentido de testigo para ser testigo inhabilitado. El mito, la
leyenda, la anécdota, o incluso el hecho vivido, nacen, se desarrollan y
expanden, ramificándose en multitudes de lugares y de ambientes culturales
diversos y contrapuestos. Y cada vez que se narran o se transmiten escritos,
nos sentimos tentados, y lo hacemos, a interpretarlos con añadidos personales que, a veces –muchas-,
desfiguran lo originario. E incluso ocurre, con frecuencia, en los ambientes
más cultos. Las ideas arraigadas impiden ver con claridad y son tiranas de la
mayor verdad posible del acontecimiento. Concretemos un hecho y oigamos, leamos
o escuchemos sus interpretaciones, y pasado algún tiempo, recordémoslo. Se ha
transformado y no se reconoce. El acontecimiento original queda irreconocible,
desfigurado, y es ya otra historia. Ha sucedido igual con otros capítulos del
pasado, imaginados o reales, entre los que se halla el topónimo mágico de
Tartessos, manoseado en el tiempo entre los libros geográficos o históricos y
sus leyendas sobredimensionadas de sus riquezas de oro y plata, narradas en los
puertos de los mares mediterráneos y atlánticos, ante el arrobo del marino,
acostumbrado a oir cientos de historias, cada cual más fabulosa, en los
anocheceres de las ciudades más diversas de los mares y ríos mediterráneos y
atlánticos.
R.F.
Avieno creyó, y lo reflejó en los versos de su “Ora Maritima”, que la ciudad
fenicia de Gadir había sido el solar de la antigua Tartesos. Ignoramos el
origen de las fuentes en las que se basó el político y poeta que tanto han
hecho reflexionar a eruditos, investigadores y aficionados. En su descripción confusa y desordenada sobre el
espacio tartésico, escribe sin vacilación: “Aquí
está la ciudad de Gadir…Ella fue llamada antes Tartessos, grande y opulenta
ciudad en épocas antiguas, ahora pobre, ahora pequeña, ahora abandonada, ahora
un campo de ruinas. Nosotros no vimos en estos lugares nada notable, si
exceptuamos la solemnidad de Hércules…”. Si se lee todo el texto, del que
he recogido sólo unos versos, se advierte que describe una historia y un
territorio que conoce poco y que lo ha
utilizado como recurso poético y geográfico sin rigor científico. Es
decir, Avieno no conocía con exactitud lo
que estaba describiendo, conoce escasamente a Cádiz y se contradice numerosas
veces con los lugares que menciona. Alude, sin ambages, a una isla abandonada,
arruinada y olvidada en el siglo IV d.C., que es el momento en el que escribe.
Su equivalencia Gadir-Tartessos, empero, no pasó desapercibida en la historiografía
de la España antigua, que algunos autores aceptaron, motivados quizás por sus
afanes de enaltecimiento de la ciudad gaditana. Tartessos significaba una magnífica
referencia, un hito esencial y primordial para la construcción de una
genealogía historiográfica de la ciudad. La búsqueda de unos orígenes
ilustrísimos fue una cuestión importante para muchos autores clásicos y
renacentistas. Es el caso, por ejemplo, de Troya y Homero, como símbolo y
origen de muchas ciudades insignes
posteriores, Roma y la Eneida de Virgilio, o la misma Gades y Estrabón.
Pertenece a la condición humana la búsqueda de orígenes prestigiosos y su
pertenencia a ellos, como axis mundi al que nos asimos para afirmarnos y
jactarnos. No hay ciudad sin historia,
de más o menos envergadura, legitimadora del presente. Para Occidente ha habido
dos referencias fundamentales, Troya, enraizada con las navegaciones fenicias y
como punto cronológico, y Tartessos, un reino occidental dado a conocer por los
griegos y asimilada, para algunos, con la Tarsis mencionada con frecuencia en
los libros bíblicos. Esta última, de la que se ha efectuado la ecuación
Tarsis-Tartesos, se ha debatido en el tiempo por las vinculaciones occidentales
con la geografía bíblica.
