10.FENICIOS, TARTESIOS Y GRIEGOS EN OCCIDENTE
Lo que se
comía del mar en la Bahía hace 3000 años
Diego Ruiz Mata / Catedrático de
Prehistoria y Académico de Sta. Cecilia
A Aponiente, que revive una
antigua historia de comida marina
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La Bahía
gaditana acumula una sólida tradición pesquera,
consecuencia de su situación en la costa, entre el mar y el océano, y de
la extraordinaria riqueza de sus fondos marinos que sustentaban a multitud de especies.
Entre ellas, y con abundancia, los sargos, raspallones, obladas, salemas,
meros, salmonetes, bodiones y muchas más, así como peces de vida más pelágica,
como servias espetones, corvinas y pargos, a los que se añaden numerosos
invertebrados -crustáceos, gorgonas y corales. Pero la pesca más nombrada en
los textos y deseada de todos los tiempos antiguos, es la del atún, no en los
primeros siglos fenicios, como denotan las especies analizadas, sino después de
los siglos VII y VI a.C. De ello hablaré en otro momento, en un artículo
dedicado a su pesca y a su producción, que llegó a ser una industria muy floreciente desde esos momentos
hasta la actualidad. La causa de tan gran variedad de peces se debía a la
existencia de grandes y abundantes extensiones de fanerógamas marinas y algas
que constituían su principal alimento. Óptimas condiciones para el sustento de
las especies del mar. De ahí, su desarrollo.
Y para su conservación, la sal, ese oro blanco
-su nombre metafórico y real- o cloruro sódico, como se denomina oficialmente
desde la ciencia, sin cuya existencia no
hay producción industrial. La costa gaditana constituye una de las mayores productoras
de España y, sobre todo, en la explotación de salinas de aguas marinas. Su
relación con la pesca lo advirtieron Estrabón y Plinio en el siglo primero. El
primero, refiriéndose a los productos que se exportaban desde la Turdetania
–suroeste peninsular-, dice: “tiene sal
fósil y muchas corrientes de ríos salados, gracias a lo cual…abundan los
talleres de salazón de pescado, que producen salmueras tan buenas como las
pónticas”, cuya comparación constituía un halago para la producción
industrial gaditana. Y Plinio el Viejo refleja sus cualidades curativas, y
escribe: “se extrae una sal en bloques
casi traslúcidos, la cual, y desde hace ya tiempo, lleva para la mayoría de los
médicos la palma sobre las otras clases de sal”. Por ello se valora y
demanda en la actualidad.
¿Cuándo se
atestigua el inicio de la pesca en este ámbito?. Las comunidades prehistóricas
que poblaron el Golfo de Cádiz se beneficiaron de los productos que
generosamente ofrecía el mar sólo para el consumo doméstico. En el poblado de
El Retamar, en Puerto Real, se han exhumado restos de peces que sugieren que
fue un lugar especializado en la pesca de la dorada. Los escómbridos se han
hallado en los depósitos de los “campos de silos” calcolíticos, del milenio III
a.C, de la Bahía gaditana. Incluso en la
misma isla, por esos tiempos, se han recogido numerosos restos, cuya actividad
productiva para el alimento debió basarse en gran parte en los recursos
pesqueros. Más tarde, durante el primer milenio antes de Cristo, la pesca
constituyó, además del consumo, un comercio enjundioso, como relataron las
fuentes griegas y romanas. En suma, es opinión aceptada por los investigadores
y manifiesta por los datos arqueológicos, que fueron los fenicios los
iniciadores y propulsores de la pesca con fines comerciales e industriales. Y
el Castillo de Doña lo confirma con los despojos de sus comidas de bases marinas
hallados en sus estratos.
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En realidad,
no se conoce de época fenicia –siglos VIII y VII a. de C.- ninguna zona
industrial derivada de la pesca ni las artes empleadas en Occidente, que espera
todavía el pico y la pala del arqueólogo, pero los análisis de peces y moluscos
proporcionan una documentación muy estimable para determinar la importancia de
esta actividad, su consumo y su posible proyección industrial y comercial. Las
investigaciones ictiológicas llevadas a cabo en la ciudad fenicia del Castillo de
Doña Blanca, cuyos resultados son los que conozco con más detalles, han ofrecido una documentación preciosa y
precisa para conocer el elenco de peces para el consumo, que resumo para el
lector. La impresión que se obtiene de su estudio es la de su gran diversidad
de las faunas demersales litorales entre las que destacan con mucho los
espáridos –dentones, pargos, brecas, caballas y doradas-, y en menor cantidad
el atún, al menos en estos primeros momentos fenicios. Mas también, especies de
agua dulce, como el esturión o el barbo, por ejemplo. En cuanto al marisqueo,
que se practicó profusamente, destacan los bivalvos marinos, gasterópodos,
pulmunados, cefalópodos y algún que otro bivalvo de agua dulce. Una especie muy
abundante, que debió gustar mucho entre los habitantes de esta zona, es la
coquina, de indudable valor dietético, y numerosas son también las almejas, los
burgaillos y las lapas, de mayor tamaño
que las actuales. Todo indica un tipo de pesca litoral, con capturas cercanas a
la costa y a sus poblados pesqueros y
consumidores, en las que se debieron emplear redes con mallas de reducidas
dimensiones, que aseguraban la pesca de individuos de pequeña talla y
ejemplares juveniles.
