La manzana de los escritores
Hay domingos en los que es muy placentero
un paseo, temprano en la mañana por El Puerto; sin rumbo, a veces por el sol y
a veces por la sombra. Llegar a una esquina y dudar unos instantes hacia adónde
ir. Vagar y fijarse en mil ínfimos detalles que se nos ofrecen y que durante
años hemos ignorado. Repetir ese camino que seguíamos de casa al colegio; por
unos instantes sentir esas sensaciones de niño con la maletita en la mano y
caminando con un pie en la acera y otro en la calle. Oler a pan y a pelo recién
peinado, parar para curiosear por una ventana abierta, esperar al amigo que
vivía de camino…
Perdida la noción de todo lo recorrido me
encontré delante de la casa en la que nació D. Pedro Muñoz-Seca, paré. Crucé el
pavimento e intenté leer la lápida recordatoria. A lo largo de mi vida la habré
leído bastantes veces, no sé, diez o quince o algo así, me sigue gustando la
frase que la encabeza: “Los pueblos que honran a sus hijos ilustres se
honran a sí propios”. Me quedé pensativo. ¿Cómo se mide la magnitud de
lo “ilustre”? ¿Quién la mide?… Deambular por las calles a esas horas extrañas
de un domingo también hace que nos hagamos raras preguntas.
La losa de homenaje se puso el 8 de
septiembre de 1920, recordé que en algún rincón de mi ordenador había una hermosa fotografía del
evento. Mucha gente, banda de música, autoridades tirando de la cinta de la
cortinilla, niños subidos a una ventana, balcones cargados… medio Puerto de
entonces.
Caminaba al sol por Santo Domingo y a la
altura de la Fundación Rafael Alberti, en la misma manzana las dos casas,
¡sorprendente! Me reía al pasar por mi cabeza el pensamiento de que en esa
manzana había alguna especie de sortilegio o embrujo que de vez en cuando
atacaba a alguien y le hacía escribir y escribir… y eso le pasó a D. Pedro y
también a D. Rafael. Ahora se diría que fue un virus, el virus de la escritura
o algo así.
Mi paseo matinal continuó por la plaza de
la iglesia y otras calles, hasta que un poco cansado y acalorado llegué a casa.
Mi esposa desayunaba tarde y tranquila repasando una revista, con la televisión
encendida. Le conté una síntesis de todo lo que había sentido y percibido a lo
largo de mi paseo. Añadí una historia que me contaron hace tiempo,
probablemente, apócrifa. Decía que un conocido escritor jerezano un tanto
perezoso y juerguista, cuando se veía presionado por su editorial para que
mandase algo, se encerraba durante varios días en el Hostal de San Nicolás
─también en la misma manzana─ y allí emborronaba sus papeles de modo compulsivo
hasta que terminaba algo. Contaba que era el mejor sitio para escribir, que le
fluían las palabras con milagrosa velocidad.
Mi mujer me miró con esa rara mirada
mezcla de socarrona, cínica y burlona y dijo: «Te ha faltado recordar una cosa»;
a lo que rápido respondí «¿Qué cosa?» La miré interrogante y agregó riendo:
«Habitaste en esa manzana bastantes años. ¿Te atacó el mismo bicho?».
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia
Jajajajajajaja
ResponderEliminarSin querer he tenido que soltar la carcajada !
Muy bueno !! Me ha encantado el artículo,
Me ha hecho reír y además he aprendido algo .
¡Vaya tela jefe!!! Bonito, precioso, se ve mi puerto
ResponderEliminarPrecioso relató que me recuerda un paseo que tuve el honor de dar no hace mucho con el propio escritor .Desde el principio sabía que era su manzana .Como calificarlo ? : Bueno ? Nostálgico ? Entrañable ? Genial ? No acierto con el adjetivo,pero sí aseguro que es un placer leerlo .
ResponderEliminarQue placer leerte, presentía era tu manzana, esa nostalgia y cariño, me puso en alerta. Genial.
ResponderEliminarQue mujer mas lista tienes Ignacio. Me ha encantado el relato, muy tierno.
ResponderEliminarSimplemente me ha encantado. Es tan entrañable desde la primera línea que sin darnos cuenta te acompañamos en tu paseo. Y en mi caso, he recordado las miles de veces que he recorrido esas calles de casa al colegio situado en esa manzana. No puedo decir que a esa tierna edad me fijará en detalles como las placas conmemorativas a escritores pero todavía recuerdo a los vecinos de la zona, tenderos y olores de exquisitos platos que surcaban el aire en aquellas horas. Y tu delicioso artículo me lo ha evocado. Felicidades y gracias.
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