ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (172)
EL URBANISMO DE EL
PUERTO
Para
los porteños, como le gusta decir al amigo Morillo, que no residimos todo el
año en El Puerto aunque si en la época del veraneo, que en mi caso se alarga
casi a tres meses, El Puerto es una ciudad más atractiva que para sus
residentes habituales y, a veces, no comprendemos las críticas que algunos
hacen a su urbanismo: que si el deterioro del casco antiguo, que si la
degradación de algunas zonas, que si los aparcamientos, etc. Antes al contrario
para nosotros algunas de las peculiaridades de su urbanismo resultan curiosas y,
a veces, atractivas por singulares y se
nos hacen muy ostensibles cuando paseando o en bicicleta las vamos constatando:
porque no hay un Puerto, sino, al menos, cuatro.
En
primer lugar, El Puerto de siempre, es decir el de nuestra niñez que queda
dentro de un perímetro cuyos lados quedan acotados por la ribera del Rio, la
calle Valdés, lo que era el ejido de San Juan con el límite que representaba el
ferrocarril a Sanlúcar y, finalmente, la
antigua carretera general a Cádiz y la zona
de la Victoria. Es El Puerto de la cuadrícula y las calles a cordel,
cuyos nombres son pura poesía cuando no son recuerdos de nombres de santos o de
personajes ilustres, algunos paisanos.
Luego
viene el Puerto crecido más allá de la Plaza de Toros –toda esa zona que
llamamos Crevillet- y que, como reflejo de un urbanístico complejo de Edipo, abomina
de la línea recta prefiriendo la curva y aun la quebrada y en el que, para
seguir con los quiebros, resulta, además, habitual encontrase con una señal de
contramano sin otra justificación que obligarnos a cambiar de dirección. Es el
Puerto de nombres de calles casi imposibles de recordar por el noble deseo de
perpetuar la memoria de gente corriente que fueron portuenses contemporáneos.
Nada
tienen que ver los Puertos anteriores con la expansión por la costa Oeste y por
el Norte, caminito de Jerez. Una nos recuerda el urbanismo anglosajón
norteamericano y a veces pensamos si no estaremos pedaleando por un algún
rincón del Estado de Florida; la otra es más bien de impronta
hispanoamericana y nos trae a la memoria
las zonas periféricas de México distrito federal, aunque para que el parecido fuese más auténtico haría falta una maraña mayor de cables
aéreos.
Y
luego viene El Puerto de la otra banda, Valdelagrana, aunque próximo tan lejano
que hasta tiene un obispo distinto y que no será de verdad El Puerto hasta que
esté ultimado el cordón umbilical de esas pasarelas que debieran haber sido
realidad desde hace medio siglo.
No hay un solo Puerto, sino
cuatro o aun cinco. Cuando esa variedad ocurre en una gran urbe, su extensión
hace que el fenómeno quede desapercibido. Cuando sucede en una ciudad mediana
no hay lugar para el aburrimiento contemplativo. Por eso nos lo pasamos tan
bien cuando callejeamos por El Puerto.
José
Luis García Ruiz
Académico
de Santa Cecilia
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