72 días
¿Percance?,
¿contratiempo? ¿Accidente? Antes se decía también 'prueba'.
¿Qué
sucede cuando a uno le dicen que tiene algo de eso que termina en
"oma"? En realidad no pasa nada, quizás un ligero temblor
en los labios que pone la cara un poco abobada. Un bloqueo; la mente
se queda paralizada unos segundos. O unos días. Cuesta trabajo poner
orden en la cabeza, es como si se cruzasen en ella miles de mensajes
a alta velocidad; no se ve ninguno, no se lee ninguno. Se escuchan
las voces externas pero son solo sonidos impotentes.
Al cabo
de dos, tres días, ya sabe uno que deberá luchar. ¿Luchar? ¿Cómo
se lucha ante eso? Entonces me doy cuenta que la palabra 'luchar'
aquí aplicada es una especie de entelequia. Bueno... Hay una
multitud de palabras repetidas. Son quimeras, lirismos, fantasías,
ilusiones. En realidad únicamente sirven para sonreir un poco y
agradecerlas.
A
continuación vamos entrando en la realidad, ¿cuál es el tipo de
ese "oma"? Dicen que hay alrededor de trescientos, todos
diferentes y con muy diferentes grados de perfidia. A partir de ahí
los procesos personales se bifurcan, ¿cuáles son las posibilidades
de atacar el daño? ¿Qué hay que hacer? ¿Cómo procedemos?
Dijeron
que era de un Gleason reducido. Este es un valor de la escala del
sistema que se utiliza para medir el grado de agresividad de un
"oma", ¡qué me cuesta escribir cáncer! Hasta el 6 se
trata de un "oma" poco belicoso y de crecimiento pausado.
Eso permite otros enfoques. ¡Y otras esperanzas!
¿Dudas?
¿Incertidumbres? ¡Muchísimas!
El idioma
alemán es un pozo sin fondo, así que desde el primer día me
dediqué al estudio de la lengua alemana con intensidad. Esa
dedicación me permitía ocuparme de otros asuntos en cuanto me
asaltaban extraños pensamientos; los laberintos de la gramática
germana se convertían en un refugio inexpugnable. También los
amigos en Internet robaban el tiempo a mis preocupaciones.
El
apetito funcionaba a la perfección y no existían molestias
anómalas. De los tratamientos posibles opté por la radioterapia. La
cirugía no era aconsejable en este caso, y el otro, la
braquiterapia, no me era cómodo. Empezaron las sesiones y al cabo de
pocos días hicieron acto de presencia otros fastidios tipo cistitis,
rectitis y cosas así, que con el santo Iboprufeno eran llevaderas.
La sala
de espera de la clínica oncológica era un micromundo digno de un
pormenorizado análisis. El primer día me produjo cierto estupor ver
como dos pacientes, con aspecto de tener un Gleason alto, bromeaban
y reían. Mujeres sin pelo, cubiertas con pañuelos coloreados y con
rostro de energía y ánimo. Algunos hombres, un tanto hoscos
─tímidos quizás─ jugueteaban con el móvil. Las enfermeras
─ángeles─ daban instrucciones, conducían a los enfermos, con
sonrisas perennes, inamovibles, que llenaban todos los espacios.
Un
pasillo muy largo e iluminado; entraba el sol por varios ventanales.
Al final, en un vestidor a la izquierda, había que desnudarse y
ponerse un batín azul, casi de papel, y unas, muy ligeras,
zapatillas blancas que daban la impresión de caminar descalzo con
ellas. Unos metros más adelante se entraba en la sala del acelerador
lineal; un prodigioso aparato que dota de gran velocidad a millones
de electrones, los hace chocar contra una plancha metálica especial
y de ahí se desprenden unos rayos X (radiación Gamma) de alta
energía que por medio de unos mecanismos muy sofisticados son
conducidos hacía el interior del paciente para golpear, duramente,
la zona afectada.
El
recinto es muy grande, suena música suave que nadie escucha. Varias
pantallas muestran datos que son verificados y contrastados por el
personal. Hay que acostarse sobre una plancha negra; las enfermeras
ajustan la posición al milímetro entre sugerentes y confortables
palabras. Se marchan de allí ─a su sala de control─ recomendando
una quietud absoluta.
Unos
ruidos extraños turban el ambiente, la música sigue sonando. Dos
placas blancas y una especie de cabeza metálica enorme con una
pantalla verde empieza a girar. No sé cuantas vueltas da a mi
alrededor. Todo dura unos pocos minutos, muy pocos, pero parecen ser
eternos.
