HOMENAJE AL POETA FRANCISCO BASALLOTE
Mi propuesta es un acercamiento a su obra desde la palabra
poética y desde la imagen, analizaremos el significado de la añoranza mediante
el comentario de su obra, y recitaré algunos de sus poemas más conocidos.
Me gustaría decir
que, su poesía siempre me ha emocionado, me lo imagino con unos dilatados
brazos, que cobijando a Vejer nos contagia
su amor y la nostalgia que revelan sus poemas. Es la razón de la
realización de estos 3 vídeos basados en las carpetas publicadas por el poeta,
de acuarelas y haikus, esos poemas de alta concentración que forman
parte esencial de la tradición literaria japonesa, su métrica de 5-7-5 sílabas
es muy aceptable para nuestras lírica. Su belleza unida a cada lámina, es una
meditación resuelta en cada poema. No es posible más inspiración en tanta
brevedad de palabras. Nuestro poeta pasará a la
historia por ser uno de los más reconocidos especialistas.
El haiku debe describir el momento, Pensad en este luminoso haiku:..
Tras las espigas
la sierra y los pinares,
el azul del mar.
No
os parece que el poeta se inspiró en la carretera que une Barbate y los Caños
de Meca, cuando, casi al final surge, de pronto el azul.
En este vídeo que vamos de
ver; la fuerza que tienen las palabras es algo misterioso, tanto que
parecen obedecer a un orden interior desconocido. Las 4 carpetas que
me envió, y que yo las convertí en vídeos, contienen 12 acuarelas cada una, con
otros tantos haikus, son un canto a la sensibilidad.
Poesía, música y sobre todo una gran
emoción contenida al evocar la figura siempre presente de un vejeriego que supo
contar y expresar de forma inigualable el amor a su tierra. Vejer ha encontrado
en sus versos su mejor pregonero. Por ello, Paco Basallote pasará a la historia
como el poeta de Vejer, nuestro Vejer.
Su duración es de 9 minutos.
Carpetas:
Sendas del aire, Queda la luz, Hilos de luz
Francisco Basallote poeta y pintor
Recibo la
invitación de la Sociedad Vejeriega de Amigos del País, con dos sentimientos
que no suelen andar juntos: el orgullo y la gratitud por participar en este
homenaje a nuestro poeta Francisco Basallote. La amistad es un don, haber
disfrutado de la suya, un verdadero privilegio, que no sé como agradecer, nos
conocíamos desde la infancia y estuvo siempre llena de complicidades y
confidencias. Por eso, estar hoy aquí, por un lado me abruma y cohíbe y, por
otro me hace una gran ilusión porque estoy entre amigos. ¿Cuándo iba a
pensármelo yo?
Mi propósito con este encuentro es, recordar, para
gloria de Vejer, a un gran poeta y al mismo tiempo resaltar para la memoria
colectiva, a uno de nuestros convecinos más querido y admirado y
demostrarle el cariño que le profesamos,
especialmente, los que tuvimos la suerte de conocerlo y ser su amigo, y quiero
manifestar mi admiración por su poesía y por sus ensayos de crítica
literaria.
Me viene a
la memoria la editorial del Boletín de Amigos del País, agosto 2015, y que
terminaba así:.. Ahora comienza la obra de Francisco Basallote en el alma y en
el tiempo de los vejeriegos, y en eso estamos. El poeta siempre aspira a la
permanencia de su voz. Cierro los ojos y la memoria me deslumbra....
Pueden seguir la conferencia en el siguiente vídeo:
Sentimos, que la grabación, realizada con un teléfono móvil, no tenga calidad deseada.
Sentimos, que la grabación, realizada con un teléfono móvil, no tenga calidad deseada.
En realidad el
tiempo de los pueblos permite que la vida de unos esté indisolublemente unida a
los de otros, quizás porque todos somos uno....
