«Combatir esas tristes monotonías...»
«Bien cumplidos los setenta años que
aconseja el Espíritu, un escritor, por torpe que sea, ya sabe ciertas cosas. La
primera sus límites. Sabe por razonable esperanza lo que puede intentar y ─lo
cual sin duda es más importante─ lo que le está vedado.»
Jorge Luis Borges
«Puedo consentirme algunos caprichos ya que
no me juzgarán por el texto sino por la imagen indefinida pero suficientemente
precisa que se tiene de mí.»
Jorge Luis Borges
«Me sé del todo
indigno de opinar en materia política, pero tal vez me sea perdonado añadir que
descreo de la democracia, ese curioso abuso de la estadística.»
Jorge Luis Borges
Me
levanté muy temprano, de noche aún. En una acción mecánica fui a la mesa a
buscar un calendario que, casualmente, pronto encontré. Dentro de muy pocos
días deberé marchar y aún no sé cómo valorar mi experiencia veraniega aquí.
Desde luego, la primera intención de escribir una parte importante de la novela
de Vincenzo Galilei y el invento de la Ópera, se ha ido al traste. Es verdad que
he escrito algunas notas ─escasas, sueltas, desperdigadas─ sobre el casual
encuentro con María K. y Borges. Aparte de eso, he tratado también de
poner orden en mi cabeza, cosa tampoco lograda. Estoy inquieto; esa, es en mí,
una fase previa a tomar decisiones erróneas. Lo asumo.
Voy a llamar a un taxi, iré al pueblo. Deseo
estar solo, recogeré algún montón de papeles y los llevaré conmigo por si se me
ocurre algo para escribir.
No tardé demasiado; las primeras luces del
alba apuntaban en el cielo. Caminé muy rápido hacia el balneario. La
recepcionista de noche me miró somnolienta y extrañada cuando le pedí que
llamara a un taxi.
─¿Le sucede algo? ─preguntó abriendo mucho
los ojos.
No supe qué responder y negué de modo
lacónico:
─No. Nada.
Esperé en el escalón más bajo de la portada
y me estremecí al notar un poco del fresco y cortante aire de aquella mañana.
No sé cuántos minutos tardó el coche en llegar; muy pocos.
Indiqué al taxista que me dejase en la
calle principal del pueblo, en el primer bar que estuviese abierto y que
pusiesen un buen desayuno.
Todavía tenían las luces encendidas, y ya
había varios parroquianos madrugadores en el mostrador. Tomé asiento junto a
una de las ventanas más alejadas para ver el despertar del pueblo. Puse todos
los papeles junto a mí, pegados al tabique. Les eché una ojeada y leí algo del
primero:
“Mi padre era
anarquista. Él me dijo que me fijara en las banderas, en las fronteras, en los
distintos colores de los diversos países de los mapas, en los uniformes, en las
iglesias, porque todo eso iba a desaparecer cuando el planeta fuera uno y
hubiera simplemente un gobierno municipal o policial, o quizá ninguno si la
gente fuera suficientemente civilizada. Él creía que esa utopía estaba esperándonos;
ahora no se nota ningún síntoma, pero quizás a la larga tenga razón”.
A don Jorge le
encantaba decir aquello de que su padre era seguidor del anarquismo
intelectual, un anarquista al modo del filósofo inglés H. Spencer. No conozco
qué tipo de anarquismo sería ese, no he leído a Spencer.
Revolví los
papeles con agitación buscando otro texto, era un trozo de un discurso de
agradecimiento a sus amigos de la revista “Sur”. Ellos le organizaron un acto
de desagravio cuando los peronistas le destituyeron del puesto de bibliotecario
en la Miguel Cané y lo nombraron para ridiculizarlo “inspector de conejos, huevos y gallinas en mercados municipales”,
puesto que, evidentemente, rechazó.
Encontré el papel.
Aquello sucedió en 1946. Borges se expresó con claridad contra los
totalitarismos de todo signo, pocos escritores lo habían hecho hasta esa época
con tanta rotundidad:
«Las
dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las
dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomentan la
idiotez. Botones que balbucean imperativos, efigies de caudillos, vivas y
mueras prefijados, muros exornados de nombres, ceremonias unánimes, la mera
disciplina usurpando el lugar de la lucidez… Combatir esas tristes monotonías
es uno de los muchos deberes del escritor».
Pensé que muy
lejos quedaban ya aquellos años, sus dieciocho años, en los que ─como muchos
jóvenes de Europa─ se sintió fascinado por la revolución rusa; no por la
ideología de los que conducían al pueblo sino por la lucha para derribar el gobierno
feudal de los Romanov.
Él tuvo el
proyecto de reunir sus poemas de entonces en un libro para el que tenía título:
“Los himnos rojos”, pero desistió de
ello. Para Borges fue como una especie de pecado de juventud.
Hacía rato que
había terminado de desayunar. Comencé a revolver los papeles que había traído
intentando encontrar alguno de aquellos poemas, casi piezas de museo. Fue una
suerte, encontré “Gesta maximalista” de 1921:
Desde los hombros curvos
se
arrojaron los rifles como viaductos.
Las barricadas que cicatrizan las plazas
vibran nervios desnudos.
El cielo se ha crinado de gritos y disparos.
Solsticios interiores han quemado los cráneos.
Uncida por el largo aterrizaje
la catedral avión de multitudes quiere romper las amarras
y el ejército fresca arboladura
de
surtidores-bayonetas pasa
el candelabro de los mil y un falos.
Pájaro rojo vuela un estandarte
sobre la hirsuta muchedumbre
estática.
Sentí como si
fuera invierno.
Ordené lo mejor
que pude todos aquellos folios y notas; pagué a la camarera y fui paseando ─al
sol─ hasta la orilla del río.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa Cecilia
Sabe a poco. Muy bueno.
ResponderEliminarMe ha encantado y no es novedad. Tengo que decir que estoy totalmente de acuerdo con Borges, tanto en lo que dice sobre los límites y licencias de los escritores así como su diáfana y rotunda reflexión sobre las dictaduras, explicando sus nefastas consecuencias como «...más abominable es el hecho de que fomentan la idiotez.»
ResponderEliminarTus escritos no solo nos cultiva sino que fomenta investigar;así tu "truco" de mencionar el anarquismo intelectual y a H. Spencer sin darnos explicación me ha obligado a buscar referencias de ambos y a saber hoy cosas que ayer no tenía ni idea. Gracias.
Sentir el invierno. Y no porque casualmdnte hoy comienza la fría estación, sino que cuando leo anarquismo algo indescriptible se apodera de mí y el frío recorre mi cuerpo.
ResponderEliminarHombros curvos, fusiles que apuntan, candelabros de mil y un falo...
¿Por qué siempre hay una muchedumbre estática cuando se impone la fuerza del poder bruto? Sin embargo, el anarquismo intelectual creo que conduce a explorar la inventiva más eficaz.