EL DESCENDIMIENTO DE LA CRUZ (1435-40) Roger van der Weyden. Museo del Prado


Es una de sus grandes obras maestras, pintada en torno a 1435 para la capilla de los ballesteros de Lovaina. Entró a formar parte de la Colección Real como herencia de Felipe II, cuando fue enviada a España por María de Hungría, hermana de Carlos V, y al parecer, por la descripción que de ella se hace en 1574, en el documento de entrada a El Real Monasterio de san Lorenzo de El Escorial, formaba parte de un tríptico del que las puertas laterales han desaparecido.

Un cuadro lleno de intensas emociones contenidas. Aquí observamos el momento exacto cuando el cuerpo sin vida de Cristo es bajado delicadamente de la cruz por José de Arimatea a su lado izquierdo y Nicodemus a su derecha. Otra figura principal es Maria que se desmaya a causa del dolor mientras Juan se inclina para sostenerla.

El cuerpo sin vida de Cristo es el foco central. Este cuadro está pintado en dorado y la naturaleza que tanto renombre ha dado a los pintores flamencos se limita a unos cuantos vestigios en el suelo.


Todas las figuras están íntimamente ligadas a las demás. Figuras entrelazadas en retorcidas posturas.
Ciertamente el hecho de que la superficie pintada sea de un relieve policromado, le dá una fuerza especial a esta composición.

La posición de Maria colapsándose en una pose similar a la de su hijo fue algo nuevo en ese tiempo y fue una innovación de este artista. El utilizó este método de repetición a lo largo de toda la pintura para reforzar su impacto visual. Como por ejemplo, la mano derecha de la Virgen es un eco de la mano izquierda de Cristo. Pero sus tonalidades son diferentes: la mano de la Virgen, es blanca y pálida por el desmayo y la de Cristo tiene un tono azulado tras la muerte.
Pareciera que ella también estuviese sin vida. Y es que ella está sufriendo una agonía emocional equivalente al extremo dolor físico que sufrió Cristo.
María se encuentra desmayada y Juan se inclina para sostenerla. El cuerpo de María forma una linea diagonal parecida a la de su hijo. Repito, esta imitación hace que madre e hijo compartan un mutuo dolor.
Al ver tan terrible experiencia de María, los fieles que se encuentran a su lado son despertados por una inmensa compasión ante el sufrimiento de Cristo.
El tocado de la Virgen es blanco porque es el color de la pureza e inocencia. Miren cómo se repite este color en todo el cuadro.
Su traje está pintado de un color azul ultramarino. Este pigmento tan especial ha hecho que las pinturas de este artista tengan un valor especial.


El tono marmolado del cuerpo de Cristo contrasta con la blancura de su lino. Esta figura es trágica pero hermosa. Sus cincos heridas de sangre y la pálida corona de espinas de alguna manera adornan por otra parte su cuerpo intachable.
El fuerte color rojo utilizado en la sangre y las vestimentas de San Juan, María Magdalena y José tiene dos propósitos:
1) tiene un valor simbólico que es el de la Pasión, y 2) lleva el ojo del espectador por toda la escena como un refuerzo a las heridas de Cristo.

El movimiento que genera la posición de cada una de las figuras es contenido, lo mismo que las expresiones de sus rostros. No hay dramatismo ni exageraciones sentimentales sino belleza y genialidad. La disposición de cada elemento, la de las manos y los pies de los personajes, tienen un ritmo reposado.

Si trasladásemos ese ritmo a la música, lo podríamos comparar con la melodía armoniosa y vibrante que sugiere el famoso Adagio de Tomaso Albinoni. Escúchenlo para serenarse después de contemplar tanta belleza.

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Fuente: Hablemos del arte, Marisol Román
Gonzalo Díaz-Arbolí
Académico de Santa Cecilia

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