ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (66)
Progreso y evolución
Es indudable que la sociedad progresa a un ritmo vertiginoso. Fabricamos
coches de ultimísima generación, móviles con un sinfín de prestaciones
inimaginables tan solo hace veinte años, nos comunicamos mediante Internet
hasta en los lugares más recónditos del planeta, etc. Estas y otras muchas
maravillas derivadas del progreso hacen que vivamos más confortablemente y con
más información que nunca en la historia de la Humanidad. Pero, ¿realmente
estamos evolucionando como seres humanos al mismo nivel que progresamos? ¿Nos
sentimos hoy más felices y realizados que hace veinte o más siglos? Podemos
negarlo rotundamente, sin temor alguno a equivocarnos. Analizar este hecho
sería absurdamente pretencioso por mi parte, por lo que me limitaré a esbozar
una simple observación:
¿Puede ser feliz una persona que realiza habitualmente labores ingratas, como barrer las calles o defender judicialmente a criminales? ¿Podemos ser felices viviendo en la vorágine alienadora de los tiempos actuales?
¿Puede ser feliz una persona que realiza habitualmente labores ingratas, como barrer las calles o defender judicialmente a criminales? ¿Podemos ser felices viviendo en la vorágine alienadora de los tiempos actuales?
Todos, en algún fortuito y breve momento de nuestra vida, hemos experimentado
una sensación de bienestar que nos inunda desde lo más profundo y que
quisiéramos atrapar para siempre. Al parecer, en la mayoría de las ocasiones,
esta sensación está asociada a la realización de acciones por los demás,
completamente desinteresadas. Sin embargo, por razones poderosas y en gran
parte crípticas, tendemos a buscar más la diversión que la propia felicidad.
Superficial y temporalmente nos encontramos más cómodos cuando nuestro cerebro
actúa pasivamente, dejando que nos invadan las sensaciones, pues éste se
resiste a ser frenado y dominado por nuestra voluntad. Si, por ejemplo, le
pedimos a alguien que no piense en que llevo puesta una chaqueta, su principal
pensamiento pasará a ser que llevo puesta una chaqueta. La diversión mediante
actividades pasivas, como por ejemplo ver la televisión, resulta placentera
porque nuestro cerebro produce endorfinas que actúan como auténticas drogas
internas que favorecen el desarrollo del cerebro más primitivo en detrimento
del que rige las funciones superiores. Tal vez, como hacen las drogas exógenas,
una vida “divertida” y basada en actividades casi exclusivamente externas y
pasivas, atrofiará progresivamente nuestra humanidad.
De entre los grandes ejemplos de luchadores por salvaguardar lo que de humano
hay en el hombre, como músico que soy, me viene a la cabeza el nombre de
Beethoven, quien dijo que el espíritu debe desprenderse de la materia donde el
fuego divino está prisionero. Él transformó su dolor en belleza sonora para las
generaciones futuras e hizo resonar, sobre la armonía del trombón bajo y la
cuerda grave, los versos de Schiller que invitan al mundo entero a unirse en un
inmenso abrazo.
Solo ejercitando nuestro núcleo de verdadera humanidad, retándonos cada día a
olvidarnos un poco de nosotros mismos, podremos adecentar las calles de nuestro
corazón, a la vez que barremos las de nuestro mundo.
Pedro Salvatierra Velázquez
Académico de Santa Cecilia
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