BASÍLICA DE SAN VITAL, RÁVENA, ITALIA.
Recordaremos que el encargo del edificio data de fechas anteriores a 540,
cuando la ciudad es reconquistada por el general Belisario a las tropas
ostrogodas. A partir de esa fecha Rávena se convierte en sede de un exarcado en
el que el puesto de gobernador lo ocupa el propio obispo; en fechas de la
terminación de San Vital lo es Maximiano, quien consagra la iglesia en 547. Por
ello, es probable que los paneles en los que se representa al emperador y a su
esposa, manifiesten el interés por la reconquista bizantina de Italia, así como
el apoyo al virrey Maximiano un candidato imperial, la entrega de regalos a la
iglesia de San Vital y la acentuación de las dos esferas de autoridad, el imperium y
el sacerdotium.
Los mosaicos de San Vital contienen un programa iconográfico muy completo.
En este breve recorrido por la Basílica resaltaremos solamente los dos paneles,
dentro del ábside en las paredes de ambos lados, que representan al emperador
Justiniano y a su esposa Teodora.
En el lado del Evangelio, se ve a Justiniano, con aureola, coronado y
revestido de clámide de púrpura sujetada con una enorme fíbula de oro y joyas.
Su mano izquierda, cubierta, sostiene la bandeja. Está acompañado por su corte
y por el obispo de Rávena Maximiano y llevan los utensilios necesarios para la
celebración de la misa: patena, cruz, Evangelios e incensario. A su derecha, en
el extremo, un grupo de la guardia real. Todos están de pie ante un fondo
verde, y dirigen su mirada hacia el espectador.
En el lado de la Epístola, destaca la figura de la emperatriz Teodora,
engalanada con joyas, diadema, y collar,
ataviada con una clámide de púrpura bordada en oro con las figuras de los tres
Magos, sostiene un cáliz de oro y es precedida por dos chambelanes. Uno de
ellos alarga el brazo hacia una cortina recogida que cuelga de la puerta, pero
vuelve la vista hacia la emperatriz. La emperatriz se halla en pie en un nicho
coronado por una concha, las damas acompañan a la emperatriz debajo de un dosel
recogido; delante de la puerta, a la izquierda, hay una fuentecilla de la que
brota agua.
Esta ofrenda imperial realizada por Justiniano y Teodora era un gesto
frecuente en aquellos tiempos hacia las iglesias más importantes del Imperio.
Su representación se basa en la oblatio, tema que responde a una
iconografía jurídica con precedentes en Roma, llegado el momento de invocar la
acción sagrada del emperador como pontífice máximo. Este cortejo imperial
(ficticio, pues parece ser que Justiniano y Teodora nunca visitaron Rávena)
perseguiría dos objetivos, por una parte el reconocimiento de la divinidad de
Cristo como hijo de Dios; un reconocimiento que negaba la doctrina arriana, y
por otra parte trataba de invocar la relación entre Dios y el emperador
plasmando así una idea que era casi un principio moral: el carácter divino del
soberano que dispensa al mundo la gracia divina. Justiniano tendría como misión
hacer triunfar en la tierra el reino de Cristo.
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