ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (67)
LA
OBSESIÓN POR EL TIEMPO
La
manera en que, desde hace meses, nos abruman con la enésima predicción del fin
del mundo hecha en tiempos remotos –ahora le ha tocado a ciertos vaticinios
mayas– unida a otros vaticinios ecológicos mucho más recientes sobre el estado
agonizante del planeta y al pesimismo por la crisis, está acabando por dejarnos
cierta sensación de hecatombe definitiva. Ciertamente, percibimos que estamos
en las postrimerías de algo que (como dirían en las series televisivas) “fue
bueno mientras duró”.
El
tiempo y la perdurabilidad siempre ha sido la obsesión del ser humano. Tenemos, creo yo, dos edades: la inocencia y
la consciencia, y esta segunda intuyo que debe empezar cuando reconocemos el
tiempo y, con él, la propia contingencia.
La
manera de enfrentarse a esta obsesión no ha sido siempre la misma a lo largo de
la historia, y no me refiero a las distintas teorías de filósofos y sesudos
varios, me refiero a esa sensibilidad concreta que se desarrolla espontáneamente
entre quienes comparten un momento histórico, con sus condiciones sociales,
económicas e ideológicas. Las manicuras, los empleados de correos, los
guionistas de televisión no leen masivamente a los filósofos contemporáneos; a
los filósofos contemporáneos ni siquiera los leen masivamente los profesores de
filosofía contemporáneos.
Lo
cierto es que se puede cifrar cada periodo cultural de occidente mediante el
enunciado de un tema tópico de la literatura en torno al tiempo. Sabemos, por
ejemplo, que en la desvalorización absoluta de esta vida mortal en favor de la
eterna se puede cifrar la mentalidad de la Edad Media y que ésta se resume en
el tópico del vanitas vanitatum (“vanidad
de vanidades”); de la misma manera,
otro tópico del tiempo: el carpe diem
(“recolecta el día”, entendido como “disfruta el momento”) representa al
Renacimiento y su confianza en el hombre. El Barroco se define por medio del tempus fugit (“el tiempo se escapa”) y
su angustia que deja al hombre confuso; La Ilustración, como después hará el
realismo, por la expresión hic et nunc
(“aquí y ahora”) con su racionalismo y su gusto por los ambientes
contemporáneos. Gran parte de nuestro Romanticismo puede explicarse con un ubi sunt? (“¿dónde están?”, en el
sentido de “¿en qué han parado?”) al traducir no sólo la nostalgia idealista
por el pasado sino también su desengaño vital.
Para el siglo XX, sin embargo, no
encuentro tópico latino que pueda resumirlo, lo cual es apropiado para un siglo
bárbaro (en el doble sentido: el que le daban los romanos y el coloquial) y ultracientífico.
Quizás el siglo XX, relativista y racionalista hasta el exceso, sólo puede definirlo
una teoría científica que viene a dar formulación al propio carácter
condicional del tiempo: la teoría de la relatividad.
Los años venideros, sin duda alguna,
afrontarán nuestra obsesión de otra manera. No me pregunten cuál, aún observo.
Inmaculada Moreno
Hernández
Académica de Santa
Cecilia
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