LA MUSICALIDAD DE LA PINTURA (Capítulo 2º de 11)


Nuestra académica, Carmen Garrido Pérez, es Jefe del Gabinete de Documentación Técnica del Museo Nacional del Prado. Doctora en Historia del Arte por la Universidad Autónoma de Madrid, es conservadora del Cuerpo Facultativo de Museos. Se especializa en el estudio de la documentación físico-química para la investigación técnica de la pintura, en la Universidad de Lovaina, la Alte Pinakothek de Múnich y el Metropolitan Museum of Art de Nueva York. 
Siente pasión por la música.

Un tema con variaciones en la música, a partir de una melodía inicial, experimenta, por lo general, cambios en el propio tema, en el ritmo, en el tiempo y en las armonías. El uso de instrumentos diferentes también será esencial para estas variaciones. En las famosas variaciones “Goldberg” de Johan Sebastian Bach para clavecín, el punto de partida es el trasfondo armónico. Las no menos renombradas variaciones de Claude Monet sobre un paisaje concreto se relacionan con otros trasfondos como son los de las horas del día y los cambios del tiempo y de las estaciones, lo que hace variar las  tonalidades, los cromatismos e incluso el movimiento y la musicalidad  del ritmo de su pincelada. La visión es bien diferente entre unos cuadros y otros aunque existe el hilo conductor del paisaje elegido.

Agrupaciones musicales, como dúos, tercetos, cuartetos o sextetos para interpretar una partitura también tienen su correlación con la forma de trabajar un políptico, en el que pintan varios maestros al unísono, además de en la manera de reunir varias tablas, a modo de díptico, tríptico o  retablo completo. Las escenas sobre un tema se enlazan unas a otras temáticamente, como en la música, buscando llegar a una composición e interpretación armoniosas que transmitan el verismo de un conjunto unitario.

Al hablar de todos estos conceptos, nos estamos refiriendo a la pintura clásica, barroca y moderna, expresiones que también se usan en el arte musical para definir actualmente las distintas etapas y su evolución histórica. La terminología trascenderá a la época contemporánea en ambas disciplinas, ya que la estética, visual y acústica, ha podido cambiar en función de los materiales, herramientas creativas y manera de utilizarlos, pero no los principios esenciales de los que parte.

Sin embargo, este lenguaje no se empleaba musicalmente en su época,  sino que es fruto de la denominación que hoy hacemos de los diferentes periodos. Además, no coincide con la datación de las etapas artísticas similares de las Bellas Artes. Por ejemplo, en la música, el término “clásico” se utiliza para aquellas composiciones que mantienen un equilibrio ideal entre forma y contenido, aplicándose al periodo que va desde 1750 hasta 1800 aproximadamente, de Haydn y Mozart al joven Beethoven, en clara referencia con esa perfección del clasicismo griego que después se irá transmitiendo a momentos concretos de las Artes, como el Renacimiento y el Neoclasicismo del siglo XIX, y por ende a todo aquello a lo que definimos coloquialmente  como “esto es un clásico”, referido a los maestros que han sido capaces de crear, a partir de otros que les precedieron, esos modelos que por sus logros estéticos y técnicos harán escuela o ejercerán una fuerte influencia posterior, o a una obra determinada, de cualquier momento y lugar, que reúne dichas condiciones.
En nuestros días consideramos ya clásicos a pintores como Kandinsky o   Picasso, o a obras tales como Los Girasoles de Van Gogh, El Grito de Munch o el Concepto Espacial de Lucio Fontana.

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