Gonzalo Díaz Arbolí
Académico de Bellas Artes Santa Cecilia
PASEO CON EL POETA POR VEJER: “SU PUEBLO Y EL MÍO” (*)
No soy capaz de recordar cómo habíamos llegado aquí. ¿Fue
un sueño? ¿Quizás una fantasía? ¿Una quimera? No lo sé. De verdad, que no lo sé. Por eso le pregunté
a él.
¿Sabes qué hacemos aquí, en Santa Lucía,
amigo Paco? No me contestó. Estaba extasiado con el paisaje y los
recuerdos: el sonido cristalino de las torrenteras libres, el cántico de los
pájaros, los olores de los jazmines y
azahares mezclado en aire limpio y esas cañas danzando al blando y dulce compás
de lo auténtico, que nos gritan el lugar de donde somos y al que pertenecemos.
¡Estamos en Santa Lucía! – Le dije. Pero Paco,
ausente, no me oía. Seguía ensimismado, mirando hacia arriba, a la ciudad
blanca, que era una paloma reposada sobre los aleros del tiempo.
Con paso sosegado seguimos caminando hacia la Venta de
El Toro. Paco hizo una leve pausa y me dijo: -¿Te acuerdas, Gonzalo, que un día
comentábamos que los conceptos son de todos y que las intuiciones siempre son subjetivas?
Yo le respondí, precisamente estamos aquí por una de esas
intuiciones extrañas y personales. Es la razón de haberte convocado.
De pronto,
despertamos de nuestro ensueño y nos encontramos los dos mirando con los ojos del corazón y del recuerdo, una visión que quiere
permanecer eterna, intangible.... pero es una visión voluble, cambia la silueta
de la blancura, como cambia la blancura misma, cambia por decisiones
indetectables; pero que a la larga inciden negativamente en esta joya, que la
responsabilidad de todos debía mantener incólume; porque un día la ignorancia y
otro la torpe avaricia tienen la osadía de romper el equilibrio de lo que es
patrimonio de todos, memoria colectiva, identificación común, con un sitio
verdaderamente sagrado, porque ha sido veneración de todos los vejeriegos desde
mucho antes del tiempo, desde que el quinto sol alumbró el reino de la
oscuridad.…
Hagamos posible su
permanencia en el lugar más recóndito de nuestros corazones. Dirigí mi mirada hacia él, para que
notase que le estaba prestando toda mi atención; pero no parecía hablar
conmigo, quizás lo hacía con su "alter ego".
Repentinamente
desapareció, tan deprisa que, de inmediato, ni siquiera pude tocarlo con la
mano. Seguramente se
marchó a un quehacer lejano y misterioso…
Y me quedé
solo, desoladamente solo.
Decidí
entonces, que este imaginario paseo lo
haría usando las palabras como a él le gustaba hacerlo, con nuevas formas de
expresión, aunando perfectamente la innovación y la tradición literaria con su
sentir poético.
En muchas
ocasiones, no somos capaces de establecer la relación entre una obra literaria
y su propio entorno, por considerar que las creaciones poéticas
pertenecen a un mundo antiguo en el tiempo y en el espacio.
El poeta Francisco Basallote
era un vejeriego enamorado de su pueblo, de sus gentes, de sus tradiciones; un
poeta primordial, sencillo y emocionante, que nos contagiaba su amor y la nostalgia que revelan sus
poemas. Un poeta capaz de crear su mensaje en poesías que conectan
con el alma del lector, cuyos versos se
comprenden y penetran rápidamente en el alma, sin necesidad de hacer maniobras
intelectuales.
En su memoria, vamos a pasear plácidamente por
las calles de Vejer, descubriéndolas desde sus escritos y tratando de expresar
la emoción que percibía en su deambular por ellas; y matizando con su palabra
cada rincón geográfico y humano. La poesía es, en definitiva, compartir
sentimientos, viajar por los diferentes caminos del sentir del ser humano.
