ENCUENTROS EN LA ACADEMIA (327).
EL RELOJ GUARDIÁN
Tengo un gran amigo que tiene un gran
reloj de pared. Hasta aquí, todo normal. Pero es que a mí me tiene embelesada –
el reloj, no mi amigo, que también.
De siempre he sentido una atracción especial hacia los relojes de pared
con su carillón y su péndulo; me hipnotiza el movimiento acompasado y me
fascina el sonido adormecedor cuando la casa está en silencio.
Mis padres tenían uno en casa y el tic-tac del péndulo lo recuerdo como
una de las cosas que me daban paz, tranquilidad, confianza; era el sonido del
confortable hogar, cuando la familia se ponía a leer, dado que por entonces no había TV. Con el
tiempo tuvimos otro pues el primero se había hecho mayor y “pendulaba” a destiempo y ¿qué quieres?,
resultaba incómodo tener que mirar cada dos por tres a ver qué le pasaba para
tener esa arritmia; yo misma me he encontrado respirando a destiempo cuando
sucedía. Es como cuando duermes al lado de una persona que, de pronto, contiene
la respiración. ¡Qué angustia!
Hubo que sustituirlo.
Y dio pena, no creas, pues estaba con mis padres desde que se casaron.
Se lo regaló mi abuelo, que lo consiguió comprando para su tienda de
ultramarinos, no sé cuántas cajas de unos caramelos industriales.
Al sustituto no le fue fácil ser
aceptado, como es de comprender. Y es que el primero tenía su aquél porque
había que darle cuerda. El encargado de esa tarea era mi padre. El ritual de la
cuerda era seguido por nosotros cuando mi padre lo llevaba a cabo – que era
todas las noches después de cenar.
Se subía en un taburete, cogía la llave de la puertecita de cristal (los
niños mirando en silencio), la abría y cogía la llave de la cuerda que estaba
dentro de la caja del reloj, la introducía en la varilla metálica y ras, ras,
ras, la giraba hasta el tope. A continuación dejaba la llave en su sitio, cerraba
la puerta de cristal y ponía la llave encima del reloj, escondida. ¡Y pobre del
que, en un arranque de curiosidad, la cogiera y luego no pudiera ponerla como mi padre la
tenía!
El segundo reloj era menos entrañable; no necesitaba que se le diera
cuerda. Supongo que mi padre lo eligió precisamente por eso, pero a mí me dio
pena perder el rito de la noche. No fue bien aceptado y no le echábamos cuenta.
Se sintió solo y para colmo no logramos colgarlo en su justo centro y, al estar
algo torcido, a veces el péndulo quedaba en un lado y no tenía fuerza para
incorporarse y seguir. En el fondo daba pena. Yo creo que estaba deprimido.
Pero el de mi amigo… ¡ah! Un fuera de serie –el reloj, no mi amigo, que
también.
Es espectacular. Grande, hasta el suelo, barroco en su profusión de
adornos, de herencia familiar, celeste y dorado. Tiene un péndulo muy artístico
que me recuerda a la estola del sacerdote y que se ve a través del cristal que
deja libre la decoración de la puerta. Su tic-tac impresiona por la fuerza, y sonoridad. Da sosiego y
calma a la casa y mi amigo se ha contagiado pues es un hombre que transmite
paz.
He
estado algunas veces tomando una copa con los amigos en ese salón, al anochecer
y con la chimenea encendida, en silencio, y el escuchar el latido de su corazón
potente, es una de las mejores cosas que te pueden suceder. Otras veces, con el
ruido de las conversaciones, de pronto se hace oír y enmudecemos todos.
Creo, sin temor a equivocarme, que es la joya de la casa.
Y algo muy importante: es el guardián moral de mi amigo. El reloj está
instalado en el primer rellano de la escalera - a cuatro escalones del suelo
del salón - por la que se accede al piso superior, es el piso donde tiene su
dormitorio; su sancta sanctorum.
A mí no me deja subir por esas escaleras, más arriba del reloj; como lo
oyes. Por lo visto las mujeres tenemos prohibida la ascensión al cielo. No lo
he intentado nunca pero estoy segura que el reloj se volvería loco tocando a
arrebato si pasara por delante de él al subir corriendo. O a lo mejor no; es
posible que tocara a gloria…
El día menos pensado lo compruebo y te lo cuento.
Laurentina Gómez Rubio
Socia colaboradora de la Academia
Ya te imagino subiendo la escalera y el reloj despendolado tocando las campanadas sin ton ni son, y a tu amigo también.
ResponderEliminarMe encanta la narrativa de Tini. Es tan natural que mientras lo lee te parece que eres tú el que la has escrito.
ResponderEliminarMuy bonito Tini, entrañable como tú.
ResponderEliminarSta. Teresa