EL GENTILICIO DE LOS CIUDADANOS DE EL PUERTO DE SANTA MARÍA (2 de 8


Tras el análisis de los topónimos, consecuentemente pasamos a centrarnos en el tema que nos ocupa, el de los gentilicios.
             
Este adjetivo, o también sustantivo, de gentilicio denota la pertenencia de las personas a determinados pueblos, villas y ciudades, a su linaje, a su origen o raza. Dicho vocablo, como otros tantos de la lengua castellana, procede del latín, concretamente de gentilitius, quien a su vez viene de la gens romana que se intercalaba entre el nombre de pila (praenomen) y el sobrenombre del individuo (cognomen), de lo cual resultaba que dicho individuo pertenecía a una agrupación civil o sistema social de la Antigua Roma.

El estudio de estos gentilicios castellanos, cuya formación pertenece por igual a la lengua y a la historia de España en las particularidades extralingüísticas que motivaron el nombre, no es materia fácil, ya que los aspectos gramaticales e históricos apenas han sido estudiados para localizar su procedencia.

Así, muchas de las máximas autoridades en la materia como Julio Casares Sánchez, Daniel Santano y León, Pancracio Celdrán o Tomás de la Torre Aparicio, no se ponen muy de acuerdo sobre la materia. Más concretamente, en los estudios actuales realizados al respecto, Ramón Almela Pérez, catedrático emérito de la Universidad de Murcia manifiesta, en su obra “Los sufijos gentilicios: un grupo tan indiscutible como erróneo”, que se cuentan por miles los trabajos sobre gentilicios, y por centenares los vocabularios sobre estos; por el contrario Luis Pablo Núñez, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y profesor de la Universidad Complutense, en la suya, “La morfología derivativa en los gentilicios del español”, dice que existen pocos estudios sobre gentilicios españoles, aduciendo que esto es una consecuencia de los apenas contados diccionarios de que disponemos.

De entre todos estos trabajos uno tiene una especial relevancia, tanto por su contenido como por su actualidad. Me refiero a la obra “Los gentilicios en la historia del español” de la profesora de la Universidad Complutense doña Consuelo García Gallarín, que me ha servido de base para realizar este estudio, y en ocasiones para tomar literalmente muchas de sus afirmaciones.

Se posiciona en la línea de otras investigaciones que afirman que el estudio de los gentilicios, en sus bases de integración y formación, no resulta tarea fácil.
Parte de la duda de si las descripciones de los primeros gramáticos del español contribuyeron a regularizar la formación de los gentilicios, o de si estos sólo constataron las distintas opciones, para seguidamente añadir que el latín y el romance fueron realidades lingüísticas coexistentes, que durante siglos se mantuvieron interrelacionadas.
El paso del latín a nuestra lengua castellana se produjo ininterrumpidamente desde la Edad Media, y en el caso de los gentilicios fueron los clérigos y leguleyos quienes los promovieron, acostumbrados a una normativa que reservaba la lengua madre para los signos de validación, principalmente para la firma y data de documentos.

Los sufijos llamados productivos, que unidos a los topónimos denotan la naturaleza de las personas, están en función de tres aspectos:a) de su frecuencia de uso, b) de que pueda predecirse, c) o de que tengan una clara transparencia; y todos ellos tienen su origen en fuentes latinas, tales como:
ANU, ANO, ENSE, ES, INEU, EÑO, INU, INO
Y ya alguno de ellos se encuentra en nuestros primeros gramáticos, es decir en Elio Antonio de Nebrija en 1492, y en Gonzalo Correas en 1627.

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