ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (125)
POESÍA Y
REFLEXIÓN ÉTICA
A cierta edad, instalados en las
sedicentes seguridades de la vida, sentimos a menudo la tentación y el impulso
irreprimible de juzgar al resto del mundo según el patrón de los valores en los
que nos formamos en nuestra infancia y juventud. Sufrimos el espejismo de
pensar que nuestro tiempo –como si éste no se tratase también de nuestro
tiempo- fue siempre mejor, y que las cosas se deslizan en el presente por una
peligrosa pendiente de decadencia e, incluso, degeneración.
El encastillamiento en tan errónea creencia podría rozar incluso lo patético si no se tratase de una actitud repetida, una y otra vez, a lo largo de la historia, como parte de la permanente dialéctica entre los tiempos que desaparecen y los nuevos que se abren paso. El melancólico lamento manrriqueño de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, se combina así con el descubrimiento alarmante de que “el futuro ya no es lo que era”.
Es decir, que autoconvencidos acríticamente
de una lógica lineal, según la cual el porvenir sólo es la proyección hacia el
futuro de los valores e ideas que adquirimos en las primeras edades de la vida,
nos decepciona comprobar que se han verificado otros desarrollos que no se
ajustan exactamente a las expectativas que habíamos alimentado.

Autovacunado así, al menos
aparentemente, de las trampas de la melancolía, es decir, de la nostalgia de lo
que nunca ha existido en realidad más que en nuestro imaginario, quiero
defender la necesidad de superar dos de los, en mi opinión, peores males de
nuestro tiempo: la vulgaridad y la ausencia de reflexión ética. Bien entendido
que aludo a dos males sólidamente instalados en la esfera pública que permean
también al ámbito de lo privado.
La vulgaridad nace de la banalización de los argumentos y de los comportamientos que articulan la existencia y las relaciones entre los individuos. No me refiero por tanto sólo, ni principalmente, a la relajación de las costumbres o del vocabulario. Aludo a una falta de sentido de la trascendencia del pensamiento y de las acciones, arrastradas por un afán egoísta de utilidad inmediata que guía las actuaciones y las conductas.
La vulgaridad nace de la banalización de los argumentos y de los comportamientos que articulan la existencia y las relaciones entre los individuos. No me refiero por tanto sólo, ni principalmente, a la relajación de las costumbres o del vocabulario. Aludo a una falta de sentido de la trascendencia del pensamiento y de las acciones, arrastradas por un afán egoísta de utilidad inmediata que guía las actuaciones y las conductas.
De ello deriva también la
relativización de los principios éticos, subordinados a fines espurios
dirigidos a la satisfacción de apetitos y ambiciones particulares antes que al
beneficio de los intereses y los procesos colectivos.
Quizás pueda parecer una ingenuidad
reivindicar a estas alturas de la vida a la poesía frente la vulgaridad y a la reflexión ética frente a
un mundo que parece haber hecho bueno el viejo principio de Plauto,
popularizado por Hobbes: lupus est homo
homini, el hombre es un lobo para el hombre. Ingenuo o no, como hiciera Émile Zola ante el caso Dreyfus, j’accuse,
yo acuso, yo reivindico.
Juan José
Iglesias Rodríguez
Académico
de Santa Cecilia
Debo aplaudir sus ideas sobre la Poesia,como ya Plauto escribió, somos lobos hambrientos, desgraciadamente no de escribir rimas, ni de leer poesias, sino una vulgarización exagerada een todo lo referente a la lecturas. En nuestra tierra es el pais, en donde menos libros se adquieren y esto si que es triste.
ResponderEliminarMagnifico artículo, enhorabuena a esta web de la Academia de Bellas Artes del Puerto, es un placer visitarla.
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