Entran
las enfermeras que me ayudan a salir de allí. Todo ha pasado.
Primera sesión finalizada, quedan veintiuna más.
No he
notado nada, pero nada. ¿Hará esto algo? ¿No será todo una broma
increíble? ¿Acaso un simulacro diabólico?
La
primera semana, cinco sesiones, transcurre muy bien. Un poco de
cansancio que me dicen que es normal. Dos días de descanso para dar
tiempo de recuperación a tejidos sanos afectados por la radiación.
A la
séptima u octava sesión ya no dudo de que cambian cosas en mi
interior, ir al baño se empieza a convertir en un martirio, una
cistitis no infecciosa, es decir provocada por la radiación, me
produce mucho dolor. La inflamación se extiende a la uretra y al
recto y paso unos días muy desagradables. Pero todo eso está ─me
repiten, ya lo dije antes─ dentro de la normalidad; san Ibuprofeno,
Micturol sedante, beber mucha agua y poco más.
Las
preposiciones alemanas son traumáticas, unas rigen en dativo, otras
en acusativo, o en ambos casos... ¡un lío!
Finalizadas
todas las sesiones. Últimos de junio; hay que esperar y soportar
─casi un mes más─ las incomodidades citadas. A mediados de mes
con todo un calor insoportable, remiten las molestias, desaparecen
como por encanto. El doctor recomienda no hacer ningún análisis
hasta final de agosto porque probablemente la mayoría de los
indicadores sanguíneos estarían perturbados.
Un
percance... ¿Contratiempo? ¿Accidente? Tengo un fuerte dolor en un
pie, muy parecido a la gota, idéntico. Un médico general quiere ver
el nivel de ácido úrico y prescribe un análisis completo con PSA
incluido. Voltaren, y Colchicina.
¡El PSA
normal! ¡Bajo!
Pienso en
el acelerador lineal, en el "linac". ¡Había hecho su
trabajo perfectamente! La sonrisa aún era estúpida pero tenía
otros matices.
Día
último de julio: ¡Todo fantástico!
─¿Cuándo
debo volver doctor?
─No
tiene ya que volver, todo está perfectamente. Eso ha desaparecido.
Setenta y
dos días... unas líneas...
Ignacio
Pérez Blanquer
Académico de
Santa Cecilia
Bellísimo texto. Quizás sea por el don que posee el autor de hacer fácil lo difícil cuando se trata de plasmar en papel las ideas o las creaciones que ha conseguido dotar al artículo de una emoción contenida y permanente desde las primeras líneas y describe con absoluta objetividad lo que es "esa experiencia" y el proceso que conlleva. Un texto que al final es esperanza, positivismo, optimismo, fe en la gente y la posibilidad de seguir aprendiendo de la vida.
ResponderEliminar(Y coincido en lo relativo al alemán, bello pero con bastante mala idea: ¡las declinaciones de artículos, adjetivos....!).
Duro y real, en mi casa está pasando algo parecido. Este escrito ayuda a un buen enfoque. Muchas gracias.
ResponderEliminarEstoy impresionado, una respuesta valiente, no qué más decir. Prfesor un fuerte abrazo.
ResponderEliminarTexto digno de la inteligencia analítica de su autor .Un relato emocionante de 72 días que ,gracias a Dios quedaron sólo en eso ,en 72 días para recordar y compartir como experiencia.Seguro que ayudará a otras personas a afrontar el tan odiado " oma ".Mi alegría por la recuperación y mi mas sincera enhorabuena por el texto .
ResponderEliminar¡Un beso grande y a deleitarnos con tus escritos!!!
ResponderEliminarMuy verdadero todo lo que he leído. Yo pasé por lo mismo, en mi caso fueron 35 sesiones, lo leo y revivo mi angustia, el cansancio se hizo crónico y toda clase de secuelas pero en fin.... estamos aquí para contarlo.
ResponderEliminarComo siempre, concreto. Sin florituras, muy ameno, crei que e staba leyendo el guion de una peli de accion ...
ResponderEliminarHemos convivido contigo varias semanas de tertulias y, sin embargo, has sabido controlar tus sentimientos, dándote y dándonos ánimo, sin demostrarnos tus angustias y temores. Solo por eso te mereces, como decís los profesores, UN SOBRESALIENTE. Un fuerte abrazo.
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