ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (243)

YO QUIERO A MI BANDERA

Por designios del destino, me encuentro viviendo en la República de Panamá. La alusión a mi lugar actual de residencia se debe a la celebración estos días de sus Fiestas Patrias y que disfruto por primera vez. Durante todo el mes de noviembre, el istmo luce sus mejores galas para festejar, entre otros hechos históricos, la separación de Colombia (3 de noviembre de 1903) y la Independencia del Reino de España (28 de noviembre de 1821).

Al ritmo de sus sones y bailes típicos, las bandas de cuerpos y fuerzas de seguridad así como la de todos los centros educativos desfilan orgullosas ante un país engalanado de azul, blanco y rojo, colores que los simboliza como nación. Es sorprendente como todos los edificios, públicos y privados, lucen en sus fachadas e interiores la enseña que les representa. Es tal el patriotismo que derrochan, que hasta he sido contagiada por ese fervor y mi “carro”, como los demás, exhibe su banderín.

Este amor por su patria y sus símbolos es algo que se transmite a los ciudadanos desde que son pequeños y los lunes a primera hora se canta el himno nacional en las escuelas con el respeto que la situación merece. Porque aquí, la bandera, no está asociada a partido político alguno, clase social, religión, etnia o espacio territorial, sino que representa a todos los panameños por igual. No cabe gesto alguno de desprecio, ni nadie es agredido, excluido o insultado por llevarla; el respeto es inmenso. De hecho, y por imperativo legal, las banderas en desuso son cremadas el 4 de noviembre en un acto protocolario sin igual.


Tengo que reconocer la admiración que he sentido al ver como el pueblo panameño homenajea a la insignia que en la noche del dos de noviembre de 1903 fue tejida en lanilla por María Ossa de Amador y Angélica B. de Ossa. Como me gustaría que mi querida  “madre patria”, como en ocasiones se refieren a España, muestre su madurez democrática y desvincule a nuestra hermosa “rojigualda” de etiquetas partidistas, ideologías o regionalismos y se convierta en un elemento de respeto y unidad. Mientras tanto, y por si tardamos otros cuarenta años, continúo cantando con regocijo esas letrillas que dice: “yo quiero a mi bandera”.
M. Ángeles Frende Vega
Académica de Santa Cecilia

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