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Pero
él no fue el único que asimiló Gadir con Tartessos. Antes, Cicerón, en el año
50 a.C., menciona a Cornelio Balbo, natural de Gades, como “tartésico”, y
Valerio Máximo, veinte años después, dice que Argantonio, el conocido rey de
Tartessos, reinó en Cádiz. Lo mismo transmite Plinio el Viejo, entre los años
40-50 d.C., al referirse a Argantonio como gaditano, y Flavio Arriano escribe
que los fenicios fundaron Tartessos, confundiéndola con Gadir. Esta creencia se
mantuvo durante mucho tiempo, hasta al menos en época bizantina, en la que
Ioannes de Lydos –siglo VI d.C- consideró también que Cádiz fue la antigua
Tartessos. ¿De dónde procede esta tradición que asimilaba Cádiz y Tartessos?. Adolph
Schulten, en su estudio exhaustivo de las fuentes grecorromanas, cree que el
testimonio más antiguo se encuentra en Herodoto. Pero la mayoría de los
investigadores modernos concluyen que los pasajes herodoteos no son muy
expresivos para deducir tal afirmación, pues Tartessos ya no existía y su
topónimo y epíteto formaban parte del
imaginario histórico y mítico de un tiempo pasado. De ahí, la confusión. Lo más
coherente es lo que explícitamente escribe Plinio en su “Naturalis Historia”, cuando afirma que denominar a Cadiz como
Tartessos fue una costumbre sólo de los escritores latinos, pues los griegos y
los fenicios nunca la asimilaron. Es evidente, ambos conocían directamente lo
que Tartessos significase en la primera mitad del primer milenio a.C. Los
fenicios llegaron a un lugar, rico en plata, en la segunda mitad del siglo IX,
que posiblemente no se llamaba Tartesos, pero contribuyeron a conformar su
estructura tecnológica, política, económica y religiosa. Y los griegos, a fines
del siglo VII a.C., la conocieron desarrollada y muy activa. Los romanos la
conocieron de oídas, cuando llevaba siglos sumida en otro panorama histórico. Y
tuvieron que localizarla en Cádiz, para engrandecer el lugar donde habían
situado su instalación más importante, desde visiones política e ideológica,
estratégica, para emprender desde aquí el dominio y la integración de la
Península Ibérica. Otro ejemplo del pasado para crear unos orígenes ilustres.
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Pasado
el tiempo, la ecuación Gadir-Tartessos fue muy generalizada en los siglos XVI y
XVII. Agustín de Horozco, en su “Historia
de la ciudad de Cádiz” (1598), así lo hizo, basándose en autores
grecorromanos y medievales, como Alfonso X el Sabio e Isidoro de Sevilla. Y
asimismo, Juan Bautista Suárez de Salazar, quien escribió “Grandezas y antigüedades de la isla y ciudad de Cádiz” (1610),
Fray Jerónimo de la Concepción en “Emporio de el Orbe” (1690), considerando a
Cádiz como la Tarsis bíblica, o el Marqués de Mondéjar en su libro “Cadiz
Phoenicia”, de 1687. Más tarde, en el siglo XIX, el ilustre historiador Adolfo
de Castro, conocedor de las fuentes clásicas y la bibliografía generada sobre
el tema, escribió la “Historia de Cádiz y
su provincia”, publicada en 1858, y no aceptó la idea de que Cádiz hubiese
sido Tartessos ni tampoco que la Tarsis bíblica se hallase en esta región. Y
con él se diluyó la teoría de Cádiz-Tartessos. Tampoco los autores del siglo XX
y los que ha escrito en el presente equiparan ambos topónimos.
Se
ha localizado también Tarteso en la provincia gaditana. Plinio, en otro pasaje
de su Naturalis Historia afirma que Carteia fue llamada, por los griegos, Tartessos,
y Mela puntualiza: “…Carteia, ciudad
habitada por los fenicios trasladados de Africa, que algunos creen es la
antigua Tartessos”. Apiano, al narrar la derrota de Vetilio, dice que los
romanos supervivientes se refugiaron en Carpessos, que en su opinión debió ser
la ciudad de Tartessos. Y así se expuso en el V Symposium Internacional de
Prehistoria Peninsular, celebrado en Jerez en setiembre de 1968, tras unas
excavaciones efectuadas en la ciudad romana de Carteya, sin hallar siquiera un
solo fragmento cerámico tartésico. Otra prueba evidente del poder de la tradición
y del texto escrito, que pretende ver lo que no ha existido.
