Palabras de Campo–Adentro. La poesía silenciada de un ilustre artista vejeriego: Manuel Manzorro.
ENTRE EL SUEÑO Y LA MEMORIA
Qué ha podido ocurrir en mi comarca,
qué ha pasado en mi entorno madre-mía.
De todo aquello y todo esto
y todo lo demás, resulta
que de tanta disnea y tanta bruma
me escuece la memoria hasta cuando duermo.
Y ahora siento que mi sangre
ya no barrunta por derecho la alegría.
De tanto y tanto acordarme ocurre,
que de súbito me brota
de par en par un campo en la tristeza,
destilándome pájaros,
supurándome tercios doloridos,
broncas penurias y dulces claridades,
desconchadas ternuras
y arpegios de lluvias en la techumbre.
Pienso que he de morirme yo también, ¿sabes?
porque vengo aforando
que tanta verdad no tiene cura.
Y es, que no era de contar con estos males,
ni con tantos enconados esguinces y avisperos,
pero además, no quiero enterarme
de los apretados hornos de mis venas
que me van tapando el tiempo
como broncas esparragueras de verano.
Sólo te escribo madre, ahora, para decirte,
que yo aprendí marzo y sus nidos de memoria
cuando iba de tu mano a la alegría,
a los aromas de la tarde,
al resplandor del trigo y a esperar la luna.
Y de camino recordarte
el asombro, de linde a linde, de mis ojos
enjaulando claridades
entre cenizosos plumajes y carruseles de trinos,
bajo las nácares lunas y el perfume del horno,
y las azules umbrías de álamos blancos,
cuando mi risa buscaba
el socaire de tus brazos
y el rastro de tu aroma
a pan dormido y a rescoldo.
es tan caudalosa que me lastima y me sostiene,
llega lo mismo que un denso rumor
de agua y luz
o un cante que desengaña.
Mi alegría se acerca con sigilo, como un sueño,
como una lástima o dulzor que duele
igual que un perfume malherido.
Es dolor y aliento, sueño no,
sombra musical de la tristeza,
sencilla como un álamo temprano;
pero resulta, que es madre de mi pena.
Es aquella verdad que aletea y no muere,
es un sin-remedio en carne-viva,
una historia acostumbrada
a brotar igual que el alba.
Sin ir más lejos,
mi alegría es un cante ya perdido,
es aquello que en vida escribió su anhelo.
En suma, mi alegría es un puñado
de cuatro cosas familiares:
El cañaveral, el pozo, la mañana,
tu nombre, los perros que laten en el monte,
aquel que canta a caballo,
el huerto y sus aromas,
el ruiseñor y el espino-majoleto.
En fin, es como un súbito arroyo
o como una texturada luz
que de repente se me hiela entre las manos.
Estos poemas que podrán escuchar en los siguientes vídeos están dedicados a su madre, y, me lleva a recordar la correspondencia que mantuve con Manzorro en el año 1956. Con timidez escribo algunos párrafos:
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