LA MUSICALIDAD DE LA PINTURA (Capítulo 4º de 11)
Seguimos seccionando
el discurso de ingreso de nuestra académica Carmen Garrido. Decía:
La escala
musical, con sus siete notas, me sugiere una escala de colores en la pintura,
en la que, bajo mi punto de vista, la correspondencia sería de la siguiente
manera:
Para formar una
octava musical, la serie diatónica en que se incluyen los siete sonidos de una
escala, he seleccionado ocho obras maestras del Museo Nacional del Prado. No
pretendo buscar equivalencias temporales con composiciones musicales coetáneas,
ni describir los instrumentos musicales que aparecen en algunas de ellas, algo
que ya se ha hecho en otras ocasiones, sino más bien intentar brevemente
relatar la musicalidad que los cuadros de nuestra gran pinacoteca, me han ido
sugiriendo durante tantos años de observación, por una parte científica y por
otra sensible musicalmente.
DO
El
Descendimiento de la Cruz
de Roger Van der Weyden o Roger de la Pasture (Tournai, 1399-1400, + Bruselas, 1464) es
una de sus grandes obras maestras, pintada en torno a 1435 para la capilla de
los ballesteros de Lovaina. Entró a formar parte de la Colección Real como
herencia de Felipe II, cuando fue enviada a España por María de Hungría,
hermana de Carlos V, y al parecer, por la descripción que de ella se hace en
1574, en el documento de entrada a El Real Monasterio de san Lorenzo de El
Escorial, formaba parte de un tríptico del que las puertas laterales han
desaparecido.
Pero el
movimiento que genera la posición de cada una de las figuras es contenido, lo
mismo que las expresiones de sus rostros. No hay dramatismo ni exageraciones
sentimentales sino belleza y genialidad. El llanto se revela de manera sosegada
en el enrojecimiento de sus lacrimales y en las lágrimas cristalinas que corren
por sus mejillas. La disposición de cada elemento, la de las manos y los pies
de los personajes, tiene el mismo ritmo reposado, con un fraseo melódico de
cantata o de composición para un pequeño grupo de cuerda. Su tono sería menor,
pero vibrante y armonioso y con cierta gravedad, lo que siempre me ha sugerido
el famoso Adagio de Tomaso Albinoni.
Apoyándose en
una doble curva que se forma entre el pie derecho de san Juan y la mano caída
de Cristo, y de ésta a sus pies cruzados sujetos por la mano de José de
Arimatea, algunos autores han leído musicalmente los cuatro primeros compases,
en compás de compasillo (4/4), del Stabat Mater Dolorosa del Guillaume Dufay, músico
franco-francés de la época. Esto sólo es un ejemplo de otras muchas hipótesis.
Sean o no verdaderas, corroboran la fascinación de la conexión de la pintura
con cierta armonía musical.
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