DE NUESTROS ACADÉMICOS (1)

RECUERDOS DE NOTRE DAME CON ALEGRÍA Y PESADUMBRE.
(Diego Ruiz Mata / 15 de abril de 2019).



¿Cuántas veces habré mirado con respeto tu fachada imponente y acogedora con mis ojos ansiosos, tus puertas apuntadas, tus ventanas redondas vestidas de encajes, las torres protectoras, los reyes coronados y erguidos, tu piel de piedra pulida, y recorrido con emoción los espacios sostenidos por potentes columnas enraizadas en el suelo, sin límites de altura y bóvedas nervadas cuajadas de estrellas?. Porque esas bóvedas que nos embelesa son precisamente el cielo donde habitan las estrellas, el sol y la luna, los ángeles y los santos protectores. ¿Cuántas veces habré admirado el regalo de colores de tus vidrieras que seducen a mis ojos, los conducen al ensueño, y apacigua mi alma por la paz celestial que esas luces emanan?. ¿Cuántas veces habré recorrido tus muros, desde cuántos lugares te he contemplado con el arrobo que produce la historia y la belleza, como a una amante que se observa de lejos con el amor desprendido y no te atreves a hablarle por el miedo del desprecio y del olvido?. ¿Cuántas veces habré  pronunciado tu nombre, solemne y admirado, "Notre Dame", habré recordado al poeta y pensador  Victor Hugo, enamorado de este cielo religioso, que no es otra cosa este templo, habré entrado por tus arcos apuntados pespunteados de encajes que señalan a lo más alto, recorrido tus espacios de sombra donde habita el misterio y se guarda la historia, y visto el rostro deforme del campanero Quasimodo observando la ciudad de París que no conocía y el pelo suave y negro de Esmeralda movido en el viento en su baile frenético que enamora?. ¿Cuántas veces te habré visto bajo un cielo azul intenso, bajo un cielo grisáceo y lluvioso que llora en silencio?. Y ahora, hoy precisamente, un Lunes Santo de abril, cuando el solemne órgano comienza a difundir sus solemnes sonidos por sus miles de tubos y las voces de los ángeles comenzaban a hablar con los santos que guardan el cielo, apesadumbrado por la Pasión de Cristo y la pena reflejada en los ojos de Nuestra Señora, veo estremecerte, temblar entre llamas de muerte, cayendo lentamente, muriendo poco a poco, sin respiro. No se me ocurre nada que decirte, no tengo palabras que sirvan de consuelo. Mi lenguaje no sirve para hablar en estos ámbitos divinos, en estos momentos de tragedia. No puedo ayudarte. No puedo. Y de verdad lo siento. Sólo me han salido del corazón quieto y dolido unos versos y un texto apresurados y torpes, que sé que no consuelan, que no sirven de nada. Y recuerdo con la añoranza,  en esta ocasión tan triste, que proporciona el paso del tiempo, que un día llegué hasta ti, ante tus puertas, con el corazón rebosado de alegría, cogido de la mano de mi primer amor, de mi gran amor, de mi único amor. Y ahora te veo, entre lágrimas, morir entre llamas que consumen. Me siento impotente y  no puedo hacer nada, nada, sólo mirarte triste de lejos y sin palabras de consuelo, a la espera de la vida o de la muerte, pidiendo el milagro que deseo.
Tu fiel amante que se llama Diego.

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