Otros
investigadores, de los siglos XVII y XVIII, como Martín de Roa, en 1617,
Domingo Gutiérrez, en 1754, o Fr. E. Rallón, en 1665, situaron Tarteso en las
Mesas de Asta –Jerez de la Frontera-, al fondo de un estero del antiguo
estuario del Guadalquivir. La arqueología no ha revelado nada que sostengan
ambas hipótesis, pese a que Esteve y Guerrero, en sus trabajos arqueológicos de
los años cuarenta, halló en los profundos estratos de la ciudad cerámicas que
hoy conocemos como del ámbito territorial y cultural tartésico. Pero tampoco es
la ciudad de Tartesos. Hay que mencionar que, aunque Schulten nunca creyó en
esta ubicación, en 1941, y tras los fallidos intentos de hallarla en el Coto de
Doñana, deseó suerte al excavador de Asta Regia, con estas palabras: “Termino augurando buena suerte a los
excavadores de Asta. Y si sucediese un milagro y de las cenizas de Asta
saliese, como ave fénix, Tartessos, también yo me alegraría. Es igual que
Tartessos se encuentre por mí, que más trabajo que nadie le ha dedicado, que si
la descubren otros. ¡Lo importante es que se encuentre!. Magnífico gesto,
después de tantos años buscando y no hallando, pero con deje irónico y
resentido.
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El
Castillo de Doña Blanca no se ha librado de ser ciudad candidata a
Tartesos. En realidad, en los momentos
de la tartesomanía de la primera mitad del siglo XX, tras el incitante libro de
Schulten, su ubicación y topografía sumaban muchos puntos para su elección como
sede de Tartessos. En 1923, el presbítero jerezano Ventura F. López escribio
una serie de artículos en el diario de El Guadalete referidos a Tartesos. Y el
7 de diciembre de ese año lo dedicó al
CDB y a sus alrededores, con es te texto: “Decíamos
que para encontrar la ciudad más antigua de Occidente había que excavar en el
Castillo de Doña Blanca, y hoy decimos, después de visitar tan romántica
mansión, que asombra cómo hasta hoy no se ha descubierto en la plataforma en
que asienta el anhelado Tarteso…”. Y Más adelante: “…hay que excavar para encontrar la ciudad griega; mas la romana que la
sucedió está tan clara sin excavar, que sólo no puede verla quien jamás haya
visto ruinas romanas. Nosotros, por lo demás, hemos hallado allí vestigios de
todas las civilizaciones que al Jerez antiguo precedieron; tumbas fenicias, con
lápidas de caracteres ibéricos y tartesianos que otro día reproduciremos…”.
Menciona muchos objetos encontrados en
ese sitio y alrededores, para terminar afirmando que, después de haber visto
tanto, “nos basta con haber descubierto
el Tarteso”.
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En
la actualidad, las fuentes y la arqueología, como argumento más consistente,
se decantan por la situación de la
capital tartésica en la misma Huelva, sobre los antiguos cabezos que componen
su fisonomía, y entre los ríos Tinto y Odiel. Su topografía, según descrita por
Avieno, su riqueza en plata, cobre y oro proveniente de Riotinto, y los documentos
arqueológicos, que sería prolijo enumerar, señalan con mucha probabilidad que
Tartessos-ciudad se asentaba en ese ámbito. Pero es justo mencionar los
hallazgos más antiguos fenicios, griegos y de Cerdeña, de la segunda mitad del
siglo IX, hallados en los marjales de la calle Méndez Núñez y Plaza de las
Monjas. Los más antiguos conocidos en el extremo Occidente y con muchas
posibilidades en el puerto y ciudad de Tartesos. La Gadir fenicia, es decir, la
pluralidad de la Bahía, desempeñó un importante papel histórico, y también mítico, de no menor
trascendencia. Pero nunca fue Tartessos. Sólo existió en las mentes intencionadas
de algunos eruditos romanos y en otras historias de España muchos siglos
después, que recurrieron a un pasado ilustre para justificaciones del presente.
El pasado siempre dispuesto a prestar los servicios que le demandan. Sucede
pocas veces al contrario.
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