El lenguaje del obispo Wilkins
«Sigo, sin embargo, escribiendo. ¿Qué otra
suerte me queda, qué otra hermosa suerte me queda? La dicha de escribir no se
mide por las virtudes o flaquezas de la escritura. Toda obra humana es
deleznable, afirma Carlyle, pero su ejecución no lo es.»
Jorge Luis Borges
«Al cabo de los años he observado que la
belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un
instante, en el paraíso. No hay poeta, por mediocre que sea, que no haya
escrito el mejor verso de la literatura, pero también los más desdichados. La
belleza no es privilegio de unos cuantos nombres ilustres.»
Jorge Luis Borges
«Así, la primera época de la filosofía del
lenguaje se caracterizó por la búsqueda de las condiciones lógicas y semánticas
de un lenguaje perfecto, es decir, de un lenguaje que describiera correctamente
los estados de las cosas del mundo. Pero esta pretensión (la del lenguaje
perfecto) es la que se dejó de lado en el segundo tipo de respuestas a la
pregunta “¿Cómo es posible el lenguaje?” […]
Ayer
tarde tuve una interesante conversación con Esther. Estuvimos dando rodeos a
los cuentos de Borges y nos centramos en la breve narración: “El idioma analítico de John Wilkins”. De
este relato se ha hablado mucho y sobre él han escrito una multitud de sesudos
artículos, ambos sabíamos que en nuestra conversación poco íbamos a aportar
pero al menos pasaríamos un rato agradable. Mi amiga suele insistir en que no
ha leído a Borges, o que lo ha leído muy poco, aunque tengo la ligera sospecha
que ha frecuentado sus páginas mucho más de lo que dice y repite.
Dora y Estela encontraron un balón y
dijeron que se iban a dar un paseo y harían un poco de ejercicio encestando un
rato, en las pistas que hay antes de llegar al lago directamente desde el
balneario.
Preparé para Esther, y para mí también, un
zumo de naranja con un leve añadido de ginebra que estaba realmente bueno. Le
cedí mi mecedora y me senté a pocos centímetros de ella en el escalón del
porche, apoyado sobre uno de los postes de la entrada que sujetaba la
techumbre. Creo que empezamos hablando de esa diversión de Borges citando
autores y libros de muy dudosa existencia y nombró, como ejemplo a John Wilkins
y a su pretendida obra “An essay toward real carácter, and philosophical language”. Quedó muy sorprendida cuando le
descubrí que tal personaje había existido de verdad, que fue un religioso y
naturalista inglés nacido en los primeros años del siglo XVII. Más asombrada se
quedó aún cuando le amplié que, efectivamente, había llegado a obispo y a
dirigir un prestigioso colegio de Oxford. También le añadí ─y eso no lo cita
Borges en el relato─ que era cuñado de Oliver Cromwell. Escribió
algunos libros muy curiosos, entre ellos el citado ensayo sobre el lenguaje.
─Entonces… ¿es cierto que ese Wilkins
inventó un idioma muy singular? ─preguntó aún
con dudas.
─Desde
luego ─le respondí─. Ese lenguaje tenía una gran ventaja, según su autor, y era
que para aprender todas sus palabras únicamente era necesario entender y saber
unos postulados de composición de los términos y de los elementos simples que
la componen. Era, un poco, como el sistema decimal de numeración que permite
componer cualquier número por grande que sea con una combinación de los dígitos
que van del 0 al 9. ¿Me explico? Así era el sistema del obispo Wilkins, hacer
con letras, y formar palabras, de forma similar a como se hacía con los
números.
─Supongo
que todo eso tenía, y tiene, un gran atractivo para Borges, creo que a él
siempre le han encantado los temas de relación entre el lenguaje y la
filosofía. Creo que una vez dijo que: “Todos
los idiomas del mundo son igualmente inexpresivos”.
─Exacto,
eso lo dijo precisamente en la obra de la que estamos hablando ─precisé.
Esther
comentó interesada:
─El
asunto de los idiomas artificiales me parece apasionante. Hace poco tuve que
realizar un trabajo que rozaba estos
temas y fue un gran descubrimiento. En primer lugar me sorprendió la enorme
cantidad de intentos, más o menos fructuosos, para lograr un nuevo y coherente
idioma de utilidad universal… Los humanos necesitamos utopías, ¿no?
─Sí, los
lenguajes tiene algo de utópico y también algo de enigmático, posiblemente por
eso tienen tanto atractivo para Borges.
Esther
ahora trajo a colación el párrafo final del relato sobre Wilkins:
«El hombre sabe que hay en el alma tintes más desconcertantes, más
innumerables y más anónimos que los colores de una selva otoñal… cree, sin
embargo, que esos tintes, en todas sus fusiones y conversiones, son
representables con precisión por un mecanismo arbitrario de gruñidos y de
chillidos. Cree que del interior de un bolsista salen realmente ruidos que
significan todos los misterios de la memoria y todas las agonías del anhelo.»
─Sí. Es
poco como la conclusión; Borges dice que este trozo, dejando aparte utopías y
esperanzas, es lo más lúcido que se ha escrito sobre el lenguaje. Pero no sé si
yo llego a entenderlo bien. En el fondo, creo, que lo que nuestro escritor se
pregunta es: ¿Puede ser hermoso, bello, un lenguaje artificial?
─O quizás
se pregunte, ¿puede ser poético un lenguaje construido? ─añadió Esther.
─Quizás
no, aunque no tengo bases para decirlo, pero probablemente la poética de un
lenguaje la proporcionan todas esas ambigüedades, las excepciones abundantes e
ilógicas, las irregularidades…
Esther se
meció unos instantes, y tomó el último sorbo de zumo con ginebra.