PRIMERA CURVA:
Desde aquí, en el extremo de la Corredera, apoyado en la balaustrada veo
la primera curva. Y recuerdo... cuando esa primera curva era el límite de
nuestros paseos dominicales de la infancia, entonces no había tantos pinos en
la ladera y si más moreras en la carretera por la que pasaba el coche de El
Carrero o el de Manolito Fernández o no pasaba ningún coche, paseábamos y
cogíamos vinagretas, también en la misma curva el mejor barro para hacer bolas
que luego pintábamos... eran domingos de otoño o de invierno, soleados y fríos.
¡Siempre recuerdo el frío de aquellos tiempos! No sé por qué...
LOS REMEDIOS:
1959. Esta ha sido la
cara de Vejer durante casi medio siglo; pero cuánto ha cambiado,
cuántas transformaciones ha ido experimentando en su piel.
Quedan a la izquierda las
cocheras de Manolito Fernández y la Quinta de Recreo, construida sobre el
Monasterio de Nuestra Señora de los Remedios o sobre sus ruinas, hoy ha
desaparecido dejando de testimonio algunas de sus palmeras y el arco en la
rotonda, previsiblemente del antiguo monasterio. Entre el Arco y los garajes la
bajada a la cuesta que unida a la que desciende por la Cantera bajaría hasta el
cruce de Medina, Casa de Ignacio Castro.
La casa de Andrés Gomar sigue
pintada de rojo, como a principios de siglo, y la Corredera luce ya su
balaustrada y las primeras acacias aún de pequeño porte. La posada a la derecha
sería el último edificio, siempre amenazado por el "bascornil" de la
ladera.
La Torre de la Corredera en
su permanente estado de avanzada de una muralla que quedaba a trozos oculta
entre la cal y los recrecidos edificios, que Antonio Morillo luego desvelaría.
La torre de la Iglesia, vertical en su calidad de hito, con sus azulejos
intactos y sin acebuche incrustado en su chapitel.
En esos tiempos, algunos
andábamos ya escribiendo poemas a esta
ciudad, y mirando esta misma
perspectiva desde el camino del molino de Márquez y la desaparecida Cruz de
Conil. Y yo, desde la Bodega camino de Las Quebradas, escribía
con fruición, de la pasión primera de un
adolescente
CORREDERA:
En la Corredera, con
el río a tus pies, la Sierra Ganada - a los moros de Granada- emergiendo, cual
barco hundido en la llanura, Medina y Alcalá apenas adivinadas al fondo, al
socaire gozarás de la paz que el Creador debió sentir después del Génesis.
La hora, aun siendo
indiferente, importa por lo que quieras sentir. El despertar del pueblo, cuando
el sol camina sobre La Janda desecada, da a la cal unos tintes amarillos, y si
esa noche ha habido relente, los adoquines aún conservarán la humedad nocturna
y las perlas del rocío te sorprenderán en un geranio imprevisto en una maceta
insospechada. Esas mañanas tienen el agridulce sabor de la nostalgia.
El mediodía es
distinto, el sol impera, ya no es un abrazo a traición en una esquina, es
blanco, rotundo, omnipresente, puedes sentarte en una terraza de la Corredera,
saborear un vino de Chiclana, que aquí tiene un bouquet único y tomar unas
tapas de atún encebollado de las almadrabas del Duque, que desde aquí se vigilaban;
y dejar pasar las horas lentamente, si quieres solo marcadas por esas viejas
campanas que desde la torre no sólo son ritmos para el tiempo, sino -con su
pesadez- recuerdos de metal que rompen la luz con sus martillos.
En el crepúsculo,
los matices de la luz son tan variados, la riqueza del rojo poniente tanta, por
obra y gracia de un sol, a la izquierda de la Corredera tras el macizo del
Santo.
