Visita al pintor y poeta Manuel Manzorro en su casa de Santa Lucía. Vejer.

Gonzalo Díaz Arbolí y M. Manzorro en su residencia de Santa Lucía

Breve crónica de la visita a nuestro amigo, Manolo Manzorro.
Hemos tomado la carretera, A-48 tan íntima y familiar autovía hacia Vejer de la Frontera y, temprano llegamos a su casa de campo en Santa Lucía. (Vejer). El día es azul con una luz que lo inunda todo.

Hemos disfrutado de una mañana deliciosa, comenzando por el jardín que franquea la entrada a la finca, junto a la casa, una majestuosa parra de más de dos metros de altura, que cubre por completo una enorme terraza no dejando pasar el sol, es como la placentera umbría de un bosque que refresca el ambiente dejando un olor intenso y perfumado, su aroma me traslada a la juventud, cuando iba a la casa de sus padres en Patria y también viene a mi memoria esta estrofa de uno de sus poemas:

Fuera los mojinetes del cortijo:
Sus palomas, la parra, el patio y la lluvia.
Enfrente las cañadas, sus verdeles, sus lindes.
Y ahí abajo, el cercado, los arroyos, los trampales, lo de siempre.

Aquí la temperatura es fresca y una suave brisa hace sonar las hojas, incluso en los días que sopla fuerte el viento de levante, apenas se nota el calor. Vemos solo una mesa y un sillón de mimbre para disfrutar de la serenidad y de la lectura.

Paisaje que se divisa desde el interior del estudio
Lindando con la terraza, quedamos sorprendidos al descubrir dos imponentes y centenarios olivos que le fueron regalados por las autoridades de Priego de Córdoba como recompensa por su contribución a la cultura de la sociedad prieguense, cuando de profesor de la universidad sevillana pasaba cuatro intensas semanas en verano enseñando la difícil técnica del grabado.
Continuamos en el mismo jardín y nos describe, los naranjos, pomelos, granados, moreras y los frutales tropicales: papayas y chirimoyas.

Después hemos caminado hacia la parte baja de la finca, ¡qué maravilla de paisaje! al contemplar allí en lo alto, el grandioso panorama de Vejer, la ciudad blanca como una paloma reposada sobre los aleros del tiempo, como vejeriegos la miramos con los ojos del corazón y del recuerdo y, la visión quiere permanecer eterna, pero es una visión cambiante, cambia la silueta de la blancura, como cambia la blancura misma, y de esa blancura y esa luz nos hablaba de su proyecto de pintarla con la luz de la mañana y al oriscan (neologismo inventado por Manzorro para describir la tarde de oro).  También podría derivar de "lubricán". (crepúsculo)

Todo quedó en su sitio al despuntar el alba.
Abandonamos el patio al clarear el día
y olía la silente luz difusa por los carriles,
igual que un tomillar recién cortado,
o un socaire de orégano y colmenas.

Óleo de Manzorro. Vejer, la ciudad blanca como una paloma

Hemos recorrido todo el perímetro de la finca, por suerte no le falta el agua, a lo largo de la cerca baja un arroyo caudaloso que proviene del manantial de la Muela haciendo posible el crecimiento de unos altos álamos y también alimentando la arboleda que durante el trayecto nos ha ido citando los nombre de los árboles: ciruelos, almendros, higueras, melocotoneros, membrillos, perales, uno en especial silvestre al que los hortelanos llaman pergüetano, su nombre en realidad es piruétano, (en la mitología el peral silvestre es a menudo el árbol que atrae a dragones, demonios y brujas) y nos contaba sus recuerdos infantiles en la casa paterna de Patría, cuando sus padres no lo dejaban comerlos porque se podrían atragantar, ya que su fruto, aunque carnoso, es seco y áspero; la higuera, ese bonito árbol por su forma de copa y su follaje, de dulce pulpa que es una delicia comerlos recién cogidos del árbol al amanecer, de cómo un ciruelo que, como consecuencia de un injerto se había comido a su hijo, cuando nos lo contaba, se refería a una leyenda mitológica. He de decir que todos los árboles han sido plantados por él.
Regresamos a la casa por la atarjea seca, apenas un regajo, como corresponde al mes de mayo, donde las copas de los frondosos árboles que la limitan, forman un dosel que se asemeja a un almizcate. Y siempre acompañado de la música del canto de los ruiseñores….   
Si quieren escuchar su canto, pulsen en Canto del ruiseñor

En el centro el abono preparado para la siembra de tomates, pimientos, patatas, cebollas, nos dice que la compra en el supermercado está carísima y debe autoabastecerse, yo le recuerdo que en su vida de profesor migrante ya los cultivaba en Ottawa.

Subimos de nuevo a su estudio y contemplamos los cuadros colgados y otros en los que está trabajando…
  
                                                      En este vídeo pueden ver parte de su obra


Poema de Manuel Manzorro: Elegía a la muerte de su padre, Voz: G.D.A.

Hay dos etapas de la vida que determinan el paso del tiempo: la juventud y la vejez y en esta última estamos.
En la despedida nos abrazamos con la promesa de vernos pronto. Trato de retener todo lo que hemos vivido y aprendido.  

Cuando la oscuridad se adueñaba del cielo, regresamos a nuestra casa en El Puerto de Santa María desandando la misma carretera, a medio camino, me comentaba Inma, mi mujer, la soledad en la que se quedaba nuestro amigo, entonces recordé la oda a la vida solitaria de Fray Luis de León. 

¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruïdo,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;

Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio Moro, en jaspe sustentado!

También me vino a la memoria el poeta latino Horacio que, en su famoso poema “Beatus ille” (“Dichoso aquel…”) expresó su ideal de una vida sencilla y retirada, en contacto con la naturaleza y alejada de los ruidos y preocupaciones de la ciudad.

"La soledad es el paraíso de los artistas". 
Hagamos posible que estos recuerdos idílicos permanezcan en el lugar más soleado de nuestros corazones.


Gonzalo Díaz-Arbolí
Académico de Santa Cecilia
El Puerto de Santa María 5 de septiembre 2023

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