«No habrá sino recuerdos»
«El sabor de la manzana (declara Berkeley)
está en el contacto de la fruta con el paladar, no en la fruta misma;
análogamente (diría yo) la poesía está en el comercio del poema con el lector,
no en la serie de símbolos que registran las páginas de un libro. Lo esencial
es el hecho estético, el “thrill”, la modificación física que suscita cada
lectura. Esto acaso no es nuevo, pero a mis años las novedades importan menos
que la verdad.»
Jorge Luis Borges
«En aquel tiempo, buscaba los atardeceres,
los arrabales y la desdicha; ahora, las mañanas, el centro y la serenidad.»
Jorge Luis Borges
«Ser moderno es ser contemporáneo, ser
actual: todos fatalmente lo somos. Nadie ─fuera de cierto aventurero que soñó
Wells─ ha descubierto el arte de vivir en el futuro o en el pasado. No hay obra
que no sea de su tiempo.»
Jorge Luis Borges
Era
bastante tarde cuando decidí regresar. Entré en un pequeño bar y desde allí
tuvieron la amabilidad de pedirme un taxi que no tardó nada en venir a recogerme.
Miré el reloj sin ningún interés y calculé que llegaría al balneario justo a
medianoche. No hacía frío, pero sentía cierta incomodidad, me replegué en el
asiento de atrás y perdí la mirada en las oscuridades. Pensé en que esa era
buena hora de poemas y recordé:
El poniente de pie
como un Arcángel
tiranizó el camino.
La soledad poblada
como un sueño
se ha remansado
alrededor del pueblo.
Los cencerros
recogen la tristeza
dispersa de la
tarde. La luna nueva
es una vocecita
desde el cielo.
Según va
anocheciendo
vuelve a ser campo el pueblo…
Traté de recordar el título que resistía
volver a mi memoria, aunque sabía que era de “Fervor de Buenos Aires”, de un muy lejano 1923.
En recepción dijeron que las chicas habían
preguntado varias veces por mí con cierta preocupación. Tomé un par de cartas
que habían llegado y enfilé el camino hacia mi cabaña. Caminé despacio, deseaba
marchar pronto de allí, pensé en adelantar mi ida unos días. Al pasar próximo a
la chabola en la que habían estado María K. y Borges se acentuó la desazón que
me embargaba. Ahora sí recordé otro título de “Fervor…”; era “Despedida”:
No
habrá sino recuerdos.
Oh
tardes merecidas por la pena,
noches
esperanzadas de mirarte,
campos
de mi camino, firmamento
que
estoy viendo y perdiendo...
Definitiva
como un mármol
entristecerá tu
ausencia otras tardes.
Intuía que las encontraría allí, estaba
seguro. Sentadas, en silencio, en el porche viéndome llegar. No me apetecía dar
explicaciones; saludé. No sé si vi fuego en algunos ojos. Entré en la cabaña
dejando la puerta abierta y dejé en la mesa todo lo que traía. En aquel momento
desee fumar un cigarrillo que no tenía; me acerqué al pequeño refrigerador y
saqué una botella de whisky que estaba a medias; busqué un vaso en la cercanía
sin ninguna certeza de encontrar uno limpio.
Apoyé el hombro izquierdo sobre el marco de
la puerta y miré a la lejanía, a las profundidades de la noche, aquellas hasta
las que no llegaba la luna. El crujir de la mecedora contra el suelo se hizo
más patente y rápido. Estela preguntó por fin:
─¿Dónde has estado? Te fuiste sin decir
nada… Hemos estado muy preocupadas.
Siguió balanceándose. Las otras no fijaban
la mirada en ningún punto. Esther añadió:
─Hemos estado varias veces en el balneario
preguntando por ti, y por si habías dejado alguna nota.
Dora asentía callada.
Di tres pasos hacia adelante y tomé asiento
en el escalón del porche, apoyé la espalda en el poste y bebí de la botella.
─Sentí… ─Llevé la botella a mi boca para
dar segundo trago sin haber terminado de hablar.
─Sentí como necesidad de escapar ─dije
logrando acabar la frase.
Unos segundos de tensión. La mecedora paró.
