SABIDURÍA DE SANCHO PANZA A TRAVÉS DE REFRANES (8)
PAREMIA 8: “A quien madruga, Dios le ayuda”
… Y a veces también la vida
Lecciones del Quijote para vivir cada día
Amanece en Alcázar de San Juan, y con las primeras luces también despierta Constantino, un hombre sereno, de esos que parecen venir de otro tiempo. Pero no por nostalgia ni por rareza, sino por elección. Él cree firmemente en valores que muchos dan por perdidos: que la palabra tiene peso, que la cultura transforma, y que la generosidad, —aunque no salga en portadas— es una forma silenciosa pero poderosa de heroísmo. Trabajador incansable, lector apasionado, enamorado de su tierra. Ha convertido el idealismo en su forma de estar en el mundo. De haberlo conocido Cervantes, seguro que le hubiera dedicado un capítulo.
Cada mañana, muy temprano, sigue el mismo ritual: camina hacia “La Llorona”, su café de siempre, a desayunar y charlar con los amigos. Hoy me ha dejado acompañarle. Mientras el aceite de oliva virgen extra cae sobre una tostada generosa, me dice con esa voz suya, templada por los años:
“Uno no lee el Quijote una vez. Uno vive dentro de él”. Y lo hace. Lo leyó por primera vez siendo joven, animado por un maestro, y desde entonces no lo ha soltado. Lo ha leído y releído, lo estudia, lo comenta, lo defiende con pasión. “En esas páginas encontré una brújula para entender el mundo”, los valores, el humor, la dignidad de los fracasos nobles” …, me comenta.
Camina por las calles de su pueblo como quien recorre su propia historia. Habla con emoción de las tradiciones, de los oficios que se desvanecen, de las pequeñas cosas que aún resisten. Siempre tiene una palabra amable, un gesto generoso, una anécdota lista para regalar una sonrisa. Vive con sencillez, da sin esperar nada, trabaja con entrega. Su vida entera es un homenaje a lo cotidiano bien hecho.
Como miembro activo de la Sociedad Cervantina, trabaja con ahínco en una hermosa iniciativa: que Don Quijote y Sancho Panza sean reconocidos como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Defenderlos es defender lo que somos.
Una lección para todos los días
Y hoy, al compartir con él esa primera hora del día, he comprendido lo que de verdad significa madrugar. No se trata solo de levantarse temprano, sino de ganarle un rato a la vida para estar presente, para disfrutar del silencio, de la conversación que reconforta. Es ese tipo de mañana que, sin darte cuenta, te recuerda por qué el refrán dice lo que dice. Y si no es Dios, es la vida. O un café. O una charla con alguien como Constantino. Que, en el fondo, es lo mismo.
En una época en la que todo va tan deprisa, donde empezamos el día revisando noticias antes de abrir bien los ojos, madrugar no es moda ni deber. Y ahí es donde entra ese viejo refrán que, de pronto, se presenta diferente. O, si prefieres: “Al que se levanta con calma, la vida le da una tregua.”
Y no se trata de volverse una persona super productiva de un día para otro. Se trata de algo más simple, más humano: empezar el día con calma, con intención, con un rato que sea solo tuyo antes de que todo empiece a correr.
Ese regalo silencioso llamado “tiempo para uno”. Tal vez no todos crean en Dios, pero algo tiene esa frase que se clava en la cabeza. Porque más allá de la religión, madrugar tiene algo de fe. Creencia en que el día puede ser distinto. Madrugar ayuda. Y no siempre porque vayas a hacer más, sino porque, tal vez, puedas ser más tú.
Nada más. Pero sentí como si me hubiese abrazado desde adentro.
Ese pequeño gesto cambió mi día. No porque hice más cosas, sino porque las hice desde un lugar más presente, más tranquilo. Madrugar no fue una hazaña. Fue un acto de cuidado. De esos que no se notan, pero se sienten.
En el fondo, madrugar también es eso: una forma de esperanza.
Una manera de decirle al mundo: “Estoy listo. Aquí estoy. Hoy puede pasar algo bueno”. No hace falta despertarte con las gallinas ni convertirte en una persona “mañanera”. Pero quizá haya un ratito ahí, al principio del día, que puedas hacer tuyo. Un rato sin correos, sin llamadas, sin expectativas. Solo tú, tu silencio, y lo que necesites.
Tal vez ese momento no cambie el mundo. Pero puede cambiar tu forma de estar en él. No necesitas cambiar tu vida ni levantarte a las cinco de la mañana. Basta con un rato a solas contigo antes del caos. Un café en silencio. Una página escrita sin que nadie te interrumpa. Un paseo lento…
Historia real: Ana, una panadera de barrio y una oportunidad inesperada
Ana tiene 54 años y una pequeña panadería en el centro del pueblo. Lleva más de veinte años amasando pan con las manos aún medio dormidas, abriendo el local cuando todavía ni amanece. No lo hace por “rutina millonaria”, lo hace porque aprendió que las mejores cosas se hacen cuando el mundo todavía no te interrumpe.
Una mañana, mientras preparaba sus piezas de pan dulce, vio parar un coche frente a su local. Bajó una mujer joven, le pidió un café y preguntó si vendía al por mayor. Resultó ser la responsable de cocina de un nuevo hotel que buscaba productos artesanales. Le ofreció probar sus panes, y semanas después, Ana estaba horneando para un desayuno gourmet en el famoso hotel de la capital.
¿Casualidad? Puede ser. Pero si Ana no hubiera estado ahí, tan temprano como siempre, esa casualidad nunca habría ocurrido. Porque a veces, las oportunidades no llegan con ruidos ni anuncios. Llegan en voz baja, como el amanecer, y solo las atrapa quien ya está despierto.
N. La ilustración se ha recogido del estudio: Azulejos del Quijote en el parque Cervantes Alcázar de San Juan, 2016. Cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra. Autor: Constantino López Sánchez-Tinajero, Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan.
Antonio Leal Jiménez
Académico de Santa Cecilia
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