ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (185)
LAS TRES MUERTES DE
PLATERO
Platero, el de Platero y yo, no tuvo nunca una muerte biológica porque Platero
nunca fue un burro de carne y hueso. Platero
fue un burro literario y lo amalgamó Juan Ramón Jiménez, a base de sensibilidad
y palabras, a partir de los muchos burrillos que la familia del poeta tuvo.
A
Platero, sin embargo, lo han matado muchas veces. La ocasión más sigilosa creo
yo que fue cuando lo asesinó Buñuel. No
sé si se acuerdan ustedes de aquella película del cineasta aragonés que es
fundamental para el Surrealismo. Sí, hablo de Un perro andaluz; esa con la
que todos dimos un respingo la primera vez que vimos cómo una cuchilla de
afeitar cortaba el ojo de una joven. Sí,
esa. La película se grabó en 1929 y es
conocido que en ella tomó parte activa, tras los focos, Salvador Dalí; y también
es conocido que García Lorca se pilló un gran rebote con ambos, Dalí y Buñuel,
al creer que el título lo aludía a él.
Pues bien, yo creo que Federico se
equivocaba. No era él el blanco. Hay una escena muy significativa en la que un
personaje arrastra con cuerdas un piano de cola que soporta un burro muerto
encima. No sé yo si esa escena aumentó la susceptibilidad del poeta granadino,
buen pianista él, además de escritor de versos de llamativa musicalidad; pero,
desde luego, no debería haberse enfadado García Lorca. Yo tengo para mí que la escenita aludía a la
poesía sensitiva y musical de Juan Ramón Jiménez y que ese burro era Platero. En esos años, los jóvenes poetas y artistas,
que tanto había mimado Juan Ramón desde la Residencia de Estudiantes y desde
las múltiples revistas poéticas que creó y sostuvo, se desmarcaban de la
estética inicial y lo hacían, como es tradicional, “matando al padre” artístico;
en este caso, exhibiendo un Platero yacente en tan peculiar ataúd: el piano
representativo de aquella prosa poética que le dio vida. Matar al padre es ley del arte.
Pero este no fue el primer ni el único
asesinato de Platero. El primero vino en el momento en que los editores se
empeñaron en hacer de Platero y yo un
libro para niños, cuando no lo es en absoluto (“Yo no he escrito ni escribiré
nunca para niños” escribía Juan Ramón precisamente en el “prologuillo” de
aquella edición). Los niños pueden leer Platero
y yo, no seré yo quien diga otra cosa, pero la lectura infantil se pierde
todo lo que está destinado a una visión
madura.
Este
2014 le están robando de nuevo la vida literaria a Platero. Se nos está yendo
el centenario de la primera edición de un libro que -a decir de Vicente Gaos- consiguió representar la sensibilidad andaluza
a través del paisaje y de sus gentes, como sus compañeros de generación (Antonio
Machado, Azorín…) lo hicieron con Castilla. A estos últimos se lo hemos
reconocido merecidamente; a Juan Ramón, en su justa relevancia, todavía no.
Inmaculada Moreno
H.,
Académica
de Santa Cecilia
Primer capítulo de "Platero y yo"
Estupendo artículo. Deberíamos ser más sensibles con una gran figura de la literatura como es J.R. Jiménez y situarlo a su merecida altura, pero desgraciadamente los méritos literarios también se manipulan políticamente.
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