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¿Y cómo eran
los sistemas de pesca?. Las descripciones gráficas en pinturas y mosaicos y las
escritas ofrecen una información muy detallada. De ellas, recojo las escritas
por Opiano, natural de Cilicia en la actual Turquía asiática, transmitidas en
su extenso poema Halieútica, o Sobre
la Pesca, de hacia el 180 d.C. Habla del pescador, que deberá ser de miembros
fuertes y ágiles, no muy obeso, pero tampoco escaso en carne, pues deberá
luchar con potentes peces, y además sabio, ante las trampas de peces que les
espera en su captura, paciente, sereno, amante de la mar y de poco dormir. Y
Homero, el mismo Opiano en varios pasajes y Eliano, del siglo III d.C.,
describen aspectos de las artes de pesca, muy parecidas a las actuales y que
hallamos en los estratos fenicios y romanos. Homero menciona las redes de lino
y el arpón en la captura de los peces. Más detalles ofrece Opiano de los
elementos pesqueros con red, que deben
ser “soga de esparto, lino blanco y
negro, junco, corchos, plomo, madera de pino, correas, zumaque, piedra papiro,
cuerno, una barca de seis remos, torno con su manubrio, tambor, hierro, madera
y pez. Y describe también los tipos de redes, “las arrojadizas y las de arrastre, / mas rastras, de bolsa redondas y
barrederas; /de cubierta les dicen a otras; con las barrederas, / las de suelo,
los esparaveles, la curva que puede / coger todo: esas redes de senos astutos
son muchas”. En
cuanto a la pesca con arpón, dice Eliano que “es más varonil que las demás y requiere un
pescador sumamente fuerte”. Pero la pesca de anzuelo es la más perfecta
para este autor, y la más apropiada, requiriéndose numerosos artificios que no
podemos enumerar aquí. Describe Opiano, en esta caso, que otras capturas se
hacen de noche empleando luz artificial, mediante antorchas, para a atraer a
los peces: “A unos los coge y los mata de
día y a otros / por la tarde: al caer de la noche las sombras primeras,/
guiando por medio de antorchas su cóncavo bote, / a los peces, tranquilos, les
lleva un negro destino./ Pues entonces, saltando a la luz brillante de pino,/
corren junto a la barca y viendo el fuego funesto /por el golpe cruel del
tridente son alcanzados”. Y a continuación describe en versos hermosos, con
mucho detalle, la pesca con veneno, no
tan bella y de métodos repugnantes.
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No quiero
dejar de mencionar unos consejos muy apropiados de Opiano para aquellos que
salían a la mar a pescar. En él vierte el autor sus conocimientos aprendidos en
los libros, que algunos datan de casi quinientos años antes de su época, y sus
observaciones personales. Dice así: “En
los días de otoño pescar por la tarde resulta / mejor, y también cuando surge
la estrella del alba. / En invierno, salir justo cuando los rayos solares / se
difunden. En primavera florida el día entero / acrecienta toda la pesca: es el
tiempo en que todos / los peces se ven atraídos hacia las costas / (…) / Siempre
han de poner la vista en la brisa que sopla / calma y suave, que riza, leve, en
el mar apacible,/ pues los peces temen y odian los vientos violentos / y no
quieren tambalearse sobre las aguas”. Puro conocimiento empírico y vivido.
Versos
preciosos, consejos adecuados, experimentados, de los que ignoro si se oían en
la Bahía. Creo que sí. De lo que estoy seguro es que habría bullicio en los
puertos antes de la pesca, en los preparativos minuciosos de las artes y de las
embarcaciones durante todo el día, con el ajetreo sin tregua de las distintas
actividades que conlleva un puerto pesquero, siempre ruidoso, y al atardecer,
con el sol rojizo muriendo lánguidamente como un dios, que es, en el horizonte,
cuando los barcos alcanzaban la orilla, para volver a empezar al siguiente día.
Una explosión de vida es un puerto, un reclamo a la alegría. Lo he vivido, de
niño, cuando llegaban a Bajo de Guía, con el sol ya cayendo al otro lado del
Coto, tras el templo de Venus Marina en La Algaida y el de Astarté en El Rocío,
los barcos cargados de peces brillantes, algunos muy raros, que se pujaban en
la orilla de la playa en una retahíla de números que nunca entendí. Hoy reina
demasiada quietud, y ese ambiente jaranero, propio de los puertos, lo acalla un
espeso silencio, y los barcos, o lo que queda de ellos, descansan o mueren
indolentes en alguna parte, y los pescadores ya no miran las estrellas, ni
acechan a los vientos ni auscultan los fondos marinos ni los colores del mar,
ni discuten entre ellos si habrá un buen día o habrá abundante pesca. Sólo se
oyen recuerdos de otro tiempo, repetidos con la tristeza que proporciona el
olvido. Una activad que ha agonizado desde hace tiempo y que ha muerto a la luz
de un sol espléndido. Los peces se fabrican cada vez más en factorías, artificialmente,
sin haber aleteado en el mar, sin haber alcanzado sus fondos de arena, como en
la novela de Aldous Huxley –“Un mundo
feliz”- en el “Centro de Incubación y Condicionamiento”, que es el centro
de desarrollo de tecnología reproductiva.
Artículo muy ilustrativo y pedagógico, rematado con pura poesía escrita por alguien con una gran sensibilidad y sabiduría. Gracias, Diego.
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