CANTE FLAMENCO Capítulo IV
¿Por qué “cantaor” y no cantor o cantante?
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El “cantaor” no canta: gime, tiembla, se estremece. No se
expresa: llora, se queja. Cuenta sus vivencias según su estado de ánimo. La
misma letra, el cantaor la adapta y le vale tanto para una soleá como para unas alegrías. Las coplas flamencas siempre
se transforman, como si estuvieran ─en realidad lo están─ en estado naciente,
en los labios del cantaor.
Valga como ejemplo esta copla:
«Tengo yo mi corazón
tan “jechesito”
a mis mañas,
que le digo: ¡llora! Y llora,
y le digo: ¡canta! Y canta»
Lo
que el cante flamenco expresa son quejas, sentimientos y plegarias, recuerdos y
vivencias, de ahí esa hondura que le valió el epíteto de “Cante Jondo”. El valor
expresivo del cante flamenco queda bien patente en esta frase de la tía Anica,“la
Piriñaca”, que a sus ochenta años, con la voz ya rota, después de cantar
por siguiriyas, dijo: «Cuando yo
canto a gusto, la boca me sabe a sangre».
Una
sentencia de Amós Rodríguez Rey dice:
«Lo del cante es lastimar, no quiere hacer daño, sin el arañón que nos deja
dentro, el cante se queda en una serie de ejercicios
vocales, con mayor o menor prosapia flamenca».
Se
refiere, claro es, a su capacidad emotiva, pues lo que en verdad nos llega al
corazón, más que el jaleo, es el silencio; más que su festiva alegría es su
profundo dolor acumulado durante siglos. Una queja que no protesta. Un
imborrable testimonio.
Luis
Rosales dice:
«El
cantaor de flamenco siempre tiene que actuar dando la sensación de que el cante
le puede. Dando la sensación de que a la plenitud
del cante no se puede llegar. Y nadie llega».
Hacia la mitad del siglo XIX, el cante flamenco inicia su primera gran etapa de difusión, de enriquecimiento y de simultánea decadencia.
La
institución de los café-cantantes impulsa y consolida al flamenco, pero también
lo trivializa y erosiona. Aparecen nuevos creadores e intérpretes, pero también
le nacen falsedades y servidumbres, pierde pureza y autenticidad.
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Fotografía de Federico García Lorca con Falla en el concurso de 1922 |
Hablando
de paternidad, incluyo aquí la letra de una copla anónima andaluza que
sintetiza, de forma magistral, lo que significa para un cantaor flamenco sus ancestros.
Esos viejos creadores del cante, de las breves coplas que en tres o cuatro
versos cuentan el alma de una historia.
«Agüelos. Agüelos.
Agüelos,
padres y tíos:
con
los güenos manantiales
se
forman los güenos ríos».
¿Qué más se puede decir con tan pocas
palabras?
¿Cómo
se puede agradecer tanto de manera tan sencilla?
Esta
coplilla me trae a la memoria el retrato que, de su padre, hace el poeta Antonio Machado:
«Esta luz de Sevilla…Es el palacio
donde
nací, con su rumor de fuente.
Mi
padre, en su despacho, la alta frente,
Ignacio Pantojo
Socio colaborador de la Academia
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