SABIDURÍA DE SANCHO PANZA A TRAVÉS DE REFRANES (5)

 PAREMIA 5: “En prisa me ves y doncellez me pides”

Quieres paciencia de alguien que apenas está aprendiendo a correr


Un aprendizaje de andar por casa
¿Te ha pasado alguna vez? Estás con el día patas arriba, sin haber parado ni para respirar, y justo en ese momento... alguien va y te suelta: “Tranquilo, tómate las cosas con calma”. Y tú por dentro pensando: ¿Pero ¿cómo quieres que esté tranquilo si no me da la vida?
Es una sensación muy común. Vas corriendo a mil, con la cabeza hecha un lío, haciendo malabares con multitud de tareas… y de repente alguien —que seguro lo hace con buena intención, no digo que no— espera que le respondas con una sonrisa. Y ahí me viene ese refrán que mi abuela soltaba a veces con toda su calma: “En prisa me ves, y doncellez me pides.”
Pasa más de lo que nos gusta admitir. Vamos acelerados, con la cabeza llena, tratando de sostener todo: trabajo, familia, redes, agenda… y alguien (que probablemente lo dice con buena onda) espera de ti calma, dulzura, atención. Como si estuvieras de vacaciones…
Sí, lo sé, suena a refrán viejo. Pero tiene algo muy real. Es como pedirle a alguien que está en una situación crítica que te ponga un café. No es que uno no quiera ser amable o responder con una sonrisa. Es que a veces simplemente... no damos más de sí. No nos queda nada.
Y lo más curioso es que lo hacemos todo el tiempo. Esperamos del otro que tenga paciencia, disponibilidad, buena actitud... sin saber cómo va por dentro. Y también nos lo pedimos a nosotros. Nos exigimos estar bien. Responder bien. Rendir bien. Y se nos olvida que no somos máquinas.
A veces la cabeza va a mil y el corazón, a su ritmo. Este refrán encaja perfecto en esos momentos donde estás tan metido en lo que tienes que hacer, que ni te das cuenta de lo que otros esperan de ti.
Vivimos en una sociedad que nos dice que hay que poder con todo. Que, si no haces diez cosas al día, te estás quedando atrás. Que hay que ser eficiente, productivo, amable, disponible... todo al mismo tiempo. Pero la verdad es que no. No se puede estar en todo, hacer todo, y encima hacerlo con una sonrisa constante. Nadie puede. Y no pasa nada. Que valora la productividad, la rapidez, el estar “siempre disponible”.
Y en medio de todo eso, a veces olvidamos respirar. Nos cuesta aceptar que, para estar presentes, necesitamos parar. Que no se trata solo de hacer, sino también de ser. Y que la calma no siempre es algo que podemos invocar de inmediato, sino que se construye poco a poco, con pausas, con silencio, con conciencia.


Una historia que sí ocurrió
No sé tú, pero yo he vivido momentos así muchas veces. Uno que no se me olvida fue hace unos veranos, en un pueblito de Castilla-La Mancha. Hacía un calor que partía las piedras, el aire seco y el sol brillando sobre los tejados de las casas. El otro día, volviendo del trabajo, estaba corriendo de un lado para otro, tratando de tachar todas las cosas pendientes. De esos días en que sientes que el reloj te va pisando los talones.
Iba con mil cosas en la cabeza. La batería del móvil al 2%, cinco mensajes sin responder, hambre, y la preparación de un examen para el día siguiente. Iba en modo automático, como tantos otros días. Entonces, una señora se me acerca y me pide que le ayude a encontrar la iglesia de San Joaquín. Y lo juro: mi primer impulso fue decir que no podía, que iba apurado, que no tenía tiempo ni para mí. Pero algo me frenó. Le expliqué lo mejor que pude. Me dio las gracias con una sonrisa tan tranquila que me desmontó. Y ahí, como un eco interno, me vino el refrán: “En prisa me ves, y doncellez me pides.”
Porque a veces el mundo te pide delicadeza justo cuando tú vas en llamas. Y no porque no la tengas, sino porque estás intentando sostenerte. Y claro, cuando estás al límite, lo último que puedes ofrecer es “doncellez”. Y sin embargo... también entendí algo ese día. Que tal vez no es que tengamos que dar siempre lo mejor de nosotros, sino aprender a reconocer cuándo no podemos. Y también a no exigirle al otro lo que no sabemos si puede dar.
Seguro te ha pasado. Estás haciendo una tarea, y desde la otra habitación alguien grita: “¡Solo ven un minuto!”. Como si ese minuto fuera solo eso. O llegas a casa reventado, y tu hijo, feliz de verte, te dice: “¿Jugamos un rato?”. Y tú lo miras, con culpa, porque quisieras tener la energía… pero no la tienes.
Este refrán —que parece tan simple— te planta delante de esa verdad incómoda: no podemos exigir sonrisas cuando estamos en medio del caos. No podemos pedir calma cuando el otro va con el alma en los talones. Y lo más curioso es que seguimos haciéndolo. Lo hacemos con los demás, y lo hacemos con nosotros mismos.
Ahí es donde este refrán entra como un espejo. Nos hace mirar esa tensión entre lo que sentimos y lo que nos piden. Y también, nos invita a recordar que no todo tiene que ser perfecto, ni rápido, ni constante. Que hay momentos en los que frenar no es rendirse, es cuidarse. Porque sí, la vida va rápido. Pero no por eso tenemos que correr todo el tiempo. A veces, sentarse con alguien, respirar, o simplemente no hacer nada por un ratito… es más valioso que tachar otra tarea de la lista.


Cierre cervantino
Pienso en don Quijote, con su locura y sus ideales, en medio de un mundo que no entendía su ritmo. Mientras todos seguían con su día a día, él se detenía a mirar molinos, a hablar con humildes, a imaginar castillos donde había ventas. Y aunque pareciera que vivía en otro mundo… quizá por eso mismo tenía más lucidez que muchos.
En el capítulo 2, cuando llega a la venta que confunde con un castillo, todo es prisa y confusión, pero él sigue con su compostura caballeresca. Su “doncellez”. Porque no es que ignore la realidad. Es que decide caminarla de otra forma. Me hace pensar en don Quijote, con su locura, persiguiendo ideales mientras el mundo giraba a otro ritmo. A su manera, también frenaba. Se detenía a ver belleza donde nadie la veía. Y creo que ahí está la “doncellez”: en no perder eso. En no dejar que la velocidad nos arrastre. Porque sí, el mundo corre. Pero nosotros no estamos obligados a ir corriendo siempre.



N. La ilustración se ha recogido del estudio: Azulejos del Quijote en el parque Cervantes Alcázar de San Juan, 2016. Cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra. 
Autor: Constantino López Sánchez-Tinajero, Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan.

Antonio Leal Jiménez
Académico de Santa Cecilia


Comentarios

Entradas populares de este blog

UNHA NOITE NA EIRA DO TRIGO