DE NUESTROS ACADÉMICOS (2)


LAMENTO TRISTE  POR NOTRE DAME DE PARIS.

DIEGO RUIZ MATA / 16 de abril de 2019, Martes Santo.


Un texto breve y un poema que escribí en la noche de los días 15 y 16 de este mes de abril es lo que puedo ofrecerte, cuando comenzaba la Semana Santa Cristiana, y en este cosmos divino el órgano y las voces polifónicas del coro comenzaban a dirigir sus plegarias al cielo para que llegaran al oído de Nuestra Señora. Llegó entonces el desatino de una chispa de fuego en el techo de una vieja madera. Y en ese cielo del templo comenzó su destrucción, la expectación, la angustia, el llanto y el temor. Que yo sepa, no fue un castigo divino, quizás se debió a un descuido humano. No lo sé. Y así comenzó la historia del miedo, de la incertidumbre, de la duda del fin de este desastre en el que mueren no sólo un edificio sino una historia de siglos, la de millones de seres humanos. Notre Dame no es sólo un edificio de piedra en la isla de La Cité con las formas sublimes de un estilo gótico antiguo y elaborado, que Victor Hugo inmortalizó en su novela salvadora de su transformación, sino un mundo pleno de historia y de sentido humano y divino, un símbolo no sólo de la ciudad de París, sino de una civilización que conocemos como Occidente, ahora con menos orgullo y que ha comenzado su muerte desde hace unos años. Por tanto, es de todos y para todos, aunque se halle en París y en la isla de La Cité . No es de alguien concreto, como algunos dicen desde su odio ancestral. Es de todo lo que ha construido la tradición y religión judeo-cristiana. Y de aquí mi llanto y mi pena sentida, como los de muchos a los que nos importa la Historia y que creemos con Ferdinand  Braudel que haber sido es una condición de ser. !Pobre pueblo que no lleve a sus espaldas una historia Esto vale para todo lo que se relaciona con el ser humano, si es que en estos momentos es importante. Para mí, si lo es. Y mucho. Perder la historia es perder el sentido de la vida.


Este lamento en versos - los que muestro en otro texto- es para Notre Dame de París. También para todos los edificios que han sucumbido por un desastre, ya sea por una tormenta violenta que no perdona, por un viento poderoso imparable, por un diluvio universal y sus aguas destructoras, por el temblor de la tierra que es una gran rotura de muerte, por la fuerza poderosa de las  olas del mar embravecidas y manejadas por Neptuno, y la violencia ciega de las aguas y de los barros de los ríos que corren por sus antiguos cauces, reclamándolos, o por los rayos fibrosos que castigan sin piedad. Ya lo supo el hombre desde que comenzó a tener conciencia de su debilidad ante la naturaleza y se encomendó a los dioses para su protección y consuelo. Y bien lo saben las historias de todas las catástrofes, imparables. A veces, la naturaleza castiga, pero también el hombre. ¿Cuántas ciudades, cuántos monumentos, cuántos paisajes se han destruido por la perversa relación entre el hombre y el hombre -la guerra-, el hombre y la cercana naturaleza - la ambición desmedida. Hoy el destino se ha fijado en Notre Dame, un microcosmos divino en una isla y en una ciudad, en un mundo pequeño en extensión e inmenso en contenido, por un malicioso fuego sin sentido. Hace muchos años, ya perdidos en la memoria, fueron los castigos divinos del Diluvio Universal, de Sodoma y Gomorra, pecadoras, de las de miles de ciudades destruidas por la guerra de la supervivencia o de la ambición sin freno, por el suelo quebradizo que produjo el terrible terremoto de Lisboa en 1755, y muchos más, incontables, o por la enfermedad contagiosa, como sucedió en Sevilla, por citar un ejemplo, con las terribles epidemias de muerte de los siglos XIV, XVI y XVII. Y en otros muchos lugares del mundo. Pero hay que mencionar, siquiera de paso, la destrucción por la intransigencia de las creencias religiosas cegadoras. Las ha habido también cristiana, hay que decirlo. Pero han sido terribles e injustificables las destrucciones de cientos de iglesias armenias, la ciudad romana de Palmira y su templo de Balbek, la asiria de Nimrud, y muchas más, muchas más, a la vista de todos y con saña, con la frialdad del asesino sin límites que destruye obcecado por la locura de las ideas, retransmitidas por la pantalla televisiva, y con la pretensión de la aniquilación de todo lo que huela a Occidente, todo lo que significa esta civilización, que algunos han firmado su sentencia de muerte. Y olvidan la libertad, la posibilidad de elegir y de pensar, la igualdad de las mujeres. ¿Cómo no voy a dedicar estas líneas a un símbolo de lo que soy porque ha habido atrás una historia que nos ha proporcionado una conciencia de lo que somos?. Tengo que manifestar lo que pienso. Lo siento por quienes no lo crean así. Lo que  deseo con fuerzas es volver a contemplar sus espacios infinitos perdidos en los bóvedas y en los recovecos de sus estancias, las luces de colores de sus vidrieras, una sinfonía sin sonidos, y escuchar con embeleso los sonidos del órgano y los cantos del coro que llevan a las amas al lenguaje divino. Y la alegría de las voces en la plaza abierta y en la isla bajo un sol que ilumina y conforta. La alegría en los ojos. La alegría en el corazón y en la vida. Es lo que de nuevo quiero ver cuando me acerque a sus puertas y contemple arrobado sus torres, sus rosetones de encajes, sus arbotantes que protegen con mimo su cintura y a sus reyes enhiestos que la protegen y dan la vida por ella. Sentir de nuevo el pálpito renacido de su corazón es lo que deseo.


Comentarios

  1. Reitero mi comentario anterior, un abrazo

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  2. Es cierto, Occidente muere, poco a poco o de golpe. Y hay una hoja de ruta para esta muerte, porque sus pobladores no son los más inteligentes del mundo, ni los de mejor corazón; pero sí son (más bien, "eran") los más rebeldes y de espíritu libre. Por lo tanto, los más peligrosos para el sistema mundialista que nos quiere obedientes, mansos, sin identidad y sin recuerdos. Y están haciendo, hicieron y harán todo lo posible por conseguirlo.
    No digo que este fuego sea provocado, pero sí lo fueron los otros que destruyeron y profanaron templos en Francia no hace mucho. Y también los otros fuegos invisibles que profanan segundo a segundo el templo que cobija el espíritu humano, transformando a la juventud europea, la posible esperanza, en bestias andróginas e insensibles.

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