─¿Escapar? ¿Escapar de qué? ─preguntó Estela
con claro deje de malhumor.
─Escapar… Sí, ¿no os ha pasado nunca?
Buscar un camino largo, de esos caminos en los que ves como los dos lados
rectos se unen muy a lo lejos y que nunca llegas allí…
Dora quiso intervenir.
─Pero podrías haber dicho algo… ¡Yo que sé!
─Todo fue repentino. He decidido irme
pronto. No sé… quizás pasado mañana o el siguiente. Las expectativas que tenía
al venir aquí no se han cumplido, tengo una sensación desagradable, de
insatisfacción conmigo mismo. Quiero emprender el regreso ─Aligeré la botella
dándole otro toque.
Esther se levantó y dirigiéndose a Dora le
dijo:
─¿Nos vamos?
Dora asintió y pasaron por delante de mí,
casi pisándome. Pronto se perdieron en la oscuridad por el camino del lago.
Estela dejó la mecedora y se puso de pie a
mi lado. También miró en la misma dirección que yo lo hacía; hacia ninguna
parte.
─¿Qué te pasa? ¿En qué piensas? ─preguntó
íntima.
Dejé pasar unos segundos, cambié de postura
y fijé mis ojos en sus espléndidas piernas.
─Ahora mismo pensaba en Borges y Estela Canto, sentados en un duro banco de hormigón, cada uno en un extremo. Poca
iluminación; la de una farola a media distancia que les lanzaba algo de luz. Él
escudriñaba el oscuro espacio e intentaba mirar en la dirección en la que
estaba Estela. Borges le pidió que se casara con él. Quizás ella se sorprendió…
no sé. Aquella situación parecía sacada de una cursi novela victoriana… Sí,
creo que se quedó muda de asombro.
─¿Eso cuándo fue? ─preguntó Estela
sentándose a mi lado.
─Una noche, en los últimos días del verano
de 1945.
─Creo que ella no esperaba que el escritor
le hablase de casamiento.
─¿Y qué le respondió la Canto? ─la voz de
Estela se había suavizado y había perdido mucha parte de crispación.
Traté de recordar las palabras con toda
exactitud. Después de una corta pausa proseguí:
─La contestación de aquella Estela fue
divertida, ingeniosa, rápida: “Lo haría,
Georgie, pero no debes olvidar que soy una discípula de Bernard Shaw. No
podemos casarnos si antes no nos hemos acostado”.
─¿Qué pasó después? ─preguntó interesada.
─Imagino que Borges se quedó muy confundido
y no supo cómo reaccionar, ni sabía cuál era el siguiente paso que debía dar.
Estela no se mostró entusiasmada con la idea. Además la madre de Borges, doña
Leonor, interfirió mucho en aquella incipiente, o rara, relación.
De forma casual nos quedamos callados y
mirando la log cabin que habían
ocupado María K. y él.
─Entonces… ¿te vas? ─preguntó quedamente.
No respondí de inmediato, y volví a mirar a
lo lejos. Luego le recité unos versos sueltos:
La
luna ignora que es tranquila y clara
y ni
siquiera sabe que es la luna;
la
arena, que es la arena. No habrá una
cosa que sepa que
su forma es rara.
Las
piezas de marfil son tan ajenas
al
abstracto ajedrez como la mano
que
las rige. Quizá el destino humano
de breves dichas y
de largas penas…
─¿Sabes el título? ─me preguntó.
─Sí. “De
que nada sabe”, de la “Rosa Profunda”, de 1975.
Sonrió casi sin despegar sus carnosos
labios y habló con lentitud, palabra a palabra:
─”De
que nada se sabe”…
─Es cierto, sí, nunca sabemos nada.
─Nada ─repitió de nuevo.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia
Empezamos otra vez a engancharnos a Ignacio y a Borges, ya echaba de menos estos escritos, el de hoy me parece bastante profundo, la tristeza de la despedida, la decepción que siente, el no saber en realidad que es lo que quiere. Está todo tan bien expresado que he podido recordar situaciones en las que me he podido identificar con esas sensaciones.
ResponderEliminarMe ha encantado.
Buena noticia la de retomar las narraciones borgianas. Y bienvenida sea la que viene de la mano de la piesía.
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