BARAKIN, EL CUARTO REY MAGO
«Todos nuestros sueños se pueden
hacer realidad si tenemos el coraje
de perseguirlos.» (Walt Disney)
Vi la señal en el cielo a la vez que los otros y a la vez, también, decidí seguirla por los más recónditos caminos del Oriente. Muy rápido se preparó el cortejo y salimos una fría mañana muy temprano. Hacía tiempo que no subía al camello y mis huesos empezaron a notarlo pronto; paré la caravana, así podría descansar un rato y comer algo. Grité dando las ordenes pertinentes para que me construyesen un palanquín. Me negué a seguir el viaje en el maldito camello bamboleante. Sé que transcurrieron varios días antes de encontrarme en un oasis ─muy próximo al zigurat de Borsippa de altos muros y con siete pisos─ con los otros. Jamás había oído hablar de ellos, se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar, pasamos la primera noche hablando y hablando, eran tipos muy simpáticos, risueños. Un poco exagerados en sus atavíos, eso sí. Llevaban capas de armiño, joyas, turbantes con perlas, se ve que les encantaban los colores, aunque de noche ─en el desierto─ no les lucía nada. Comentaron que uno llevaba oro, otro incienso y otro mirra. Yo no llevaba nada, no sabía por qué debía de llevar algo, yo seguía aquel cometa como astrónomo aficionado y nada más; quería saber dónde iba o dónde caería, en otros tiempos ya había seguido varios brillos del cielo y siempre me habían frustrado. Jamás vi, ni encontré, nada.
Hubo momentos en los que pensé que ellos
estaban más enterados, quizás sabían cosas que yo ignoraba. Mientras
estuvimos en el oasis la estrella ─¿era una estrella?─ permaneció fija detrás
de la palmera más alta. En cuanto nos dispusimos a emprender la marcha parece
que el objeto brillante del cielo se dio cuenta y empezó a hacer círculos y espirales como
si estuviera bailando en las alturas.
El palanquín, desde luego, era más cómodo
que el camello, pero mucho más lento. No me decidí a utilizar el látigo con los
esclavos que me llevaban en andas, me pareció que no era políticamente correcto
estando cerca los otros reyes magos. Al cabo de cuatro días ya los había
perdido de vista, aunque aún seguía viendo el rastro del cometa.
Pasamos cerca de unas cuevas y decidí
acampar allí para reponer fuerzas; envíe un mensajero para que comunicase a
los que iban delante que me retrasaría algo; y que siguiesen, que ya les
alcanzaría en cuanto pudiese. Nos aposentamos lo mejor que pudimos en aquellas
grutas en las que nos topamos con una caravana de mercaderes que también habían
elegido aquel lugar para reposar. Les compré unas jarras de exquisita porcelana
que traían de China, unas tocas de seda de bonitos colores.
Después de dos días llegó un cortejo de
unas pocas personas con otro rey mago al frente que dijo llamarse Artabán. También
me comentó que él era el cuarto rey y había estado en el zigurat de Borsippa
pero que ya no había nadie esperándole. No tardé un instante en aclararle que
el cuarto rey era yo, y él, en todo caso, sería el quinto. Artabán era buena
persona, y un poco ingenuo. Se conformó rápidamente con el papel de quinto
seguidor de la estrella.
El rey Artabán llevaba tres regalos: un
diamante de la isla de Meroe, un trozo de jaspe de Chipre, y un rubí sanguíneo.
El segundo día de estar allí nos preocupamos muchísimo porque la estrella había
desaparecido de nuestra vista. El firmamento estaba limpio, miramos por todos
los rincones del cielo, pero no logramos ver el cometa. Pensamos que se había
ido, guiando, a Melchor y los otros. Artabán tomo la decisión de partir al día
siguiente, a primera hora, siguiendo sus propios cálculos.
Cuando desperté Artabán ya había marchado. Tuve un gran disgusto, algunos de mis porteadores me habían abandonado
subrepticiamente y se habían marchado uniéndose al grupo de Artabán, ahora mi
caravana tendría que caminar con más lentitud, o debería volver a subirme a un
camello. Me tomé el día para pensar qué hacer, ¿seguiría el camino y trataría
de encontrar la estrella para seguirla de nuevo? ¿No sería mejor dar la vuelta
y regresar a casa? Así pasé todo el día. A la caída de la noche vino la
decisión, la resolución era clara: volver a casa.
Íbamos a emprender la marcha cuando unos
tipos raros cubiertos de harapos, capuchas, y luengas barbas se acercaron a nuestra
comitiva. El que parecía ejercer de portavoz de ellos se aproximó diciendo: “Si
no podéis ser feliz aquí y ahora, no lo seréis nunca”. Las palabras esas me
pararon en seco y después de unos momentos de incomprensión e incertidumbre le dije:
─Buen hombre, no sé a qué se refiere,
¿podría explicármelo mejor?
─Buscando la
felicidad nos enfrentamos continuamente a nuestros propios límites, eso nos genera
siempre una profunda insatisfacción.
No sabía
muy bien qué contestarle y le invité a unirse a nuestra caravana.
Asintió
rápido moviendo la cabeza afirmativamente y añadió:
─La
felicidad siempre es una cosa que vislumbramos, una esperanza fugaz, algo
presentido…
Nada más que se me ocurrió decirle:
─¿Entonces
ya no volveré a ver la estrella?
Alzó la
mirada al cielo con ojos profundos, y unos segundos después respondió:
─Jamás.
Ignacio
Pérez Blanquer
Encantador, sugerente y entrañable, como todo lo que escribes. Me ha gustado mucho. Abres y cierras puertas, iluminas aspectos desconocidos de la Historia y despues nos dejas a oscuras obligandonos a seguir la ruta elegida a ciegas. Muy bonito, Ignacio. Gracias.
ResponderEliminarDe acuerdo totalmente con el anterior comentario, el relato nos envuelve en un extraño manto de esperanza y también de desesperanza y cada uno puede elegir su camino, el camino que crea que es el más conveniente. Sugerente y extraño, muy bonito.
ResponderEliminarEs mágico, como los Reyes.
ResponderEliminarUn bonito cuento de Navidad al que no le falta la identidad de tus escritos, Sencillez, claridad y un poco de intriga, hacen fácil, agradable y amena, la lectura.
ResponderEliminarFelicidades una vez más.
Muy bonito Ignacio. Tu fantasia parece no tener límites pero lo describes todo de tal forma que se hace tan fácil......
ResponderEliminarGracias
Me gusta, pero me ha dejado un poco tristona, quizás no esperaba ese final, aunque la realidad es que el sentimiento de felicidad suele ser efímero, pero la esperanza mejor es que suele sentirse muchas veces.
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