ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (57)

El sistema del optimismo
En 2010 el entonces presidente del gobierno dijo que las reformas emprendidas “suponen hoy esfuerzos y sacrificios, pero mañana serán confianza, prosperidad y empleo”. Hace días la alcaldesa de Madrid ha coincidido en el lema: “los sacrificios de hoy serán la prosperidad de mañana”. Tan optimista postulado, ajeno a las ideologías de sus sostenedores, condiciona en la retórica política la inclusión en la proposición del supuesto resultado futuro con objeto de justificar en el presente los acontecimientos problemáticos. La fórmula de sacrificio presente por prosperidad futura hunde sus raíces tanto en la antigua creencia bíblica como en la moderna doctrina de la “compensación”. Esta última condensa una creencia ancestral básica para el conformismo del cuerpo social en épocas difíciles: no hay mal que por bien no venga. Además, en la historia de las ideas constituye el presupuesto del más puro optimismo metafísico.

En el s. XVIII se vivió el dilema intelectual de si habitamos en un mundo gobernado por una inteligencia benefactora o, al contrario, por una fuerza insensata. Debatían los pensadores cómo un omnipotente Dios bueno permite el mal en el mundo. En 1710 el racionalista Leibniz intentó en su “Teodicea” una “justificación” del problema, poniendo la razón al servicio de la suficiencia y de la perfección. Si bien la doctrina de la perfectibilidad basa toda confianza en el futuro, la de la suficiencia propone que cualquier cosa tiene una razón de ser en el curso del mundo. No extraña, pues, la sentencia de Leibniz, también por boca de Mme. du Châtelet, de que éste es el mejor de los mundos posibles. Desde tal perspectiva, cualquier mal se ve como ocasión para un bien mayor.

En 1734 el poeta Pope afamó la doctrina optimista en un par de versos: “Todo mal particular, Bien universal” y “todo lo que es, está bien”. Los males particulares, sufrimientos y privaciones se compensan en el bien universal. Tan popular fue la doctrina que la Academia de Berlín propuso a concurso el examen crítico del sistema del optimismo, ganado por Reinhard en 1755, el mismo año del devastador terremoto de Lisboa. Esgrimiendo los estragos y dolorosas consecuencias del seísmo, el philosophe Voltaire, en su “Poema sobre el desastre de Lisboa, o todo está bien” (1756), dio la estocada crítica al indolente lema popeano y remató al optimismo leibniziano en su irónico “Cándido, o el optimismo” (1759). “El Todo está bien y el optimismo se han ido a tomar viento fresco”, dijo por carta Voltaire. Sin embargo, y a propósito del terremoto, un angustiado Rousseau polemizó con él, y un joven Kant mantuvo aún la tesis de la compensación. Y es que sin porvenir el presente sería horrible; así, como se lee al final del Poema: “Un día todo estará bien, he ahí nuestra esperanza”. Hoy, prosperidad sin esfuerzo es vana ilusión. Pero sacrificio sin prosperidad mañana sería trágico. Tragedia clásica griega.
José M. Sevilla Fernández
Académico de Santa Cecilia


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