COLEGIO DE LA MONJAS:
La espadaña de La Merced es
un hito en el paisaje de Vejer, también lo es en nuestra memoria de aquellos
días en el Colegio, cuando Sor María nos castigaba desde aquella clase que
conectaba directamente con el campanario a aquel recinto, con cubos de cal y
desde el que se tocaban las campanas, algunas veces por descuido...
PLAZA DE ESPAÑA:
Estás en la Plaza, el decimonónico Ayuntamiento
-solo fachada-, parece aplastarlo todo, hasta las palmeras.
A la izquierda tienes en inverosímil equilibrio
arquitectónico una ladera de casas sobre casas, tejados que son patios, azoteas
que son calles, la higuera es más estable que estos muros de cal de siglos.
Si todavía no
te atreves a entrar en la ciudad por el Arco de la Villa por el que un día
saldría el leonés Guzmán al sitio que la Historia le reservó en Tarifa,
enfrente tienes la calle de la Fuente, síguela y curiosea los patios de las
casas que a partir del XVI se fueron labrando los vecinos de este Vejer, fortín
y confín del Reino.
Seguirás sorprendiéndote por el escalonamiento de
las casas, sobre todo a tu izquierda, por donde empinadas callejas te
conducirán al vacío, presentándose frente a ti la Palomina, la espadaña de la
iglesia de la Merced, la roca caliza dorada apenas veteada por el verde de las
tunas.
JOSÉ CASTRILLÓN:
Así desierta,
como un vaso de cristal, conteniendo los distintos
matices de la luz, la esquina redondeada en la que la cal es un espejo convexo
en el que desfiguramos nuestros recuerdos, las puertas cerradas, no solo para
los curiosos sino para que no se vaya entre sus hojas el tiempo encerrado. Los
adoquines, ordenados, pulcros, con sus destellos de mica como pequeñas
luciérnagas. La calle ligeramente curvada hacia el sol y al fondo el Arco de la
Villa, su trasera, limpia, blanca, sin aditamentos honorarios, simples y
sencillos como la vida que discurre aquí adentro de la ciudad de la luz.
CALLE DEL CASTILLO:
Desde las almenas de la
esquina norte del Castillo se veía la Iglesia de la Concepción sin cubierta y
las aglomeraciones de sillares, así como los nidos de los cernícalos , nunca
supimos el de las lechuzas que en las noches oscuras siseaban a las estrellas.
Se veía el patio de la casa de los Castrillones, que ocupaban parte del
claustro del ruinoso Convento, así como su casa construida sobre las
edificaciones monacales. A los mismos pies de las almenas los tejados de Juana
Mateos y más allá el territorio de mis correrías por las azoteas de María
Chirino y de mi abuela. Al fondo la iglesia y la torre, cuyas campanas, por
cercanas, nos eran tan familiares.
LA IGLESIA Y EL CAMPANARIO:
La Iglesia, gótico decadente y dentro de ella el cuerpo mezquita-mudéjar, edificada sobre la Mezquita; campanario
renacentista coronado por un chapitel de azulejos. Dentro, solo piedra, limpia
piedra, y debajo el gran aljibe...
El campanario. La robusta torre cuyo chapitel elevara Hoefnagel como
afilada aguja, se nos muestra en la noche, cercana y encendida en su cuerpo de
campanas, si no altiva si ensimismada en su altura, que Filmo en su azulejo
confirma, contenta quizás de que los remates de los contrafuertes quedaran
inacabados y orgullosa de las cicatrices del tiempo, como esa grapa de hierro
que la ensambla a la de la vieja mezquita.
Siete siglos envueltos en esta luz dorada, como si en un instante de la
noche este palimpsesto que es la Puerta de la Iglesia rememorara sus sucesivas
escrituras: mezquita, iglesia mudéjar, gótico, renacentista... y las sucesivas
añadiduras: torre cristiana sobre minarete, portada renacentista en cuerpo
gótico, el cuarto del reloj... el cuarto sellado de la Capilla de San
Bartolomé...
