SABIDURÍA DE SANCHO PANZA A TRAVÉS DE REFRANES (9)

 



PAREMIA 9: “A buen entendedor, pocas palabras” (Sancho, II, 37:1224)
Hay refranes que no solo se pronuncian: se viven.


Lecciones del Quijote para vivir cada día

Algunos dichos populares son más que frases hechas: son formas de estar en el mundo. Una expresión que me recuerda a mi amigo Pedro, durante los tranquilos paseos que nos damos por la Castelar. Pedro es, sin lugar a duda, una de esas personas que dejan huella allí donde van.
Nacido en la emblemática Plaza de La Aduana, su infancia estuvo marcada por un entorno lleno de historia y carácter. Siendo aún muy joven, emprendió camino hacia una ciudad situada a orillas del Guadalquivir, al pie de Sierra Morena. Una tierra con alma, que sin duda supo acogerlo y enriquecer aún más su ya admirable esencia.
Lo que distingue a Pedro no es solo su agudeza, sino la fuerza con la que vive sus valores. Posee un altísimo sentido del deber, que guía cada uno de sus actos. En él, la integridad no es una palabra, sino una forma de estar en el mundo. Su formación moral es sólida, templada por la experiencia y una reflexión constante que se refleja en su modo de hablar, sereno y profundo. Escucharlo es, muchas veces, una lección de vida.
Conversador nato, su palabra fluye como el propio Guadalquivir: serena, honda, y siempre cargada de sentido. Es de esas personas que no solo hablan, sino que invitan a pensar, a mirar dentro de uno mismo, a comprender. Vive con la conciencia tranquila y el corazón dispuesto. Y eso, en estos tiempos, es todo un tesoro.

En esta mañana, que ya anuncia que nos cae encima un verano caluroso, me ha invitado a que visite La Platera. Ese lugar tan emblemático donde, siendo muy joven, veía como juraban los primeros Sanchos su ingreso en la Orden. Era el año 1964. Su objetivo fue llevar a las gentes la voz de la paz y del corazón.
Decía el gran Maestro de la Orden de los Escuderos llamados Sancho, que éste fue creado por Cervantes para asistir y cuidar a Don Quijote. Siendo un hombre bueno, discreto, filósofo, equilibrado, observador, sincero y leal, resultó ser la figura más vilipendiada de la Obra inmortal. De alguna manera, Pedro, también es un poco como Sancho: generoso sin alardes y con muchos amigos.

Hay refranes que se nos cuelan en la vida, y no siempre nos damos cuenta. A veces, vivimos alguno sin saberlo. Nos atraviesan como susurros antiguos en mitad de días corrientes. Se cuelan en una conversación, en un gesto, en un silencio. Porque lo más profundo rara vez se dice en voz alta. Se intuye. Se siente. Se comparte sin necesidad de traducirlo.

Este texto no es solo una reflexión: es una invitación a escuchar de otro modo. A mirar con otros ojos. A descubrir cuánto puede decir el silencio. Nos recuerda que, a veces, lo más valioso no se dice, pero se entiende. Que hay personas con las que basta una mirada para decirlo todo. Que existen silencios que abrazan mejor que cualquier discurso. Y es que cuando hay afecto genuino, empatía sincera y presencia verdadera, las palabras se vuelven accesorias. El lenguaje emocional se cuela entre gestos mínimos: un café, una mano en el hombro, una sonrisa… Pequeñas acciones que en realidad son enormes.

Lo aprendí entre un café y los silencios de mi madre. Tomar decisiones difíciles tiene un peso que no siempre se puede compartir con palabras. Fui a casa de mi madre. No sabía qué decirle. Solo necesitaba estar con ella. No hubo preguntas. No hubo consejos. Se levantó en silencio, fue a la cocina y preparó un café, justo como me gusta. Lo puso delante de mí, apoyó una mano en mi hombro y se quedó ahí, sin decir una sola palabra.
Y, sin embargo, en ese gesto estaba todo. Su presencia, su apoyo incondicional, su amor sereno. No necesitó decir "estoy contigo", porque ya lo estaba. Y yo lo sentí con una claridad que ninguna frase podría igualar. Ese día entendí que el silencio, cuando nace del amor, no es ausencia: es refugio.


La historia que fue

Un aula, un profesor, y un gesto que lo cambió todo. Ocurrió en un pequeño instituto guarda una historia que no necesita adorno. Andrés, un profesor querido por su humanidad, vio entrar a uno de sus alumnos con el rostro descompuesto. Era un chico que arrastraba problemas en casa. Los compañeros lo notaron. Andrés también. Pero no lo señaló, no le preguntó. Solo le dijo, con una voz tranquila, cargada de comprensión: "Te guardé el sitio."
El muchacho se sentó en silencio. No respondió. Pero desde aquel día, nunca más faltó a clase. Nadie supo qué cambió exactamente. Pero todos percibieron que, en ese gesto, aparentemente mínimo, se había dado algo grande. Un mensaje sin palabras que decía: “Aquí importas. Te veo.” Cuando alguien siente que su existencia cuenta, todo puede comenzar a cambiar.

Qué poderosas pueden ser esas pocas cuando no buscan impresionar. Porque al final, los silencios bien compartidos también son una forma de hablar. Quizá la más honesta.

Tres preguntas que nos invitan a detenernos
A veces, una sola pregunta puede abrir una puerta interior. Aquí van tres, sin prisa:
1.- ¿Con quién puedes quedarte en silencio y sentirte profundamente acompañado?
2.- ¿A quién lograste entender solo con una mirada?
3.- ¿Cuándo fue la última vez que el silencio fue tu forma más sincera de decir "te quiero"?

Antonio Leal Jiménez
Académico de Santa Cecilia
22 junio 2025

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