La idea y el concepto
«La vida no es una serie de farolas ordenadas
simétricamente, sino un halo luminoso, una envoltura semitransparente que nos
rodea desde el inicio de nuestra conciencia hasta su final.»
Virginia Woolf
«[…] Desvarío laborioso y
empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas
una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento
es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario.»
Jorge L. Borges, “Ficciones”
Recorrimos el camino
hacia el lago entre porciones de sol y sombra. Hicimos dos paradas de ocho o
nueve minutos para descansar un poco, era demasiada distancia para Borges aun
apoyado en su bastón. En esas detenciones traté de esbozar los asuntos sobre
los que quería hablar con él. Le comenté que a pesar de ser muy exigente en la
elección de los títulos de sus relatos ─o al menos eso pensaba yo─ en cuanto a
calificar la mayor parte de su obra como “literatura fantástica” no había
estado muy afortunado. Empezó a reír con esa calurosa amabilidad que le
caracterizaba.
─Deberé darte la razón, eso me lo han manifestado en estos
años diferentes personas y algunos críticos de mi literatura ─contestó.
Sus manos acariciaban la empuñadura del bastón de una forma
especial, las movía lentas, una sobre otra, pero con un punto de tensión, de
fuerza. Respiró con cierta dificultad y añadió:
─A ver… ¿cómo la denominarías tú? ─Seguía sonriendo,
enseñando su dentadura.
─No. Yo no puedo, no sé lo suficiente para atreverme a
clasificar su literatura. Pero me gusta la idea de denominarla, como han dicho
algunos estudiosos de su obra, “ficción especulativa”. La literatura fantástica
viene de principios del siglo XIX, y es diferente a lo que usted hace. O al
menos eso es lo que creo.
Él asentía con la cabeza. María K. estaba callada.
Miraba, perdida, hacia los árboles del fondo. Recordé en ese
momento un poemita que Borges le dedicó y tituló “La Luna”:
Hay
tanta soledad en ese oro.
La
luna de las noches no es la luna
que
vio el primer Adán. Los largos siglos
de
la vigilia humana la han colmado
de antiguo
llanto. Mírala. Es tu espejo.
Repetí para mis adentros: «Hay tanta soledad en ese oro..».
─En realidad no veo mal eso de llamarla “ficción
especulativa”, casi lo prefiero a esa otra de “literatura conceptual” que han
apuntado otros amigos de mis trabajos escritos; es más directa aunque en sí misma
también es imprecisa.
─Pienso que usted inventó esa manera, esa “ficción
especulativa”, y que, además, ha desarrollado los métodos para que otros puedan
hacer ese tipo de narrativa. De todos modos no veo mal lo de “literatura
conceptual”.
Ahora María K. giró la cabeza suavemente hacia mi lugar y
preguntó:
─¿Por qué? ¿Acaso crees que tiene que ver algo con el arte
conceptual de Duchamp? ¿O de Rauschenber?, ¿o de Joseph Kosuth…?
Íbamos entrando en la zona del lago y para ganar un poco de
tiempo inquirí sobre el sitio para aposentarnos. Sugerí irnos al pequeño bar
que tenía instalado allí el balneario.
Estaba casi a la orilla y había unas mesas con unos sillones
que tenían apariencia de cómodos. Las hamacas de la orilla estaban realmente
contraindicadas para don Jorge.
Traté de proseguir con el tema:
─”Rayuela”, de Julio Cortázar, es una novela conceptual,
¿no? ─insistí de modo ingenuo mirando hacia el mostrador en donde estaba
aquella mujer de pies feos a la que horrorizaban los poetas.
María K. intervino:
─Entiendo que en el arte conceptual la idea fundamental es
que la obra de arte en sí no es el objeto físico que genera el artista, lo que
él crea o produce: el cuadro, la música, la escultura; sino en las “ideas” o en
los “conceptos” que están detrás. No sé si me explico.
─Sí, sí. En el arte conceptual el concepto, o la idea, y el
proceso de realización son más relevantes que la plasmación material última de
la obra.
Borges miraba sin ver el lago. Luego dijo:
─No está muy claro hablar de literatura conceptual, el
proceso de jugar con las palabras es un texto, ¿qué hay antes del texto? ¿dónde
están esas cosas, esos lugares, esos personajes antes de ser plasmados en el
texto? En el arte conceptual existen, al menos hasta donde yo conozco, varios
cauces bastante diferentes ─y pronunció en su perfecto inglés victoriano─: Process art, land art, body art, performance…
Quizás mis textos pueden ser tomados como ideas sintéticas que alguien puede
ampliar en algún momento. En este sentido hay algo de conceptualidad. Son
siempre textos breves en los que me gustaría concentrar mucho universo. A
veces, muchas veces, busco descubrir la ficción que se halla dentro ─y
escondida─ de eso que se llama realidad.
Estuve unos segundos asimilando su respuesta. Después dije:
─Es cierto que usted crea textos siempre concentrados, nunca
ha escrito algo que tenga más de diez páginas… Todo tiene gran densidad, es
compacto.
María K. asintió. Luego puso su mano izquierda sobre su
frente simulando una visera para mirar al otro lado del lago y nos comentó:
─Voy a dar una vuelta por la orilla, ansío sol y se me
apetece darme un baño. Cuídame a Georgie.
Era la segunda vez que le oía decirle Georgie. Me sorprendió
su manera maternal.
Borges, quizás un poco sonrojado, la despidió así:
─Sí, Ulrica, ve.
Cuando María K. se hubo alejado unos metros paseando con
serena lentitud, me explicó Borges:
─Suelo llamarla muchas veces Ulrica, es un nombre nórdico
que quiere decir “osita”.
Miré hacia el mostrador impulsado por esa sensación,
el sexto sentido que avisa que hay alguien que te observa. Aquella mujer hizo
un raro mohín doblando hacia arriba el labio superior a la vez que cerraba el
ojo izquierdo y enarcaba las cejas. Imagino que se preguntaba: ¿Poetas?
Comencé a tamborilear en
la mesa.
─¿Estás nervioso?
─preguntó.
Le recordé aquello que le
había contado de la mujer que odiaba a los poetas. Estaba allí y nos miraba.
Él permaneció en silencio;
yo recordé, no sé el porqué, a aquella chica, Concepción Guerrero ─viejo amor de
un Borges muy joven en Ginebra─ a la que el escritor describió como «una chica maravillosa de 16 años, con
sangre andaluza, grandes ojos negros y una serenidad agradable y dulce que
ocultaba enormes reservas de ternura.»
Ideas, conceptos, recuerdos… ¿y los sueños?
Miré su perfil.
«[…] El
hombre espera y sueña. Vagamente
rescata unas
triviales circunstancias.
Un nombre de
mujer, una blancura,
un cuerpo ya
sin cara, la penumbra
de una tarde
sin fecha, la llovizna,
unas flores
de cera sobre un mármol
y las paredes, color rosa
pálido.»
Parecía que él se recitaba…
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia
Muy bonito, una serie preciosa.
ResponderEliminarEnhorabuena.
Podría recomendar algunos relatos fáciles para empezar a leer a Borges???
ResponderEliminarMagnífico. Es una invitación no sólo a leer a Borges, sino también releer Rayuela.
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