CALLEJÓN DE LAS MONJAS:
Atardece en el Callejón de las Monjas, con esa luz levemente dorada que
pone en la cal una pátina de vejez, reflejo quizás de la piedra caliza de los
sillares del Convento.
El Sol penetra por los arcos hasta el último rincón de nuestro corazón,
dejando su estela luminosa en este rincón de la nostalgia. Porque estos arcos
son para el poeta mucho más que un motivo para
dejar plasmada la emoción, son la emoción misma, que a lo largo de mucho tiempo
pasó bajo esos arcos, dejando siempre su estela de amor a un lugar tan cerca
del corazón que es corazón mismo.
Ahora, como el día que acaba,
vamos en retirada. Otras emociones, otros quehaceres, llenarán estas páginas
con los reflejos de la belleza de la ciudad blanca, que permanece. Y siempre
volveré a ti, a pasar bajo tus arcos, a escuchar el viento por última vez y el
canto de la lechuza…
PLAZUELA:
Bajando con
cuidado, dejarás el Palacio del Marqués de Tamarón y su mole y te encontrarás
frente a San Francisco, la Iglesia que los franciscanos erigieron en el XVI en
las afueras de la ciudad de entonces, cuyos enterramientos aparecen de cuando
en cuando. No te
cohíbas en este reducto de la Plazuela, a tu derecha se inicia la Calle Alta,
que de nuevo te puede llevar a otro laberinto de cal, el Cerro, humildes casas
de nuevo erguidas unas sobre otras y todas sobre la roca.
Siempre recordaré el día de
San Miguel en Vejer. Día del corte del "hopo", es decir la fecha en que
se acaban los contratos del campo y en la que se establecían otros nuevos.
Sobre todo el aspecto de la plazuela, donde peones y colonos, trabajadores del
campo, "pelaos" y señoritos establecían las condiciones de un nuevo
contrato. La Plazuela era un hervidero, en la que los niños nos divertíamos
cantando "Te han cortado el jopo"
CALLE NTRA. SRA. DE LA OLIVA:
Estamos en el antiguo acceso
a la Ciudad fortificada, al fondo el Palacio que se hizo el Marqués sobre las
murallas, que albergó a la Comandancia de la Guardia Civil cuyos caballos
subían esta cuesta provocando chispas en el pedernal de los adoquines. A la
derecha el acceso a la vieja Barbacana, que en aquellos tiempos aún conservaba
ese nombre. A la izquierda la puerta de "Ochavito" y sobre ella la inolvidable
taberna de Juan Lebrón, con sus duros de plata clavados sobre el ébano de la
tapa del mostrador, donde paciente iba apuntando las cuentas interminables de
su clientela, que en sus sillones y sillas de enea charlaban de lo que podían
charlar...El Banco, con su estilo moderno y diferente, la Barbería de Tello y
la luz, siempre la luz, en este mediodía primaveral que llega a nosotros, como
siempre, pleno de nostalgias.
LA
HOYA:
La Hoya, en cuya concavidad se vuelve a erigir el
Vejer de la Miel del XVIII, escalonándose nuevamente hacia el Cerro, dominado
todo por S. Francisco, tejados amarillentos de siglos; la cal, gris inaccesible
a su blanqueo, apenas insinuado en el contorno de los huecos hasta donde el
radio de la mano alcanza; los huertos diminutos, casi de los Incas, al Oeste
las siluetas de los únicos molinos, que bien necesitan recuperar su historia,
ya que no su función por desgracia de la técnica.
Sube la cuesta empinada, las casas, sus patios,
todavía del XVI, algunas solariegas como la del Vizconde, con sus frescos
blasfemados por la moderna pintura; costanillas del Barranco Moral..., limpieza
absoluta, llegarás exhausto a la Puerta Cerrada, allí verás el prodigio
defensivo de la muralla en la que los tiempos sedimentaron técnicas diferentes:
bloques ciclópeos, mampuestos, sillares, ladrillo…
Atraviesa la Puerta y se te presentan tres
alternativas: Subir, subir siempre, y darás en el Castillo, fortaleza árabe de
la que se conserva su puerta y un Palacio reedificado sobre ella del pasado
siglo que a pesar de todo conserva la estructura original de aquellos tiempos,
con su patio de armas, sus almenas...
