Paseando con un poeta: Luis de Góngora y Argote
Al igual que a Quevedo siempre le hemos
asociado una imagen de espíritu burlesco y simpático, a don Luis de Góngora le
hemos colgado el sambenito de hosco y oscuro, posiblemente eso lo captábamos
mal ─por nuestra inmadurez estudiantil─ de las explicaciones en las
clases de Literatura, y así han quedado establecidas nuestras preferencias
literarias.
Después de pasar aquellos inolvidables
momentos entrevistando a Lope de Vega, pensé pedir que me concedieran unos
instantes de conversación con Góngora pero con los prejuicios que me atenazaban
no me atreví a hacerlo. No obstante no pude quitarme de la cabeza a este genio
de las letras y estuve reflexionando sobre su proyección intelectual y concluí que no era la que debiera de haber
tenido. Todos le conocemos y sin embargo es un gran desconocido.
Nuestro poeta de hoy, con el que no
paseamos, se sitúa como el gran representante del barroco culterano, periodo
que ocupó los reinados de Felipe IV y Carlos II. Esa fue una época de decadencia
política por una parte y de reafirmación religiosa por otra (Concilio de
Trento, Compañía de Jesús). Ambos aspectos ─el político y el
religioso─ tuvieron consecuencias, digamos, de carácter espiritual que llevaron
a un pesimismo generalizado, a un antieuropeismo recalcitrante y al abandono de
los temas poéticos que habían primado en el Renacimiento: el Imperio, la Guerra
y el Amor. Ya la poesía no fue válida para cantar gestas y pasó a ser un
entretenimiento culto, un juego de enigmas y dificultades. La reacción al Renacimiento
─severo y solemne─ se transforma en el recargado arte del Barroco.
Algunos estudiosos han dicho que don Luis
estaba más allá del culteranismo poético y han hablado de un estilo propio y
personal, el gongorino y de un tipo
de escritura: gongorizar. No sé si
esto es así o no, pero a la poesía culterana en general ─y a Góngora en
particular─ le debemos un significativo enriquecimiento de nuestra
lengua; la utilización de neologismos que sacaban del griego y especialmente
del latín dio lugar a palabras que entonces no existían y que ahora son de uso
común y corriente como: armonía, candor,
métrica, flores, fulgores, construye,
presiente. Esto, desde luego, lo debemos considerar como un gran servicio a
nuestra lengua. También propiciaron cambios en la sintaxis con su típica
alteración del orden de las palabras (hipérbaton) en sus poemas. Solían emplear
un lenguaje adornado con muchas metáforas, sustituyendo los nombres reales por
otros nombres poéticos con alguna relación con aquellos.
Muchos
expertos distinguen dos etapas en la creación de nuestro poeta de hoy, una
primera, la de las Letrillas y Romances, más
fácil y conceptual.
Que esté la bella casada
Bien vestida y mal celada,
Bien puede ser;
Mas que el bueno del marido
No sepa quién dio el vestido,
No puede
ser.
Que anochezca cano el viejo,
Y que amanezca bermejo,
Bien puede ser;
Mas que a creer nos estreche
Que es milagro y no escabeche
No puede ser.
Y a segunda etapa, tardía, la de sus
grandes poemas: Polifemo y Soledades, que es más compleja.
Estimo muy probable que la animosidad
contra Góngora puede ser atribuida a frases
como aquella en la que decía que el poeta debe escribir de manera que «a
los ignorantes les parezca griego»
o su parecer de que al lector había que exigirle el descubrimiento del
sentido de la poesía «debajo de las sombras» para que con ello la lengua pudiese
adquirir la perfección y grandeza del latín. Realmente, creo, que en la lírica
de Góngora se manifiesta un ideal de belleza basado en la oscuridad y el
hermetismo como normas.
Por alguna de esas razones que uno jamás
busca, siempre he tenido en gran estima sus sonetos, quizás los he tomado como un agradable pasatiempo
estético o como unas originales adivinanzas:
De pura honestidad templo sagrado,
Cuyo bello cimiento y gentil muro
De blanco nácar y alabastro duro
Fue
por divina mano fabricado;
Pequeña puerta de coral preciado,
Claras lumbreras de mirar seguro,
Que a la esmeralda fina el verde puro
Habéis
para viriles usurpado;
Soberbio techo, cuyas cimbrias de oro
Al claro sol, en cuanto en torno gira,
Ornan
de luz, coronan de belleza;
Ídolo bello, a quien humilde adoro,
Oye piadoso al que por ti suspira,
Tus
himnos canta, y tus virtudes reza.
Su poesía fue tan
revolucionaria y tan novedosa que todos sus contemporáneos, incluidos sus
adversarios, Lope y Quevedo, imitaron en mayor o menor grado al genial poeta
cordobés, que fue capaz de abrir un universo poético cuya influencia llegó
hasta el último tercio del siglo XVIII. Quizás
─más adelante─ me decida a pedir una entrevista con él.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico electo de Santa Cecilia
Abril de 2012
Magnífica explicación de literatura para la mañana del viernes, Viernes Santo. Ha sido un placer leer el artículo, gracias.
ResponderEliminarGracias, me ha servido para aclararme un poco con Góngora, que es casi un desconocido aunque lo hemos estudiado.
ResponderEliminarComparto este documento que puede ser interesante: La lógica en la poesía de Luis de Góngora
ResponderEliminarGenial una vez más Ignacio. Ameno, culto y didáctico artículo.
ResponderEliminarAl mencionar la enemistad de Góngora con Lope y Quevedo me vienen a la memoria aquellos versos contra el cordobés:
Yo te untaré mis obras con tocino
Porque no me las muerdas, Gongorilla,
Perro de los ingenios de Castilla,
Docto en pullas, cual mozo de camino
(Quevedo)
Muy bueno, como siempte.
ResponderEliminarMe parecen unos formidables artículos divulgativos, y los recomiendo a mis alumnos. Para explicar la poesía de Góngora suelo usar los mapas conceptuales y van muy bien.
ResponderEliminarFantástico! Gracias por tu clara exposición de ideas. Formidable.
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