LA ORQUESTA. II parte.
LA ORQUESTA. II parte.
Es curioso recordar que los músicos de las orquestas palatinas llevaban librea: una costumbre que a Mozart le molestaba, pero que otros ejecutantes ilustres -Haydn, por ejemplo- practicaban sin el menor enojo.
En determinadas fiestas, los músicos encargados de
amenizarlas iban disfrazados. Se ha contado, por ejemplo, que en un concierto
que se dio durante una recepción en la Embajada de Francia en Roma -en 1751-
actuó una orquesta cuyos componentes iban "vestidos
con trajes de teatro y llevando una corona de flores en la cabeza".
No es lógico pensar que en la constitución actual de
la orquesta haya de ser la definitiva. En general, ese conjunto se agrupa ante
el director en forma semicircular: violines primeros, violonchelos, los
instrumentos de madera, las violas, los violines segundos. Detrás en segundo
semicírculo, más amplio, en el que se ordenan los contrabajos, las trompas, las
trompetas, trombones y tubas, los instrumentos de percusión...
Ni la constitución ni la disposición de la orquesta
pueden ser rígidas y definitivas. Caben en ese instrumento de expresión musical
extraordinarias posibilidades, y a ellas habrá de ajustarse, en el paso del tiempo,
la ordenación orquestal. Cada música tiene, además, su personalidad y su
colorido genuinos, que requieren una distinta orquestación. Piénsese, por
ejemplo, en la profunda, radical diferencia que hay entre Ricardo Wagner y
Stravinsky, y esto explicará la diversa constitución que hayan de tener los
conjuntos ejecutantes de unas u otras partituras.
La música, como todo, evoluciona, y paralelamente ha
de ir cambiando también el conjunto de sonidos que en la orquesta sirve de
expresión a ese sentimiento artístico. El creador siente dentro de sí un mundo
lírico con acentos y tonos muy suyos, que él sólo percibe. La traducción
musical de ese mundo íntimo es obra personal. Transformar el sonido que se
escucha íntimamente en el sonido que puedan escuchar todos, es obra del propio
temperamento, del enfoque genuino y peculiar con que cada artista se sitúe ante
la Música. De aquí surgen la variedad y la posibilidad inagotables de la
orquesta, esa maravillosa gama de instrumentaciones posibles con las que cada autor
trata de dar el cauce adecuado a su inspiración. En este sentido es -como
ejemplo- interesante la orquesta que Igor Stravinsky utilizó en su ballet
«Petrouchka»: dos flautas, dos flautines, cuatro oboes y como inglés, tres
clarinetes, clarinete bajo, tres fagotes, contrafagot cuatro trompas, dos
cornetines, dos trompetas, tres trombones, tuba, bombo, platillos, celesta,
piano, dos arpas, xilófono, quinteto de cuerda... Con tan singular constitución
orquestal, Stravinsky logra, a lo largo de su «Petrouchka», efectos musicales
de deliciosa fuerza expresiva.
Al lado de los instrumentos habituales en toda
orquesta, otros que sin figurar normalmente en ella, son exigidos por
determinadas creaciones musicales: el piano y la guitarra, por ejemplo.
Pedro Salvatierra Velázquez,
Concertista y profesor de Conservatorio
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