─Sí, es
posible… Las lenguas construidas lo han sido para perfeccionar y racionalizar
la comunicación entre los humanos y eliminar todas esas… ¿impurezas? Pero le
quitan, seguro, la poesía. Un lenguaje como el “lojban”, o el “loglan”, basado
en la lógica de predicados, me parece algo totalmente apoético. O a lo mejor
sí. Realmente no lo sé, pero imagino que no, quiero pensar que no…
─No
conozco nada de esas dos lenguas que citas, mi conocimiento se detiene en unas
ligeras nociones de cómo funciona el Esperanto, y sé de la existencia de alguna
otra lengua auxiliar como ‘interlingua’ válidas para la comunicación entre personas
─aclaré.
Esther
seguía cómoda, el ruido del crujir de las tablas acompasaba su balanceo.
─Aparte
de esas lenguas auxiliares también existen las denominadas lenguas ficticias;
las que hablan, o utilizan, personajes que emergen de la imaginación de un
autor sin ninguna pretensión de que sean habladas por personas reales. Recuerdo
ahora la inventada por Tolkien, aunque he olvidado su nombre… Debe ser el
alcohol. ¿Me puedes poner un poco más de zumo con unas gotas de ginebra?
─Voy a
ver si aún queda algo ─respondí.
Al
regresar con dos vasos hasta la mitad dije:
─El
idioma de Wilkins es una clasificación, un gran árbol. Árbol formado por una
serie de categorías o géneros, cuarenta en total. Después estas categorías se
dividen en las llamadas ‘diferencias’ y estas, a su vez, en algo que llama
‘especies’. Es algo así: me quiere
decir madre, por ejemplo, entonces lem será
la maternidad y lema será
engendrar...
─Sí. Esa
es la forma con la que su extraño lenguaje explica el universo, el infinito
universo. Borges también concluye, dando a entender, que todas las
clasificaciones son arbitrarias y fundamentadas en conjeturas porque no tenemos
ni idea de qué es el universo ─dijo Esther.
Hubo un
silencio grande, de esos silencios de la tarde que llegan de manera inesperada.
Le miré las piernas con impropio descaro.
Desvié
pronto la mirada. La enfoqué hacia la cabaña que habían ocupado María K. y Borges.
─Ahora
recuerdo ─dije─ el comienzo de un poema que escribió titulado “Al idioma alemán”:
«Mi destino es la lengua castellana,
el bronce de Francisco de Quevedo,
pero en la lenta noche caminada,
me exaltan otras músicas más íntimas.
Alguna me fue dada por la sangre
─oh voz de Shakespeare y de la Escritura─,
otras por el azar, que es dadivoso,
pero a ti, dulce lengua de Alemania,
te he elegido y buscado, solitario.
A través de vigilias y gramáticas,
de la jungla de las declinaciones,
del diccionario, que no acierta nunca
con el matiz preciso, fui acercándome.»
─Y termina así ─y ella continuó la recitación sin inmutarse.
«Tú, lengua de Alemania, eres tu obra
capital: el amor entrelazado
de las voces compuestas, las vocales
abiertas, los sonidos que permiten
el estudioso hexámetro del griego
Y tu rumor de selvas y de noches.
Te tuve alguna vez. Hoy, en la linde
de los años cansados, te diviso
lejana como el álgebra y la luna.»
Hicimos
otra pausa, Miré hacia atrás; el sol ya se inclinaba.
─Muchos
idiomas, como el nuestro, clasifican también el universo, lo hacen con sus
sustantivos, las categorías son tan grandes como el número de sustantivos que
poseen. Después, dentro de estas categorías, podemos hacer divisiones, sub-clasificaciones,
utilizando adjetivos. Por ejemplo, si elijo la categoría piernas, puedo
clasificar diciendo piernas bonitas o piernas largas, ¿no?
─¿Y los
verbos? ─me preguntó.
─Supongo
que de los verbos podemos decir que clasifican acciones, ¿es así?
Escuchamos
un golpear que se acercaba. Estela y Dora venían por el camino dando fuertes
botes con el balón.
El sol de
la tarde ya lanzaba sus más rojizos estertores.
Ignacio
Pérez Blanquer
Académico
de Santa Cecilia
Un poco más complicado de leer y de entender, pero muy, muy interesante, conversación entretenida mientras toman naranja con ginebra. Y como siempre los poemas encantadores. Enhorabuena por éste otro capítulo.
ResponderEliminarMuy interesante. Y más complejo, quizá se deba a que el texto casi carece de aspectos anecdóticos y rebosa de profundidad filosófica, lingüística e informativa. Supongo que la búsqueda del lenguaje perfecto ha obsesionado en todas las épocas. Y esa búsqueda persigue un idioma neutro, métrico, matemático. Y ya se sabe que las matemáticas -muy útiles-carecen de sentimientos, de emoción, de poesía. Y encima, la perfección es complicada, aburrida, rutinaria, carente de espontaneidad, sacrificada.
ResponderEliminarEl anhelo por un idioma franco que nos conecte y que no provoque conflictos parece hoy un espejismo. Porque nuestra sociedad desprecia el lenguaje, rehuye de la lectura y manosea las palabras. Solo vale la imagen.
Al igual que me ha sorprendido que Borges mencione en sus obras a autores de incierta existencia no me ha sorprendido su amor por el idioma alemán, la cuadriculada lengua germana, compleja, profunda, clásica pero siempre fiel y segura. Porque el alemán es como la obra de nuestro escritor, enrevesada, insondable, antigua....de belleza complicada.
Me ha gustado mucho, unas estupendas reflexiones conversando y sin darle demasiado importancia a todo.
ResponderEliminarGracias y enhorabuena por estos escritos.
Me ha gustado mucho.
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