PAREMIA 105 “Todos los duelos con pan son buenos” (Sancho, II, 55: 1178)

  

                                                         LECCIONES DEL QUIJOTE PARA VIVIR CADA DÍA


Ilustraciones del artista alcazareño Antonio Tomás Romero


Cuando el mundo se derrumba, lo esencial te sostiene

Hay momentos en los que los pensamientos y los silencios pesan más que el propio cuerpo. No es necesario que ocurra una gran tragedia; a veces basta con una suma de pequeñas pérdidas.

Es justo ahí, en medio del cansancio y la incertidumbre, donde lo simple adquiere un valor sagrado. Sancho Panza, siempre tan terrenal, solía decir: “A pan duro, diente agudo”. Podría parecer solo un refrán popular, pero encierra una verdad profunda. No siempre podemos elegir el pan que nos toca, ni el día que nos espera. Pero sí podemos afrontarlo con dignidad, con entereza, y hacerlo acompañados. Y esa compañía lo cambia todo.

Hoy no cabalgamos por campos polvorientos ni nos enfrentamos a gigantes imaginarios, pero seguimos librando batallas silenciosas, muchas veces invisibles para quienes nos rodean. En medio de esas luchas, lo esencial no son las grandes palabras ni las soluciones perfectas. Es ese trozo de pan ofrecido sin juicio, sin ruido, sin condiciones.

Porque no se atraviesa igual un duelo con hambre que con el estómago lleno. No se calma igual el alma cuando hay una sopa caliente esperándote en la mesa. Hay gestos que no solucionan nada, pero alivian todo.

Y esa es una lección que sirve para cada día. Cuando no sepamos qué decir, ofrezcamos presencia. Cuando no sepamos cómo ayudar, demos algo sencillo. Cuando alguien lo esté pasando mal, no intentemos explicarle nada; reaccionemos con generosidad.

Lo simple no es poca cosa. Porque un pedazo de pan, cuando se entrega con amor, no es solo alimento. Es ternura. Es una forma silenciosa de decir: “No estás solo. Aquí estoy”. Y a veces, eso... eso es lo que salva.

Ilustraciones del artista alcazareño Antonio Tomás Romero



LA HISTORIA QUE FUE

Era julio. Llovía como si el cielo también supiera que algo se había roto. Rosario, con veintiocho años, acababa de perder a su padre. Un infarto. La noche anterior habían hablado por teléfono. Él le había dicho que le gustaban las empanadas que ella subía a Instagram. Que un día pasaría a probarlas. Pero ese día nunca llegó.

La noticia la encontró sola, en su pequeño piso. Estaba tan aturdida que ni siquiera podía llorar. Todo era un silencio denso.
Pasaron dos días así. Y la mañana del tercero, alguien llamó al timbre. Era Ignacio, un compañero del trabajo con quien apenas hablaba. Llevaba una bolsa con medialunas, una tarta casera envuelta en papel de aluminio y una botella de zumo de naranja.

No le preguntó cómo estaba. No hizo preguntas. Solo dijo: “Para que desayunes ahora”. Sofía lloró como no había podido hasta entonces. Entró, calentó agua, sirvió la tarta en un plato y se sentó frente a ella. Pero aquel desayuno, tan simple, tan callado, tan lleno de amor sin palabras, se convirtió en un faro en mitad de la oscuridad.

Años después, Rosario contaba que ese gesto fue lo que la hizo volver a sí misma. No le devolvió a su padre, no borró el dolor. Pero le recordó que el mundo aún podía ser un lugar bueno. Que incluso en medio del duelo, había espacio para el cuidado.

El ritmo del mundo puede ser ruidoso, pero tu verdad suele hablar en silencio. Aquí van unas preguntas para que la escuches;
1. ¿Somos capaces de reconocer lo que otro necesita en su dolor, aunque no lo diga?
2. ¿Nos permitimos recibir ayuda cuando estamos rotos, o nos creemos fuertes por seguir solos?
3. ¿Cuántas veces podríamos haber sido consuelo para alguien, y no lo fuimos por no saber qué decir?

18-10-25
Publicado en el Semanal de la Mancha 18/10/2025

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