SABIDURÍA DE SANCHO PANZA A TRAVÉS DE REFRANES (6)

 



PAREMIA 6: “La culpa del asno no se le ha de echar a la albarda” (Sancho, II, 66: 1275)
Manera elegante de decirnos que asumamos nuestras meteduras de pata



Del Quijote a la vida misma: cuando la culpa no es de la albarda
No sé si alguna vez has leído el capítulo 66 de la Segunda Parte del Quijote que trata “de lo que verá el que lo leyere o lo oirá el que lo escuchare leer”. Se emplea para indicar que alguien se disculpa inadecuadamente. Vamos, que no hay que culpar al instrumento, sino mirar bien quién tomó la decisión.
Yo, lo leí por obligación hace años, y no me dejó huella en su momento. Pero hace poco lo redescubrí, casi por accidente, y me encontré con un refrán que me hizo frenar en seco: “La culpa del asno no se le ha de echar a la albarda.” Al principio pensé que era una de esas frases de pueblo que suenan graciosas, pero no. Tiene miga.
Mira, no todo en la vida se puede controlar, pero muchas veces, cuando algo sale mal, la causa está más cerca de lo que queremos admitir. Y si aprendemos a verlo, sin dramatismos, pero sin excusas, ya estamos un paso por delante.
Excusas hay muchas. Responsabilidad… no siempre. Este es uno de esos refranes sabios que sueltan las personas con experiencia cuando te ven venir con excusas flojas. “La culpa del asno no se le ha de echar a la albarda”. Y aunque al principio me sonó a chiste de pueblo, la verdad es que tienen toda la razón.
Vamos por partes. La albarda, para los que no lo tienen muy presente, es como un cojincito de cuero que se le pone al burro para que no le haga daño la carga. Entonces, si el burro no puede con el peso, ¿es culpa de la albarda? Pues no. Es culpa de quien decidió cargarlo más de la cuenta. Lo que quiere decir es bastante simple: cuando algo sale mal, no siempre es culpa de lo que usaste, sino de cómo lo usaste.
Y claro, en la vida real pasa igual. A veces culpamos al "instrumento" —la herramienta, el sistema, la situación— cuando en realidad la decisión la tomamos nosotros. O no la tomamos, y dejamos que las cosas se descontrolasen solas. Lo cual, sinceramente, viene a ser lo mismo. En el día a día, asumir nuestros fallos sin buscar a quién echarle el muerto es señal de madurez, humildad… y, seamos sinceros, también de sentido común.


Historia real situada en un pueblo de la Mancha
Te pongo un ejemplo que me pasó hace no mucho —y que todavía me da un poco de vergüenza contar—. Trabajo desde casa en un pueblo pequeño (sí, uno de esos donde sí se cae el wifi, también se cae medio día de productividad). Tenía una reunión importante por video llamada, una de esas que pueden abrir puertas. Pero claro, la noche anterior me confié. No cargué el portátil, no revisé el software, y ni siquiera miré si la conexión estaba bien. Total, llega la hora... y un desastre. El portátil se apaga, el audio no va, entro tarde. Cuando acaba, lo primero que digo es: ¡Este ordenador es una basura! ¡Y la conexión va fatal!”
Pero en el fondo sabía la verdad. Me había pasado media tarde viendo vídeos, dejando todo para el último momento. Y claro, lo pagué caro. Porque no era culpa del portátil. Era culpa mía. Falta de previsión, básicamente.
Mi jefa (que tiene más paciencia que un santo, pero no se anda con rodeos) me soltó algo que se me quedó grabado: —“No le eches la culpa al ordenador. El problema fue que no te preparaste.” Directo al ego, pero justo… Desde aquel día dejé de echar balones fuera cada vez que algo salía mal
Desde entonces intento —y subrayo intento, porque no siempre lo consigo— hacer las cosas con más cabeza. Y eso es lo que procuro hacer desde entonces. Prepararme. Revisar. Prevenir. Porque no hay app, ni portátil, ni excusa que arregle la falta de responsabilidad. Así que ya sé que, la próxima vez que algo salga mal, antes de maldecir al wifi, al clima, a la herramienta o al universo entero… miro bien quién es el culpable.
No porque ahora sea la persona más organizada del mundo, sino porque entendí que culpar al mundo de lo que uno mismo no hizo es, como mínimo, una pérdida de tiempo. Es más fácil decir “es que no me funcionaba tal cosa” que asumir un “lo hice mal”. Pero el segundo te hace crecer. El primero solo te frustra.


N. La ilustración se ha recogido del estudio: Azulejos del Quijote en el parque Cervantes Alcázar de San Juan, 2016. Cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra. Autor: Constantino López Sánchez-Tinajero, Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan.
Por Antonio Leal Jiménez
Académico de Santa Cecilia

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