BUENAVISTA:
Si todavía
tienes ganas, vete a Buenavista, el labio superior de la falla del Terciario
sobre la que asienta este Vejer. Allí puedes con toda seguridad sentirte
sobre el mundo, como
esos hombres pájaros que aquí vienen a volar.
Trafalgar te partirá
el Atlántico en dos, a la derecha la línea recta del Palmar, Conil... a la
izquierda, de nuevo la Ensenada de Barbate siempre brillando, la marisma, la
Sierra de Retín. Desde aquí lo vio Hoefnagel.
Si miras hacia atrás verás de nuevo el pueblo en su
arracimada montura, y si lo haces a la derecha, el campo de Vejer con sus
nombres todavía intactos desde el repartimiento de los primeros castellanos del
siglo XIII.
FUENTE DE LA OLIVA O FUENTE DE LA BARCA:
Todos los domingos, mi abuelo nos llevaba de paseo, no solo a sus nietos, también nos acompañaban algunas
veces nuestros amigos, de modo que parecía una pequeña excursión escolar, que invariablemente
hacía la misma ruta: Cuesta del Cagajón, con parada y juegos en la fuente,
ventorrillo de Ignacio Castro donde merendábamos, la Barca y subida por su
cuesta, ruta que a veces hacíamos en sentido opuesto; pero siempre nos
deteníamos en la Fuente de la Oliva, de cuyos abundantes chorros bebíamos y de
cuya arquitectura y fábrica nos ilustraba mi abuelo, a cuyas explicaciones
añadíamos exóticas comparaciones, como es el caso de la cúpula que nada menos
lo hacíamos con las casitas de un belén.
Para
terminar, uno de sus poemas dedicado a Santa Lucía, para honrar al lugar donde
hemos nacido y al que pertenecemos.
Asciendes por la senda
del agua, galería
de los cañaverales
y de las zarzas,
desde el salto al algibe
que hicieron los moros
de los cañaverales
y de las zarzas,
desde el salto al algibe
que hicieron los moros
para regar las
huertas
que el duque les robó.
El corinto de zarzamora
reta al carmín de la sangre
que no lava la pureza del agua
ensimismada en su correr.
Asciendes por la senda
del agua entre las sombras
del tiempo,
dónde están aquellos que hicieron este vergel,
dónde el molino y el molinero,
dónde la luz que incida
clara en estos días grises de olvido
que en ruina convierten
esplendores del agua.
Dónde, decidme, dónde.
que el duque les robó.
El corinto de zarzamora
reta al carmín de la sangre
que no lava la pureza del agua
ensimismada en su correr.
Asciendes por la senda
del agua entre las sombras
del tiempo,
dónde están aquellos que hicieron este vergel,
dónde el molino y el molinero,
dónde la luz que incida
clara en estos días grises de olvido
que en ruina convierten
esplendores del agua.
Dónde, decidme, dónde.
La memoria, como
espejo íntimo, da unidad temática a este recorrido, un capítulo más de las
nostalgias por los paraísos perdidos.
Solo nos quedan los
recuerdos.
Muchas gracias.
Gonzalo Díaz Arbolí
de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Vejer
Si, Gonzalo. Todos sabemos cuánto haces por Vejer, cuánto te entregas por el pueblo y...por los vejeriegos; pero también, y esto lo reconozco mucho más por su categoría de universal: por tu entrega a la difusión de la Cultura en general, desde tu lugar en el Puerto y en esa Academia, y desde tu posición personal. Un fuerte abrazo. Paco
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