ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (162)
La cultura de la queja
Me
gusta quejarme. Me encanta, me desahoga, me hace sentirme como pez en el agua.
Permite que los demás vean lo bueno que soy yo y lo malos que son ellos. Y la
gran equivocación del mundo al no haberme puesto a mí al frente de todo, ya que
lo hubiera hecho, desde luego, mucho mejor que el grupo de imbéciles que manda
y organiza este mundo de locos.
Soy
de esas personas que si hubiera un libro de reclamaciones general de la vida
estaría todo el día en la cola. Y me quejaría sin parar, sí señor, me quejaría
hasta de la cola que habría para el libro de reclamaciones que, sin duda, sería
larguísima pues a todo el mundo le gusta quejarse, como a mí, y con razón. Como
no hay libro ni un lugar con alguien como dios manda para quejarse, me quejo en
todas partes y a todas horas, para que vean que por lo menos no me callo, que
ya está bien.
Y
es que no hay por dónde empezar, lo mires por donde lo mires. Desde pequeños en
el colegio, que ya te martirizan los compañeros y los inútiles de los profesores,
para que te vayas acostumbrando, hasta el atajo de negreros que te encuentras
después en cada lugar de trabajo que vas a ganarte el pan. Eso, si tienes
trabajo, que esa es otra. ¿Y por qué todo el mundo te trata mal, y cuando te
mira adivinas que está pensando: menudo cretino? Y vas a comprar algo a un
sitio y te engañan, y cada uno va a lo suyo y a los demás que les parta un
rayo.
Así que me quejo. Me quejo de
mi mujer, que es la que tengo más cerca por eso es de la que más me quejo, de
mis hijos, que no me hacen caso, y de
mis amigos, que para esos amigos mejor no tener nada. Del ayuntamiento, de las
obras que hay en mi calle, de la justicia, de la falta de educación, de lo mala
que es la televisión que veo sin parar, de los periodistas, de los enchufes que
tienen los demás, de los impuestos, de la corrupción, de la globalización, de
la contaminación, del calentamiento climático, del mercado mundial, de los
bancos, de los árbitros cuando pitan algo contra mi equipo, de la falta de
valores que tienen todos menos yo, del egoísmo y la maldad planetaria, del frío
que hace en invierno y del calorazo en verano, de que solo llueve cuando yo
acabo de limpiar mi coche, de las multas, de los inútiles de mis jefes, de lo
lleno que va el metro, de que la gente no me entiende y las mujeres menos, de
que no me toca la lotería ni echando, de que las cosas ya no son como antes, y de que, encima, a veces me duelen cosas o me tienen que operar de
algo, que tiene bemoles. Del tráfico, de que la fruta no sabe a nada, de que
los políticos son unos alienígenas perversos que nos martirizan, de los curas, que ya está bien, del gobierno,
que no sé de dónde han sacado a esa panda de inútiles, que ponen a unos monos
del zoo y lo hacen mejor, de que haya
reyes como cuando los Reyes Católicos, con lo que cuestan y no sirven para
nada, y de que no duermo bien, me quejo. De la próstata no quiero ni hablar, y
al vecino de al lado le tengo una manía que hay días que sueño que le da un
infarto o le pilla un camión. Ah, y me quejo ─y de esto, como de lo demás, he
mandado muchas cartas a los periódicos que casi nunca me publican─ de que
encima nuestro pobres jóvenes se tengan que ir al extranjero, con lo lejos que
está.
José Luis Alonso de Santos
Académico
de Santa Cecilia
Artículo genial, es un verdadero placer leer un escrito así.
ResponderEliminarMaravilloso y hasta delicioso artículo. Me lo he pasado genial leyendo el texto.
ResponderEliminarMuy bueno.
ResponderEliminarPues yo no tengo más remedio que quejarme de lo corto que me ha resultado el espléndido artículo de J.Luis Alonso. Muchas gracias.
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