ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (309)
CARTA A LOLO
Mi querido y recordado Lolo: hace ya ocho
años que saliste de casa y aún te tengo presente. Todavía me creo que puedes
aparecer en cualquier momento, en la puerta de casa, llamando para que te abra.
Cuando eras pequeñito, no había cosa que más
alegría te diera, que verme llegar con el biberón. Como siempre te ponía un
paño para no mancharte, a veces te hacía rabiar. Te enseñaba el paño, tú te
ponías nervioso, pero no te traía el biberón. Entonces llorabas con un
soniquete lastimero que me hacía volver a la cocina inmediatamente para
dártelo. ¡Lo cogías con unas ganas! ¡Y le dabas unos empujones! Y todo para que
la leche saliera más deprisa. Luego, al terminar, te quedabas dormido en mis
brazos y allí podías llevarte horas…
Fuiste creciendo y poniéndote fuerte y
robusto. Tenías una energía inagotable. Eras todo músculo. Eran impresionantes
tus saltos, sin coger carrerilla ni nada.
Aunque eras travieso, te llevabas bien con
las gatas, e incluso dormías, a veces, con ellas pegadas a tu cuerpo. No fuiste
caprichoso para comer y comías de todo.
Te reñíamos cuando te comías lo que encontrabas por el suelo. Y lo único que no
comías eran las uvas. El caso es que te las metías en la boca, pero enseguida
las escupías. Y era porque te daba miedo explotarlas. Había que romperlas o
pelarlas.
¡Cuánta compañía me dabas! Nos llevábamos
muy bien y nos entendíamos sin necesidad de hablar. Pocas veces te tuve que
reñir, y cuando lo hacía ponías unos ojitos lastimeros… Luego apoyabas tu
cabeza en mi pierna y ya me desarmabas.
¿Recuerdas aquel día en que vino el técnico
de la televisión? Como no parabas de darle la lata jugando con sus
herramientas, yo te llamaba al orden diciéndote con energía: ¡Lolo, deja eso!
Así lo hice varias veces, hasta que el pobre hombre se volvió y me dijo:
“Señora, ¿qué le pasa conmigo?” Y es que también se llamaba Lolo.
El otro día, buscando en una caja de
fotografías, te vi. Estabas muy guapo con corbata azul y lunares blancos. Estábamos
celebrando la Primera Comunión de Santi y alguien te había puesto la corbata
del colegio, después de decorarla.
La noche que te fuiste, te esperé durante
angustiosas horas, y viendo que no volvías, salí a buscarte por toda la zona.
Era una noche de lluvia torrencial y temía que con la mojada te pusieras peor
de tus problemas de bronquios.
Pusimos tu foto y carteles por todas partes
y fuimos a las clínicas por si alguien te había recogido, o sabían de algún
accidente. Nadie sabía nada. Quizás fue mejor así. Me consolaba pensando que
tal vez estuvieras vivo y estabas con otra familia, alegrándoles la vida como
hiciste con nosotros.
Me llevé meses esperando verte en la puerta,
pendiente de que te abriera. Cuando iba acercándome a la esquina desde donde se
veía la puerta, iba con el corazón acelerado; pero no, no me esperaste más.
Lolo, mi perro bodeguero, ratonero, foxterrier más cariñoso del mundo…te
echo de menos.
Laurentina Gómez Rubio
Socia colaboradora de la Academia
Entrañable, como todos los relatos que nia ofreces, Tini. Precioso, de verdad.
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