ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (287)
LAS INVARIANTES Y EL
DESVARÍO
Cuando se ha construido una
ciudad, paso a paso, y su urbanismo tiene peso, seguro que es producto de las
invariantes. Las invariantes se repiten, están en el inconsciente forjador, son
elementos imprescindibles de la personalidad y de la idiosincrasia de algo.
Así, las invariantes del urbanismo portuense son las calles tiradas a cordel,
el urbanismo en damero; los bluendes, esas especies de almenas que coronan los
pretiles de las azoteas; los guardacantones de las esquinas; los cierros bajos
y altos; los pavimentos tradicionales; los huecos de escalera; los patios; y
los soportales, por ejemplo. Cuando el Puerto fue declarado Conjunto
Histórico-artístico, yo creí, inocentemente, que sería su salvaguarda. Esta
Ciudad de los cien palacios, ha ido, poco a poco, deturpándose y adocenándose,
con la permisividad, ciertamente punible, de las autoridades locales.
El paisaje urbano se ha degradado
hasta límites insospechados, sin que nadie le ponga tasa ni coto. Aquí
cualquiera ha dispuesto como suyo de algo que es del común; el paisaje urbano
–y el rústico—heredado, preservable, por Ley.
Pero está visto que la Ley
no se ha aplicado, ni se aplica; no se tiene conciencia de estar ante una
Ciudad singular, a la que poco a poco se le va despojando de sus invariantes, fijadas
y forjadas siglo a siglo. Es el caso de los soportales de la ribera del
Guadalete. Desde Pozos Dulces hasta casi el comienzo del Parque de Calderón por
la Plaza de las
Galeras Reales hubo soportales, magníficos ánditos cubiertos al mismo nivel de
la calle; espacios públicos de suelo sin cielo, antesala de las viviendas de
gentes de la mar que han ido quedando como testigos, aparentemente roqueños, de
las invariantes arquitectónicas portuenses. Y sin embargo, pese a su robustez,
llega un cualquiera y los derriba, impunemente. Con sólo repasar las antiguas
fotografías puede apreciarse cómo constituían un conjunto muy homogéneo de
construcciones que daban la sensación de haber heredado de nuestros
repobladores de la cornisa cantábrica una de sus invariantes y haberlas
convertido, con el paso de los años, en nuestra. Pues no, parece que no. En el
edificio de Pozos Dulces esquina y vuelta con calle Chanca, se han permitido
sus promotores derribar los soportales y la primera crujía del edificio, pese a
la prohibición expresa que tenían de hacerlo.
Que, por un expediente abierto por la Delegación de Cultura
se han rehecho. Pues mal, porque se han rehecho con distintos materiales, con
muy distinta textura.
Y, ya puestos, otro caso
sangrante: el de la Casa de las Cadenas. La Justicia tarda, pero, a veces, es ejemplar. Lo digo por la sentencia que ha dictado el
Tribunal Supremo en el caso del derribo de la parte trasera de la Casa de las Cadenas. Y esto
no es más que un paso. El segundo será de orden penal, que ya queda bastante
consolidado – y puede adivinarse-- con esta sentencia. Aquí, en El Puerto se ha
estado jugando con fuego durante muchos decenios. Puede decirse que desde los
60 del siglo pasado. Los derribos de edificios singulares han sido la tónica. De nada ha servido la
declaración de Conjunto Histórico Artístico del casco antiguo. Nuestras
autoridades municipales no han tenido la menor sensibilidad para pensar
siquiera que estaban ante una Ciudad de trazado y arquitectura muy valiosos,
que ha habido edificios dignos de conservarse y, con la Ley en la mano, no han tenido
el valor de obligar a sus propietarios a que los conservaran y restauraran. La
casa de las Cadenas es un caso más de los muchísimos que pudieran traerse aquí.
Ciertamente la parte trasera derribada, no era la menos noble del edificio,
sino el lugar donde estuvieron las habitaciones regias que ocuparon durante
tres veranos Felipe V e Isabel Farnesio. Desde el balcón trasero se extasiaban
mirando al río y al Coto. En la parte trasera del Palacio de Don Juan Vizarrón
estuvo el embarcadero donde en las falúas reales pasaban al Coto de los Conejos
o de la Isleta cuando los Reyes, los Príncipes y los
Infantes iban a cazar, casi todos los días. Decir que esa parte del edificio no
tenía interés es falso de toda falsedad. Crear la ficción de dividir
horizontalmente la finca para encontrarle salida solapada a un derribo
inmisericorde, es una falacia. El Tribunal Supremo, manda reconstruir lo
derribado. Es lo de Ley. Pero yo me pongo con quien quiera un euro, para que no
pierda mucho, que este Ayuntamiento no tiene lo que hay que tener para obligar
al propietario de la parte delantera a que restaure –no que rehabilite, que es
cosa distinta— esa parte del edificio, porque la Ley le obliga. De la parte posterior ya se
encargará el Tribunal Supremo que tiene la facultad de juzgar y ejecutar lo
juzgado. Y con eso, amigo, no se juega.
Luis
Suárez Ávila
Académico de
Santa Cecilia
Creo que este caso del Puerto, del centro urbano, tiene pocas soluciones a corto y a medio plazo, tienen que cambiar mucho las circunstancias para que esto se pueda resolver. ¿A largo plazo?, ¿25 ó 30 años? A lo mejor.
ResponderEliminarMagnífico artículo como todos los de esta página Web de la Academia de Bellas Artes que visito a menudo.