ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (213)
El niño que jugaba con la brújula
Aún faltaban unos años
para que terminase el siglo XIX. El pequeño había estado unos días en cama
aquejado de una inflamación bronquial. Hermann, su padre, le dio una brújula de
marinero para que jugase con ella, y se entretuviese en las largas tardes,
imaginando ser un valeroso capitán que intentaba orientarse, con aquel
dispositivo, navegando en un mar azotado por un temporal. El niño, Albert, no
tenía demasiadas ganas de jugar pero se extasiaba ante la agitada aguja que siempre
señalaba en la misma dirección. Su tío Jakob le explicó algo sobre campos
magnéticos y sobre los polos de la Tierra pero las preguntas del niño se
multiplicaban y el tío Jakob pronto quedó sin respuestas.
En 1915, Albert Einstein, ese chico obsesionado con la
persistencia de la brújula señalando al Norte, presentó uno de los constructos
intelectuales más importantes de toda la historia de la ciencia: la Teoría General de la Relatividad.
Diez años antes había demostrado que en objetos que se
moviesen a velocidades extremadamente grandes ─cercanas a las de la luz─ se
producirían efectos muy extraños. Un cuerpo desplazándose a esas velocidades se
volvería más pesado y su longitud iría disminuyendo en la dirección de su
movimiento. Además, la consideración del tiempo en ese objeto sería más lenta
que la de un observador que se moviera a mucha menor velocidad, o sea el
viajero veloz envejecería más lentamente que el observador lento. Se trataba de
la denominada Teoría Especial de la Relatividad. En ella explicaba que el comportamiento anómalo de esas masas
lanzadas a tremendas velocidades se debía a la imposibilidad de que hubiese
algo que superase a la luz en velocidad, y ante ese escollo el tiempo y el
espacio sufrían una distorsión para compensar, o para equilibrar de algún modo,
la proximidad de alcance del límite universal de velocidad.
Einstein edificó la relatividad especial a partir del intento de comprensión de las fuerzas electromagnéticas, a las que, quizás, le habían conducido sus tercos interrogantes de niño ante la brújula con la que jugaba. Sin embargo, otro tipo de fuerza de la naturaleza, la gravedad, no tenía cabida dentro de la relatividad especial y la mecánica clásica ─en los casos límite─ era incompatible con ella. Era imprescindible, pues, desarrollar una teoría relativista de la gravitación. Este fue el colosal problema que abordó Einstein desde 1905 y que terminó cuando publicó la Teoría General de la Relatividad cuyo centenario celebramos este año.
Esta teoría trastocaba nuestra visión del espacio, del
tiempo y del sentido común postulando que espacio y tiempo son indisociables, que
el espacio-tiempo es curvo y la gravedad es una manifestación de esa curvatura.
Einstein fue mucho más allá que Newton y nos bajó el telón
de un universo de lentes gravitacionales, estrellas de neutrones y agujeros
negros en lo hondo del espacio.
Ignacio
Pérez Blanquer
Académico
de Santa Cecilia
Me gusta y de algo me enterado. Es conveniente el desarrollo de cultura científica al alcance de todos.
ResponderEliminarMe ha encantado el escrito, lo que pasa es que debe ser seguido por otros para que se puedan comprender más aspectos de esta apasionante teoría de hace un siglo. Enhorabuena.
ResponderEliminarBonita explicación de mi profe. Todavía recuerdo un día que Pruden E. lloró de emoción en una explicación sobre el magnetismo y la generación de electricidad, es increíble pero así fue.
ResponderEliminarLectura apasionante que empieza como un cuento y cuando ya no tengo escapatoria me encuentro dentro de la Teoría Especial de la Relatividad y ¡la entiendo! Para alguien " de letras" es casi mágico la sensación. Felicidades por este escrito tan sensacional por su prosa como por su contenido.
ResponderEliminarMe ha sabido a poco. Hay continuación???
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