Ser portuense, ciudadano del mundo.

 

Paseo fluvial. El Puerto de Santa María


Las teorías sobre la formación y desarrollo de la identidad, se mueven entre dos grandes tipos de explicación. De un lado, las de corte comunitario, basadas mas en la identificación entre el individuo y el colectivo a nivel emotivo o sentimental, a nivel pasional; de otro, teorías mas societarias, basadas en la adscripción identitaria mediante mecanismos de asunción racional de valores compartidos.

Nuestro planteamiento asume la posibilidad de una identidad basada en emociones y sentimientos, experiencias, que el individuo “quiere escoger”. Sostenemos que lo que soy, a donde pertenezco, es producto de mis elecciones racionales pero también y conjuntamente afectivas, elegidas por el individuo como persona. Experiencias individuales que me constituyen y completan, pero también compartidas en tanto la sensibilidad, la aceptación común, la empatía es una constante en la formación y desarrollo de la identidad del individuo.

Castillo de San Marcos. El Puerto de Santa María

He aquí una propuesta de lo que llamo las rutas de la sensibilidad en la formación identitaria. Lo que soy, lo que quiero ser, lo que he llegado a ser, sin duda ha sido producto de mi origen, una familia de procedencia levantina inserta en una comunidad con personalidad propia y focalizada en esta ciudad portuense. Habiendo transcurrido mas de dos tercios de mi vida fuera, nunca he olvidado, y a través de estos recuerdos hechos experiencia siempre me he sentido portuense, los olores y aromas que impregnaban el recorrido desde mi casa, en Micaela Aramburu, frente al Resbaladero y a ese Castillo imponente que huele a vendaval, a lluvia nocturna, hasta el Colegio Jesuita situado en la Plaza del Ave María. Nunca he olvidado el fuerte olor a mar que subía de las orillas donde se abrazan el río del olvido y el mar evocador. Siempre estará presente en mi, como portuense, el cálido aroma a pan que salía de Las Cañas ascendiendo ya por la calle Federico Rubio, el andar entre las intensas sensaciones matutinas del olor procedente de los verdes enjaezados de las bodegas del camino, aroma dulzón y seductor que se esparcía por alrededor en esencias agitadas por el levante, que empapaban la piel, los sentidos. Faltaba todavía por oler, la noble madera quemada de los toneleros en la forja de la bota, ese fuego central que doblegaba el viejo roble americano y francés, acogiendo y mezclando esencias que confundían a un niño que se hacía adolescente al cruzar diariamente las calles de la vida guiado por esos olores. Y frente al ya inexistente Cine Victoria, la última amalgama de olores que procedían del Cocedero de Salva, nave solar en la que entraban moluscos, crustáceos… y salían manjares a través de un proceso en el que el olor era, para el adolescente ya, el principal referente del palpitar vivo de la vida viva, llegando a una florida plaza del Ave María cuyas fragancias se mezclaban con las de la arboleda perdida, con el olor a mar lejano.

Esta es mi ruta de la sensibilidad, la que me hace ser portuense, la que quiero no ya recordar sino afirmar en mí constituyendo lo que ser quiero, un hombre, un hombre del mundo.
Miguel Pastor
Académico de Santa Cecilia
El Puerto de Santa María 09-11-2013

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