Pulsiones atávicas
Aún recuerdo ─y quizás ustedes también─
aquella primera película, de 1973, titulada "El Exorcista" a la que
siguió toda una saga. Estaba basada en una novela
de W. P. Blatty que narraba un exorcismo real que
había tenido lugar en Washington en 1949. Regan se llamaba la niña de doce años
que víctima de una posesión diabólica era capaz de manifestar una fuerza
sobrehumana. No olvido la impresión que me causaron aquellas
terribles convulsiones, el cuerpo retorcido y doblado en lo imposible. Todavía
me conturba aquella cara tortuosa con ojos tenebrosos y salientes.
A veces pienso que algo
parecido les pasa a esos políticos que por un precipitado reciclaje no han
asimilado aún las ideas básicas de la democracia y les suena lejano y extraño que
la esencia de la misma sea el control y la limitación
del poder político y del gobierno. Los veo contorsionarse, excretar babas,
arrugarse sobre sí mismos y lanzar rojos rayos por los ojos cuando perciben
alguna disconformidad o crítica a su labor por parte de la ciudadanía.
Hace unos pocos
días el presidente de la Comunidad de Madrid ─en
una emisora de radio─ expresaba sus ideas en
torno a limitar la libertad de expresión y volver a implantar algún tipo de
censura periodística. Unas horas más
tarde se desdecía y negó que preconizase la censura de los medios de
comunicación. Para tratar de remediar la pulsión atávica autoritaria, intentó
paliar el impacto de sus palabras diciendo que lo que había querido decir con
“poner límites” a los medios no era nada que tuviese que ver con restablecer la
censura. Aquí, en Andalucía, hay otros imponen por decreto unas singulares
interpretaciones de las leyes. Y tanto ─en un
caso como en otro─ las explicaciones que dan
sirven de poco.
Decididamente hay políticos ─los
vemos a diario; por acá, y por allá─ que dicen
y pregonan defender las libertades, cosa que quizás hacen cuando el viento les
sopla a favor, pero se revuelven y contorsionan, como la niña de «El Exorcista»,
cuando alguien tiene el atrevimiento de dudar de la eficacia de sus trabajos o
ponerle "peros" a las pretendidas bondades de su acción política;
enseguida les rebosan sus impulsos atávicos.
Ignacio Pérez Blanquer
Académico de Santa
Cecilia
Muy bueno pero lo peor es que los hemos puesto ahí con nuestros votos.
ResponderEliminarJajajajaja, me figuro a más de uno babeando y echando espumarajos con los ojos vueltos.
ResponderEliminarpues sí ! y cómo bien dices se debe todo a la falta de claridad ,seguridad y profesionalidad ! ..qué pasaría si esta gente en vez de estar ahí estuviera ante una parada cardiaca ?
ResponderEliminarUno de los rasgos que definen a nuestros representantes es su locuacidad. No se sabe la razón, pero a parte de su afán por salir en las fotos, hablar por hablar, no decir nada o decir todo lo que no debían es un signo político. Todo aderezado de una concepción muy particular - e interesada- de como asimilar las críticas a la gestión que realizan. Entre los políticos se dicen barbaridades, muchas veces hasta piensas que se detestan pero luego los observa hablando tranquilamente, y lo justifican a la limpieza del juego democrático. Pero en ese juego no admiten extraños, es un club exclusivo donde sólo entran políticos, sindicatos, organizaciones y lobbies con inmensa capacidad de presión e influencia. El ciudadano de a pie se tiene que conformar con ir a votar cada 4 años, y a callar. Al parecer esa papeleta les otorga no solo poder sino dotes adivinatorias que les permiten saber mejor que nosotros mismos lo que queremos, ya que de otra forma no se entiende que necesitemos traductores de la realidad que nos topamos todos los días o que ni de casualidad cumplan un programa electoral.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho este post porque yo siempre pensaba lo mismo de Madalena Alvarez con los cabreos suyos que cogía y siempre decía que se ponía como la niña del exorcista.
ResponderEliminarMagister dixit
ResponderEliminarA, Boutellier
Gran contestacio del Sr. Boutellier a la concejala:
ResponderEliminarRespuesta de don Alberto Boutellier a la concejala Ybarra