ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (91)

Adoradores de piedras (1ª parte)
Piedras sagradas
Las más antiguas tradiciones recogen el mito del santuario de Adán, construido de zafiros y rubíes que fue elevado al cielo para evitar las aguas del diluvio. Cuando las aguas volvieron a sus cauces, el arcángel san Gabriel retornó la piedra-santuario de Adán y se la entregó a Abrahám, que la custodió hasta que se perdió. En el Antiguo Testamento abundan las referencias a piedras sagradas adoradas por los hebreos: Jacob apoyó la cabeza en un betel que le provocó el sueño de la escalera que ascendía al cielo y que se asocia a la Merkaba.
Las piedras sagradas han estado presentes en muchos cultos mediterráneos. En Mesopotamia se adoraba la piedra cónica abadir que los griegos incorporaron a su mitología como la piedra con la que Rea salvó a su hijo Zeus de ser devorado por Cronos, que así eliminaba a sus hijos varones para evitar que lo destronasen al crecer. Para ello, envolvió la piedra en pañales y se la dio a comer a su esposo.
En Egipto existía la piedra sagrada del templo de Heliópolis, denominada el Benben, con forma de pirámide de base cuadrangular regular y caras triangulares equiláteras. En Grecia era el omphalos, ombligo o centro del mundo, custodiada en el santuario de Delfos. Se trataba de un betilo de origen incierto que, según la mitología perteneció a Zeus. En Roma, los primitivos dioses familiares, Penates, se representaban por piedras redondas a las que se les ofrecía sal como augurio de salud y prosperidad. A Gea-Cibeles, diosa de la Tierra, se la veneraba en diversos templos bajo la forma de un meteorito negro y de superficie pulida. Las piedras cónicas de Elagalabus de Emesa, diosa solar asiria a la que construyeron un templo en el Monte Palatino; o el bloque de piedra granítica conocida como Baalbek, con forma prismática cuadrangular de medidas colosales; o, finalmente, la piedra negra sin labrar con cuatro cuernos que representaba al dios nabateo Ushara1; son ejemplos que avalan lo que decimos.
Piedras sagradas son los silex religiosos mencionados por Claudino, los mirificae moles de Cicerón, la piedra negra de Pessinonte, imagen de la Diosa Madre frigia que los romanos llevaron a Roma, y la piedra redonda que llamaban Neton los accitanos (en la antigua Guadix). Entre los musulmanes la piedra más sagrada es la Kaaba, en la Meca, con forma hexaédrica y de origen meteórico.


La llegada del cristianismo no impidió que los primitivos cristianos siguieran adorando piedras sagradas; hasta que los Concilios de Toledo (681 y 682) anatematizaron a los veneratores lapidum o “adoradores de piedras”. Pero, la medida fracasó y la Iglesia optó por otra solución que explicaremos en otro artículo.
Álvaro Rendón Gómez

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