Sabiduría de Sancho Panza a través de refranes (4)

 PAREMIA 4: "No con quien naces, sino con quien paces” 



Un aprendizaje de andar por casa
Hay refranes que suenan a abuelos, a pan tostado y a tardes sin prisa. Este es uno de esos. Parece simple. Hasta que te toca vivirlo. Porque no siempre la familia es la que te dio la vida. La vida —con sus vueltas, sus quiebros y sus sorpresas— te va enseñando que, los vínculos que de verdad importan, no siempre vienen con un lazo sanguíneo. A veces vienen, con una taza de café caliente, una conversación, o un silencio compartido que no incomoda.

Hay abrazos que no llevan tu apellido, pero que igual te sostienen. Y hay nombres que no están en tu árbol genealógico, pero que sí están en tus días más difíciles. Y eso, al final, es lo que te define.
No hay manual para saber a quién dejar entrar en tu vida, pero si algo tengo claro es esto: aquellas personas que te hacen bien, que te suman, sin restarte nada… esas, valen todo el oro del mundo. A veces aparecen sin anunciarse, como quien no quiere molestar, pero se quedan justo cuando más lo necesitas.
Este refrán nos recuerda algo muy simple pero profundo: lo que realmente importa no es de dónde vienes, sino con quién decides caminar la vida. A veces, la familia, no es la que te tocó al nacer, sino la que encuentras en el camino. Porque compartir la sangre no siempre significa compartir los sueños, las risas o los silencios. La verdadera compañía se siente en los pequeños gestos: una mirada que lo dice todo, una sonrisa que alivia, una mano que se tiende cuando la necesitas.
Y por eso, vale la pena elegir bien a quién dejamos entrar en nuestra vida. Porque esas elecciones, más que cualquier otra cosa, son las que terminan moldeando quiénes somos y hacia dónde vamos. Es, en definitiva, una invitación a elegir con conciencia y valor a las personas con las que decidimos compartir nuestra vida, porque con ellas forjamos nuestro carácter y nuestro destino.



Una historia que sí ocurrió (Sergio, músico callejero)
¿Sabes? Siempre pensé que el hogar era un sitio. Una casa. Unas paredes. Un apellido escrito en el buzón. Pero luego entendí que, a veces, ni el apellido, ni las paredes, ni siquiera las fotos familiares logran dar calor.

Crecí en un piso pequeño donde el amor se gritaba más de lo que se decía. Donde las puertas se cerraban tan fuerte que dolían hasta en el pecho. No fue fácil. Y cuando cumplí los dieciocho, agarré una guitarra, una mochila medio rota, y me fui. Así, sin drama, sin despedidas, solo… me fui.
Sergio solía decir que su casa nunca olió a hogar. Que olía más bien a miedo, a discusiones que se clavaban en la piel. Durante meses fue un nómada de aceras, un músico invisible. Tocaba en bares donde la gente hablaba de espaldas, en plazas donde los niños corrían ignorando su música. Dormía donde podía: bancos, portales, la estación de tren. Cada noche era una batalla contra el frío y la soledad.
Y entonces, una noche cualquiera, de esas en las que uno ya casi ha dejado de esperar milagros, Sergio entró en un bar de barrio. De esos que huelen a café de toda la vida y donde las paredes guardan secretos de otros tiempos. Cantó como si estuviera cantando para la vida misma, aunque solo un par de personas le prestaron atención. Cuando terminó, recogió sus cosas despacio, sabiendo que le esperaba otra noche larga y dura.
Entonces, Luis, el camarero, un hombre de manos gastadas y ojos amables, se le acercó. No preguntó nada. No juzgó. Solo puso delante de él un plato de lentejas, que, por cierto, estaban muy calientes.
—Come. Y si quieres, arriba hay un sofá donde puedes dormir —dijo, casi en susurro, como quien ofrece algo sagrado.
Esa noche, Sergio no durmió en un banco. Durmió en un sitio donde no hacía falta tener miedo. Luis no le dio solo comida o un sofá viejo. Le dio algo que valía infinitamente más: le recordó que, todavía existía la bondad. Que, en medio del frío del mundo, hay gente que simplemente no te deja caer.
Hoy, Sergio llena teatros, viaja por el mundo, y canta sus canciones. Pero en todos sus conciertos, en algún momento se detiene, sonríe y dice: —Yo llegué aquí gracias a un plato de lentejas y a un sofá de un desconocido que eligió ser mi familia cuando no tenía a nadie. Tal vez no parezca mucho. Pero a veces, un sofá y unas lentejas son todo lo que alguien necesita para no rendirse. El amor que se elige pesa más que cualquier sangre compartida.



Cierre cervantino
Aparece en la Segunda Parte, concretamente en el Capítulo XXII, titulado: "De la grande aventura de la cueva de Montesinos".
En este capítulo, Don Quijote le está contando a Sancho su aventura (imaginada o real) en la famosa Cueva de Montesinos. Mientras relata lo que ha vivido ahí, habla de unos personajes míticos que encuentra bajo tierra, y en un momento dado dice este refrán como parte de una reflexión sobre la vida y las relaciones humanas.
Cervantes lo usa para dejar claro que las verdaderas conexiones no dependen del nacimiento o de la sangre, sino de la convivencia y el trato que tienes con las personas.
Traducción al tono actual sería algo como: "No importa de dónde vienes ni de qué familia eres. Lo que importa es cómo te entiendes y cómo vives con los demás”. "Y así, bien podría haber dicho nuestro querido don Quijote: "El linaje no da calor en invierno, ni abrazo en madrugada. Maguer un alma generosa, sin nombre ilustre, puede ser castillo y abrigo."


N. La ilustración se ha recogido del estudio: Azulejos del Quijote en el parque Cervantes Alcázar de San Juan, 2016. Cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra.
Autor: Constantino López Sánchez-Tinajero, Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan.

Por Antonio Leal Jiménez
Académicos de Santa Cecilia


Comentarios

  1. Es una reflexión magnífica con unos relatos escritos en una prosa excelente. Enhorabuena.

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